El don de lágrimas

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En el número de octubre de la revista Somos, Fernando Muñoz, Luis Terán y Mauricio Peña reunieron un abundante material anecdótico sobre Sara García que despeja muchas dudas sobre la compleja personalidad de la inolvidable abuelita. Su esbozo biográfico, el más completo publicado hasta la fecha, permite configurar el retrato de una matrona con alma de hierro que supo erigirse en baluarte de la moral familiar sin renunciar a la transgresión privada, y como actriz alcanzó un virtuosismo lacrimógeno jamás igualado en la historia de nuestro cine.
     Muchas otras actrices anteriores y posteriores a Sara han llorado a voluntad, pero según el veterano director Gilberto Martínez Solares, entrevistado por los autores del reportaje, doña Sara dominaba a tal punto sus emociones que antes de filmar una escena melodramática preguntaba al fotógrafo de qué lado la iba a tomar, para llorar solamente con el ojo izquierdo o el derecho, y al oír el grito de ¡corte! interrumpía el llanto monocular como si cerrara una llave de agua. Paradójicamente, la actriz fue incapaz de llorar en el velorio de su hija María Fernanda Ibáñez, fallecida a temprana edad. "En el cine debo mostrar mis emociones —explicó a sus allegados—, en mi vida personal no me lo permito". Más allá de la trivia cinematográfica, la anécdota reviste interés para los psicólogos y los filósofos que intentan responder una preguntacrucial: ¿Cuál es el papel de la voluntad en la fisiología de los sentimientos?
     La mayoría de los mortales tenemos graves dificultades para controlar los accesos de cólera, el apetito sexual, las ganas de reír o las ganas de llorar. Una fuerza superior nos gobierna, y aunque a veces podamos predisponernos al llanto, al sexo o a la risa, dependemos de un impulso externo (la tentación, el Ello freudiano, la Voluntad con mayúsculas de Schopenhauer) que muchas veces contraviene nuestros deseos conscientes. Un ejemplo sacado de mi experiencia personal: por un extraño pudor, nunca he podido derramar una lágrima en losfunerales de mis familiares y amigos, aunque sienta unapena muy honda. En cambio lloro a borbotones viendo películas de amores desdichados como Esplendor en la hierba o Los puentes de Madison, que me tocan de lejos alguna fibra sentimental. Las personas como yo poseemos un mecanismo de autodefensa contra el sufrimiento directo (un mecanismo nocivo, sin duda, pues el llanto es un alivio en momentos de gran aflicción) que sólo nos concede una tregua cuando compartimos el sufrimiento de los personajes ficticios. En otrasépocas la disfunción lacrimal estaba mal vista, pero gracias al lamento de Rubén Darío ("Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer") desde principios del siglo XX sevolvió un defecto romántico: el atributo par excellence del genio hipersensible. Quien llora a destiempo aparece ante los demás como un espíritu rebelde y puro, que no puede fingir sentimientos ni someter sus desahogos a la aprobación ajena. ¿Pero en verdad es tan espontáneo el sujeto que quiere llorar y no puede? ¿No es más bien un actor que vigila constantemente sus emociones y, a semejanza de Sara García, utiliza su capacidad de autosugestión para reprimir el llanto cuando el libreto social se lo exige?
     Tal vez la incapacidad de llorar en momentos de intenso dolor sea tan premeditada como el don de lágrimas de lospolíticos. Desde Julio César hasta López Portillo, los grandes demagogos han llorado con alevosía en los actos públicos, para hacerle creer al pueblo que se conduelen de sus desgracias. Los exabruptos emocionales de Santa Anna, el político más llorón de nuestra historia, no eran debilidades humanas sino recursos histriónicos que le permitían ganar o recuperaradeptos en momentos críticos. En el caso de los neuróticos inconmovibles, quizá hemos alcanzado un autocontrol de otra índole, que no busca la aprobación de la sociedad, sino más bien mostrarle cuánto despreciamos el pobre consuelo que puede brindarnos ante una pérdida irreparable. En cuanto al carácter voluntario o involuntario de la represión lacrimógena, los versos de Darío delatan su falta de espontaneidad. Cuando alguien "quiere llorar" en vez de obedecer simplemente los impulsos del corazón, de antemano está falseando sus emociones. Quien se impone el llanto como un debercomete un abuso de autoridad contra sí mismo. La venganza del inconsciente consiste en impedirle llorar, como sucede en los casos de impotencia creativa, cuando la obligación deescribir gracejadas bloquea el ingenio de los humoristas.
     Carecer por completo de autocontrol en materia de llanto probablemente sea la mejor manera de aliviar las penas.Pero los existencialistas creían que la voluntad siempre está involucrada en los desahogos emocionales y fundaron sobre esta premisa una teoría de la responsabilidad personal y social. Mersault, el protagonista de El extranjero, es un asesino insensible, ajeno a la consecuencia moral de sus actos, que no puede llorar en el entierro de su madre y pasa de la prisión al patíbulo sin dar señales de congoja, rebeldía o arrepentimiento. Su incapacidad de llorar —un leitmotiv repetido con insistencia en toda la novela de Camus— sugiere que el predominio absoluto de la voluntad aniquila por completo cualquiersentimiento espontáneo. Se puede alcanzar la ataraxia de Mersault reprimiendo las lágrimas o derramándolas con emoción fingida, pero es indudable que los caminos opuestos de Sara y Rubén desembocan en el mismo punto. –

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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