En las primeras semanas de diciembre ocurriรณ un espectรกculo “inquietante”, pensรฉ cuando vi las fotografรญas que mostraban algunas calles de la ciudad de Mรฉxico al anochecer. La palabra que tantas veces utiliza Salvador Elizondo se fundiรณ con el resplandor rojizo, naranja tal vez, que alumbraba la avenida Juรกrez y otras mรกs. La irradiaciรณn provenรญa de un gran anuncio adosado a los puestos de periรณdicos: Farabeuf, decรญa y, bajo la palabra, el ideograma liu. La primera sensaciรณn que me produjeron esas fotografรญas era acompaรฑada por una sola palabra: “¿Recuerdas?”
Otra fotografรญa, apenas vislumbrada hace muchรญsimos aรฑos, me habรญa provocado una turbaciรณn inolvidable, en el sentido estricto de la palabra. Pero, aรบn mรกs que la imagen que todos recordamos al pensar en Farabeuf, lo que indujo en mรญ el efecto de una descarga elรฉctrica, y sin embargo duradera, fue la extraรฑa mixtura de las sensaciones que se desprendรญan de un libro cuya fotografรญa atroz de un supliciado chino se reunรญa en mi cerebro con la cadencia de unas palabras que daban el tempo exacto para que el doctor Farabeuf concluyera su paso cansino por la escalera y, mientras lo hacรญa, unas gotas de luz ambarina, un tintinar metรกlico de lumbre, anunciaban, casi en cรกmara lenta, la caรญda de tres monedas, la muerte de una mosca, el I Ching, el deslizamiento de una tablilla de ouija, la textura viscosa de una estrella de mar o la imagen esplรฉndida y al mismo tiempo turbia de Mรฉlanie Dessaignes. Ese nombre –que utilicรฉ sin fortuna como seudรณnimo en cientos de concursos literarios a partir de entonces– apareciรณ claramente dibujado ante mis ojos cuando vi las fotografรญas de la avenida Juรกrez. En un solo instante se volviรณ presencia, y no tuve que hacer un esfuerzo para “recordar ese momento en el que cabe, por asรญ decirlo, el significado de toda tu vida”, segรบn reza uno de los motivos centrales de la novela.
Tal vez a Elizondo le gustarรญa saber que en mรญ, y en tantos mรกs, puede verificarse la teorรญa que intentรณ explicar a unos estudiantes que deseaban saber cรณmo habรญa escrito Farabeuf o la crรณnica de un instante. Con el fin de escribir mi tesis de licenciatura –dedicada a Farabeuf y Morirรกs lejos, de Pacheco– leรญ cuantos apuntes encontrรฉ sobre el principio del montaje, “el principio dialรฉctico del universo en el que el choque de dos cosas produce una tercera”, explica Elizondo en “Gรฉnesis de Farabeuf”, el texto con el que abre la ediciรณn que El Colegio Nacional publicรณ recientemente para celebrar el cincuenta aniversario de la novela. Entonces yo no sabรญa que eso, precisamente eso, era la matriz de la poesรญa. “Cuando escribรญ Farabeuf no conocรญa el efecto poรฉtico”, dice Elizondo y no le creo, pero lo encontrรณ en Poe, asรญ como la importancia de “la conjunciรณn de imรกgenes que producen una tercera imagen”.
Siguiendo ese propรณsito, hojeo al mismo tiempo Farabeuf y los Diarios, publicados por el fce hace unos meses, y ambas ediciones me producen un efecto, si no “poรฉtico”, sรญ sensible: un estremecimiento que nace de la contemplaciรณn azarosa de algo extraordinario. En ambos libros, Paulina Lavista realiza los prรณlogos y por ella sabemos la historia de estas ediciones. En el caso de Farabeuf, por ejemplo, la participaciรณn de Mariana Elizondo, a quien “debemos que en esta ediciรณn pueda conocerse el manuscrito original de Farabeuf” y otras particularidades que hacen de 2015, y gracias al empeรฑo de Lavista, el aรฑo de Elizondo. Ya he hablado de los Diarios en otro sitio y aquรญ me parece necesario seรฑalar la notable labor de los editores de Farabeuf, en particular de Alejandro Cruz Atienza, director editorial. Sin resquemor lo digo: es la ediciรณn mรกs hermosa que alguien pudo imaginar, convertida en un objeto lujoso, no por su costo, sรญ por su belleza. En una caja forrada de tela roja, donde aparecen los nombres de Elizondo, Farabeuf y el ideograma liu, se incluyen dos volรบmenes y un pliego de papel. El primero de ellos contiene la “Gรฉnesis” de la que hablaba, la novela misma y quince textos sobre ella, cuyos autores van de Octavio Paz a Alejandro Toledo, pasando por Gabriel Zaid, Michรจle Alban, Mariana Elizondo, Adolfo Castaรฑรณn, Guillermo Sheridan, Pablo Soler Frost, entre otros. El segundo volumen de la caja es una asombrosa iconografรญa de Elizondo, pero tambiรฉn de Farabeuf y sus fuentes: una joya del diseรฑo. Por รบltimo, el amplio pliego seรฑala “Ocho vistas del manuscrito original” y al desdoblarse nos muestra la reproducciรณn de sendas pรกginas del cuaderno donde Elizondo escribiรณ, dibujรณ, imaginรณ Farabeuf.
En “Las palabras”, texto incluido en los Diarios, leo: “Todos los elementos del universo contribuyen a la nostalgia de nuestra disoluciรณn porque esa mirada del verdugo, solo a travรฉs de la cual el caos nos es comprensible como un elemento del orden ficticio que nos permite entendernos de cierta manera con la realidad, sabe mirar mรกs hondo que nuestros ojos y sabe descubrir en nuestra posibilidad de aniquilaciรณn la trampa de la realidad, la certeza de la nada.” Pienso entonces en Paz, quien decรญa que la รบnica manera de vencer a la muerte era a travรฉs de la forma. “El olvido es mรกs tenaz que la memoria”, parece responder Elizondo, en una de las frases mรกs recordadas de Farabeuf. Pero esa frase es apenas el inicio de un ritual, de una invocaciรณn que nos susurra: contra el olvido, solo la forma, la belleza de la forma, puede rescatarnos y esa fue la tentativa de Elizondo en toda su obra.
Nada de eso dije treinta aรฑos atrรกs en mi tesis, quizรก porque entonces no lo sabรญa o porque no era importante. La horrenda creatura que engendrรฉ concluyรณ muy oronda que ni Farabeuf ni Morirรกs lejos eran novelas del nouveau roman, ni gรณticas, aunque compartรญan algunos de sus principios. Un aรฑo de mi vida utilicรฉ para escribir esas dos lรญneas estรบpidas, pero nunca pude decir quรฉ era Farabeuf.
“Huye de la palabra belleza, palabra prohibida”, me dicen cuando pregunto cรณmo se llama ahora eso que mi generaciรณn aรบn reconocรญa sin vergรผenza pero empezaba a temer nombrarla como categorรญa estรฉtica: no en su sentido cosmรฉtico, sino como una construcciรณn armรณnica aun entre lo horrendo, lo dispar, lo aparentemente caรณtico; un sentido matemรกtico de la elegancia por el aprovechamiento exacto de los recursos artรญsticos, narrativos: poรฉticos.
Con real temor abrรญ las pรกginas de Farabeuf –“¿Recuerdas?”– y comencรฉ a leerlo con la misma congoja que nos asalta cuando vamos al encuentro, muchos aรฑos despuรฉs, de algo o alguien a quien hemos amado intensamente. Y ahรญ estaba, no con el desdoro de un eco sino como algo vivo, el latido turbador de su belleza incorruptible. ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1961) es poeta, ensayista y editora de poesรญa en Letras Libres. Este aรฑo su libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crรณnica de una amistad (Ariel, 2020) recibiรณ los premios Mazatlรกn de Literatura y Xavier Villaurrutia.