Grado cero

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El Nivel Cero de Manhattan ya tiene proyecto. A sólo diecisiete meses del 11 de septiembre, un concurso internacional entre arquitectos estrellas dio como vencedora la propuesta monumental y cabalista de Daniel Libeskind. Si el Centro Mundial del Comercio (WTC) fue el objetivo de los ataques terroristas musulmanes —con toda la carga simbólica y semiótica que representaban—, no deja de ser significativo que ganara un arquitecto judío que, desde su Museo del Holocausto en Berlín, ha explotado la memoria y la tragedia como elementos esenciales de su trabajo.
     El reto del concurso era preservar el Nivel Cero como espacio abierto, crear lugares para la cultura y el comercio, edificar un monumento que recuerde la catástrofe, y reconectar el trazado vial del downtown de Manhattan. El debate interdisciplinario irrumpió espontáneamente, y las elucubraciones formales de artistas, arquitectos y público no se hicieron esperar.
     Inicialmente, la Corporación para el Desarrollo del Bajo Manhattan (LMDC en inglés) había escogido el despacho local Beyer, Blinder & Belle, conocido sobre todo por la restauración decimonónica de la Estación Central de Nueva York. Las seis propuestas volumétricas “para todos los gustos”, que aspiraban a rellenar de oficinas los más valiosos metros cuadrados del planeta, escandalizaron unánimemente al propio gremio, la prensa y la opinión pública en general.
     Las presiones obligaron a que la Port Authority de Nueva York, propietaria del terreno, el arrendatario de las extintas torres gemelas Larry Silverstein, y la LMDC, que es la institución fundada por el Estado y la ciudad de Nueva York para tratar los temas de la reconstrucción, reconocieran el error y empezaran de nuevo, convocando un concurso internacional para hallar el arquitecto capaz de aportar “entusiasmo, creatividad y energía” con base en tres conceptos: recuerdo, reconstrucción y renovación. A pesar del enorme despliegue de medios, nadie se ha comprometido en la reconstrucción estricta, ya que la LMDC depende de los gobernadores de Nueva York y Nueva Jersey, que comparten la propiedad del terreno, aparte de que el magnate Silverstein, que alquiló el WTC dos meses antes del atentado, está más preocupado en conseguir la doble indemnización de las aseguradoras (¡ya que fueron dos los atentados, según él!) que en la reconstrucción.
     Los siete grupos que participaron recibieron cuarenta mil dólares cada uno, y muy poco tiempo para desarrollar sus ideas. Así, arquitectos de la talla de Frank Gehry rehusaron participar en vista de lo escaso de los honorarios. De los siete equipos que se invitó, seis fueron seleccionados entre una muestra internacional de currículos. El séptimo eran los arquitectos neotradicionales Peterson & Littenberg que ya trabajaban para la LMDC.
     En solitario —Libeskind & Foster— o formando equipos —Think, UA, SOM, y Meier, Eisenman, Gwatmey & Holl—, algunos de los despachos más reconocidos del panorama internacional aspiraron a llenar el inmenso vacío que dejaron las Torres Gemelas, tratando de responder a los retos arquitectónicos y simbólicos que plantea tan grave construcción in situ.
     El proyecto de Libeskind jugó con los números mágicos, la memoria y la manipulación mediática. Un edificio de 1,776 pies —año de la independencia estadounidense, con 541.6 metros— destaca sobre el denso entramado de formas inclinadas y paisajes de “Kryptón”. Una “X” excavada resucita el mejor espíritu de Indiana Jones, de modo que cada aniversario de la tragedia dos rayos de sol se entrecruzarán a las horas de los respectivos choques.
     La propuesta del grupo Think, liderado por Rafael Viñoly, no requería de una torre de oficinas para regenerar el nuevo perfil de la ciudad. Con todo, erigidas en un hito para una hipotética feria mundial, una pareja de celosías en hélice circunscriben dos torres virtuales que elevan el programa cultural y flotante a lo más alto de la silueta urbana.
     La propuesta de Sir Norman Foster se remite a la memoria de los prismas caídos de Yamasaki —autor del WTC— y al emblemático perfil perdido, con dos elegantes torres gemelas que parten de la triangulación de sus estructuras, tocándose en tres puntos que se convierten en plataformas de observación.
     El dream team neoyorquino de los setenta —Richard Meier, Peter Eisenman, Charles Gwathmey y Steven Holl— diseñó una trama abstracta de torres y puentes, resultando, en opinión de una crítica británica, como “el proverbial camello”, es decir, un caballo diseñado por un comité.
     La nueva generación se juntó bajo las siglas de UA, United Architects (Alejandro Zaera / FOA de Londres, Greg Lynn / Nueva York y Ben van Berkel / Rotterdam), para reinventar el concepto del rascacielos con cinco estructuras que se contorsionaban, con lo que crearon, a más de doscientos metros del suelo, una gran calle comercial suspendida en el aire, ahora en el mejor estilo de El quinto elemento.
     Peterson & Littenberg propusieron unas torres gemelas en forma de nostálgicos zigurats que no contestaban, con la contemporaneidad necesaria, al fanatismo que derribó las preexistentes.
     A pesar de las contrastadas soluciones, casi todas las propuestas tenían elementos comunes: dejaban abiertas las huellas de las torres gemelas, proponían jardines colgantes y apostaban por torres mucho más altas que las precedentes. En el sondeo de opinión de CNN, con más de trescientos mil votantes, ganó el proyecto de Foster con 24 %, seguido por Think y Libeskind con 18%, mientras que en la muestra del Newsweek Libeskind no alcanzó ni el 8 %. Sin embargo, éste y el proyecto de Think quedaron finalistas.
     El primero le sacó frutos al luto y a la tragedia, mientras que el segundo apostó por una estructura abierta y ecológica para albergar actividades culturales. En las dos semanas extra que se les concedió, la oficina de Libeskind contaminó la opinión de estratégicos arquitectos de todo el mundo, criticando al respetado crítico del New York Times Herbert Muschamp —detractor del proyecto de Libeskind— con victimismo primero y disculpas después. Viñoly y su equipo, en cambio, trataban de hacer verosímil y sustentable su par de torres vacías. Mientras tanto, Libeskind puso empeño en conseguir la máxima rentabilidad comercial a nivel de la calle, y Viñoly, a su vez, trataba de restablecer la continuidad de la retícula urbana de Manhattan. En el discurso de presentación, Dani Libeskind recordó su emoción cuando, siendo niño, vislumbró por primera vez la Estatua de la Libertad desde el barco. Rafael Viñoly, de origen uruguayo, eludió explotar su condición de inmigrante y trató de mostrar un futuro esperanzador.
     La decisión final ya fue tomada, aunque no está claro qué se vaya a construir. De momento las propuestas hacen doble honor a Adolf Loos, quien afirmaba que la arquitectura en estado puro sólo se encontraba en el panteón y el monumento. Convendrá, de todos modos, añadir al lugar un cliente y un programa hasta ahora ausentes. Quizá, más allá del proyecto escogido, lo más relevante haya sido ver cómo los neoyorquinos se han involucrado forzando el concurso, cómo los siete equipos ofrecieron un panorama de la arquitectura contemporánea de principio de siglo y cómo, excepcionalmente, el debate trascendió más allá de la propia disciplina arquitectónica. ~

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