Héctor García y el dios del fuego

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El fotógrafo Héctor García murió el 2 de junio de 2012. Fotoperiodista hasta la médula, reclamado desde 1955 por Diego Rivera como “excelente artista”, mereció esta frase sumaria de Carlos Monsiváis: “informar puede ser también un hecho estético”. Con una vena popular que filtraba mundo, desengaño y pericia, alto, corpulento, sonriente y articulado al hablar, Héctor García no era un fotógrafo refinado. No se preocupaba demasiado por ciertos detalles de impresión, de conservación de originales y calidad de papeles; en el laboratorio se inclinaba, siempre que el tema se lo sugería, por los contrastes dramáticos de luminosidad, y en algunas de sus tomas, los leves desenfoques delatan las prisas del reportero. Aun así, cuando acertaba con su oficio de escuela de la calle, podía lograr piezas maestras indiscutibles. De una de ellas quiero ocuparme.

Lo obsesionó la conquista de la luz, al punto de que ese es propiamente el tema de fondo en algunas de sus fotos. Por las vueltas de la vida, el nombre de Héctor García está ciertamente asociado a la fórmula Escribir con luz, título del libro suyo publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1985, que recoge la notable selección de fotos realizada y puesta en página por Pablo Ortiz Monasterio, que ha sido desde entonces canónica. Al hilo de dicho libro, en México suele considerarse que escribir con luzes el significado etimológico de “fotografía” [photos– y –graphis]. A fuerza de ser equívoca, esta significación no puede resultar más equivocada. “Fotografía” debe leerse como el dibujo de la luz –me remito al informe sobre el daguerrotipo (1839) de François Arago, quien define las imágenes “fotográficas” como “imágenes dibujadas por lo más sutil y penetrante que hay en la naturaleza: los rayos luminosos”–. Así, en el momento de acuñación del término, el graphis de la fotografía es el dibujo y no la escritura, y el sujeto de la actividad fotográfica es la luz, y no el fotógrafo. Ahora bien, conforme se desarrolla la actividad fotográfica, décadas mediante, el fotógrafo se reconocerá más y más como sujeto de la acción fotográfica; pero de esto a escribir con luz…

No obstante, entre fotografía y textualidad hay mucho tejido, y la foto que me ocupa es rica en este orden. Como tantas fotos de Héctor García, no lleva título, tan solo marca espaciotemporal: ciudad de México, 1959. A primera vista sugiere una imagen diabólica en lío con la delgada cruz que asoma en segundo plano. Pero en un esfuerzo de objetivación, vemos que la foto retrata a un pavimentador de calles, sentado en la noche frente al fuego tras una pantalla de metal. A la izquierda, en la sección inferior, una chispa pequeñita, en su salto, traza el arco que nos previene sobre el tiempo de exposición: ¿1/8 de segundo para una foto nocturna? En todo caso, la chispa timbra la imagen: esto es una foto, un trabajo con la luz, y nos atrae a la plétora que se imprime en el fondo y sobre el cuerpo del trabajador: vaya que el cuarto oscuro está presente en la densificación del negro, que alcanza mucho más de un tercio de la superficie, al tiempo que vivifica una luminosidad llameante en los hombros del trabajador. Si no se trata de una alusión satánica, ¿puede esta aparición sobre el asfalto sugerirnos en cambio la manifestación de un dios del fuego sentado, como un joven Huehuetéotl, o un Hefesto ante su horno volcánico?

Veo a Hefesto, y esta foto se me antoja un tragaluz extraordinario, donde el fotógrafo, como sucede a veces, ha visto mucho más de lo que vio. La irradiación de la luz en las tinieblas era un tema que Héctor García retrotraía a su infancia. Contaba que, de muy niño, su madre lo dejaba encerrado desde temprana hora, amarrado a una pata del catre, en el oscuro cuarto de vecindad donde habitaban. La única entrada de la luz era a través de las hendiduras de la puerta. Conforme salía el sol, él iba distinguiendo en el muro las sombras de los vecinos que cruzaban por el patio. Este verdadero repaso de la alegoría de la caverna en Platón, encapsulaba también para García el oficio de fotógrafo: “Yo me imagino que estaba en el vientre de la fotografía cuando veía el espectáculo que se proyectaba sobre la pared blanca, pintada de cal. Ahí en un cuarto oscuro, amarrado. Debió de ser un día como el primer día de la creación: de pronto se hizo la luz para mí y aparecieron las imágenes.” (Cit. por Luis Humberto Rodríguez, “Héctor García. Fotógrafo de la ciudad”, Luna Córnea, núm. 8.) Pero si en Platón la salida de la caverna era un ascenso hacia la luz, en Héctor García será un descenso al mundo nuestro. Sobre la coronilla de paliacate del trabajador desciende una larga sombra vertical. ¿Qué sombra es, a qué fuente de luz se opone?, ¿es un retoque hecho a partir de la sombra misma de este dios del fuego? La foto no lo revela, pero le añade al hombre y al fuego un vector de signo negro que cae como verdadera irradiación negativa.

Atrás, una mancha de luz acarreada por la caja de un camión o tráiler, hace las veces de pantalla. No se confunda el camión con la trompa de la máquina, dirigida en sentido contrario, que surge a la izquierda del trabajador: trompa de un tractor de asfaltado que vierte alquitrán líquido para tender la “carpeta” asfáltica. También trabajadora de noche, la delgada cruz a espaldas del obrero pudiera ser parte de un hornillo de campaña, crucecita que se replica inesperadamente en la cruz que sobreviene en la parte superior, donde un texto, seguramente un anuncio en marquesina, se cruza con aquella sombra venida de quién sabe dónde. El texto del letrero, a medias legible, finalmente cede. Es un anuncio de los zapatos de marca Domit, presente con su distinguible lema: “Domit es pie moldeado”, que así se promovía la marca en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. El lema, que alude al perfecto ajuste entre el pie y el calzado, se condice con la función de dar paso, de hacer camino, de facilitar el traslado, tarea del trabajador de la cuadrilla de pavimentación. Pero en esta foto que invierte totalmente el tópico del ascenso hacia la luz, ese “pie moldeado” queda muy por arriba de la faena de aplanar y recubrir el suelo, y despierta de nuevo la figura del dios caído, Hefesto.

Cuando niño, Hefesto, que estaba ocultado por su madre, fue arrojado por ello del cielo y cayó durante un día entero hasta tocar tierra. Quedó lisiado para siempre, con el pie deforme. Vuelvo a evocar a Héctor García amarrado a las patas del catre, y a los hombres de la caverna de Platón, encadenados de las piernas desde la infancia. Aparente epifanía de signo pagano, esta imagen fue captada al paso por un fotógrafo que amaba vivírsela en la calle, vagabundear, “pulir el asfalto”. Participa profundamente del mito de la fotografía como un tragaluz mediante el cual toda una vida puede quedar comprimida en un solo instante. Si he desaprobado en líneas anteriores la actividad del fotógrafo como una tarea de “escribir con luz”, al llegar aquí me desdigo momentáneamente. ~

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(ciudad de México, 1956) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es 'Persecución de un rayo de luz' (Conaculta, 2013).


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