¿Existe la casa mexicana? ¿Podemos hablar de la arquitectura mexicana aplicada al espacio doméstico como algo propio y diferenciado, que responda a las particularidades idiosincrásicas de México como lugar y como cultura? Se ha tendido a responder afirmativamente a esta pregunta desde posiciones esquemáticas y a veces demagógicas que sólo identificaban la "casa mexicana" con el adobe, el aplanado o el uso del color, todo ello procedente del archivo de la arquitectura popular mexicana. Pero siguen quedando preguntas y respuestas en el aire desde una lectura más crítica y contemporánea que asuma la arquitectura como fenómeno cultural, más que como estandarte nostálgico.
Recientemente he tenido ocasión de analizar un grupo de diez casas de autor, de reconocidos arquitectos mexicanos, para un libro de próxima aparición (El espacio mexicano, Editorial RM, 1999). Ahí se presentan exhaustivamente notables ejemplos de la arquitectura residencial mexicana contemporánea, que reaccionan activa o pasivamente ante la casa de don Luis Barragán, máxima expresión de la arquitectura de este siglo y paradigma de la modernidad mexicana. Son obras recientes de Teodoro González de León, Marco Aldaco, Isaac Broid, Ricardo Legorreta, José de Yturbe, Javier Sordo, Enrique Norten y Bernardo Gómez-Pimienta, López Baz y Calleja, Alberto Kalach y Andrés Casillas, que, lejos de tener valor estadístico, son representantes de calidad de las distintas tendencias que comparten la realidad arquitectónica actual.
Ninguna de estas residencias renuncia a las ventajas espaciales de la tradición mexicana ni al confort de la modernidad. De Barragán toman la sobriedad, la amplitud de los espacios y la privacidad con respecto al mundo exterior para abrirse al refugio perfecto del hogar. También aprenden de la relación ambigua entre interior y exterior, el dominio de la luz y, en algunos casos, el uso del color.
Lejos de la "máquina de habitar" que adoctrinaba Le Corbusier, las casas mexicanas contemporáneas no son experimentales ni son modelos repetibles. Sus autores finiseculares, advertidos del peligro del culto a la originalidad, más proclive al cambio que a la mejora, tratan sólo de depurar los modelos vernáculos de casa con patio, desde distintas perspectivas estilísticas.
Se apuesta más por la casa-refugio que por la vivienda-escaparate, en hábiles combinaciones de geometría y materiales, de cultura y estilos, que van del expresionismo volumétrico del concreto aparente de González de León, al neovernacular cromático de Legorreta o De Yturbe, pasando por los elaborados detalles de acero y madera de López Baz y Calleja. Sólo en algún caso estas residencias son campo de pruebas o laboratorio del arquitecto, aunque todas ellas son hitos significativos de sus respectivas carreras.
Tanto las urbanas como las rurales gozan de una ambigua y rica relación entre el espacio interior y el exterior. Lejos de la vivienda-mínima, sus programas son extensos y complejos aunque bastante convencionales, y toda propuesta está encaminada a la definición estética y espacial. Así, las casas urbanas desarrollan el volumen edificado alrededor o al lado de un patio al que se vuelcan, las otras ponen de relieve su carácter centrífugo y expansivo proponiendo relaciones con los árboles, las vistas o la topografía.
No se recurre a técnicas sofisticadas sino que se recuperan técnicas y materiales populares, hasta en las casas de los arquitectos tecnológicamente más vanguardistas. En cambio la sofisticación y el lujo procederán de los espacios exultantes y de las grandes dimensiones de los elementos arquitectónicos y de los materiales.
Los espacios domésticos pintados de Legorreta, De Yturbe, Sordo, Casillas y Aldaco seguirán los pasos de Barragán. Los demás dejarán que la naturaleza del exterior aporte toda la gama cromática sobre las superficies neutras del interior. Salvo en las casas de Broid, Norten y Kalach, la estructura no es evidente, ya que entorpece los requerimientos formales y escenográficos de sus programas.
Si Barragán conformó espacios con la luz, bañándolos, cabe decir que todas las casas analizadas tienen una relación activa con ella. Los parteluces, las pérgolas, las palapas o las dobles fachadas serán los ambiguos elementos de transición entre interior y exterior. Como el maestro también, las casas de Legorreta, Broid, Kalach, De Yturbe o González de León disfrutan del paseo arquitectónico corbusiano, que les confiere mayor complejidad en movimiento.
Partiendo de la mimesis de la arquitectura vernácula y de los criterios compositivos académicos, Barragán recorrió todo el camino de la arquitectura moderna hacia la abstracción y la depuración formal, manifiesta en su propia casa, obra maestra de este siglo que se acaba. Las casas que la acompañan en este libro comparten el carácter autobiográfico: son obras de autor, son casas de arquitecto. Unas entienden la casa como concatenación de espacios y patios cotidianos; en otras se busca un espacio ideal, perfecto, platónico. Algunas son para vivir, como la de don Luis Barragán o las de Broid, Aldaco, Kalach, Casillas o González de León. Otras, en cambio, son escenarios para mostrar, como la de López Baz y Calleja, Sordo o De Yturbe, donde el ámbito doméstico congelado se activa para eventos sociales. Todas ellas incorporan las mejoras tecnológicas que la industria ofrece a la arquitectura, aunque en algunos casos conserven su aspecto "popular".
Pero queda por responder la pregunta que implícitamente se desarrolla en este texto.
Lejos de caer en el reduccionismo tranquilizador y homogeneizante de las respuestas contundentes, cabe destacar que, dentro de la variedad y complejidad de las arquitecturas mexicanas contemporáneas, existen ciertas constantes: hermetismo hacia el contexto, ambigüedad entre interior y exterior casi siempre alrededor de un patio, y prioridad de los aspectos estéticos y a veces escenográficos sobre los aspectos constructivos, estructurales o funcionales, en un balanceo entre el deseo de pertenencia a la cultura vernácula y su compromiso con la modernidad. –