Basten dos botones de recientísima crítica de poesía para documentar mi alarma: "En sus poemas, continente y contenido crean, de manera paradójica y casi inexplicable, una subjetividad llena de objetividad". Y "En sus mejores poemas hay una igualdad entre lo prosaico y lo lírico y, en general, entre lo interior y lo exterior". No los acusaré de oscuros o difíciles, pues se entienden (se entiende que no dicen nada), sino de vagos, blandos, teorizantes, retóricos y esencialmente huecos. ¿Qué sabemos del poeta Watanabe después de leer la nota de Víctor Manuel Mendiola? Que es peruano. Que Eduardo Chirinos y Daniel Sada también lo han leído. Que en su poesía hay equilibrios: entre cosa y palabra, entre forma y fondo, entre lirismo y prosaísmo. Que es concreto. Pero leo los fragmentos que Mendiola propone de la poesía del peruano (quiero insistir: es del Perú) y respiro aliviado: a pesar de los afanosos intentos del crítico por desviar mi atención, ahí hay poesía, una que no se merece el deslumbrante envoltorio con que me es ofrecida. No es obligación tener ideas sobre la poesía. Si las hay, habría que meditarlas en un silencio concentrado y destilar de ellas una lectura personalizada y, por ello, nueva. El moño de la ofrenda es lujo puro: "Pocos son capaces de ver un poema cuando muchos no lo ven". Imposible discrepar. –
(ciudad de México, 1969) es poeta. Es autor, entre otros títulos, de 'Bipolar' (Pre-Textos, 2008), 'Pitecántropo' (Almadía, 2009) y 'Ex profeso' (Taller Ditoria, 2010).