Los imperialistas

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En las semanas después del 11 de septiembre, los estadounidenses (y buena parte del resto de los infieles) se han dedicado a preguntarse cuáles son las raíces del odio fundamentalista que llevó el terror a los cielos de Nueva York y Washington. En los estantes de las librerías de Estados Unidos abundan las posibles explicaciones: biografías de Bin Laden, tomos enteros sobre guerras biológicas y, en un lugar de privilegio, un pesado ladrillo de casi quinientas páginas que se ha convertido en la lectura de moda: Empire, de Antonio Negri y Michael Hardt.
     Lo que distingue a Empire del resto de los libros en boga es que, bajo cualquier otra circunstancia, el volumen habría quedado muy probablemente olvidado en algún catálogo académico. Antes del II-S, el texto de Negri y Hardt se había vendido poco. Si bien es cierto que su desfachatada teoría de movimientos político-sociales-económico-biológicos ya había despertado gran  interés en las universidades estadounidenses, no fue hasta los atentados cuando el libro adquirió un nuevo matiz: masivo manual introductorio al antiamericanismo.
     Hardt es un académico de la universidad de Duke, y Negri un anarquista italiano preso (aunque sale de la cárcel durante el día para visitar a la novia). El detenido es todo un personaje. Sentenciado culpable, en 1979, de ser el autor intelectual del secuestro y asesinato del político demócrata cristiano Aldo Moro, Negri evitó ir a prisión al ganar un escaño parlamentario. Cuando la Cámara de Diputados italiana le quitó el puesto, Negri huyó a Francia, donde dio algunas clases (Hardt fue uno de sus alumnos). Finalmente regresó a Italia en 1997 y se entregó voluntariamente a las autoridades. Desde entonces es un (semi) preso célebre.
     El libro de ambos alega, en pocas palabras, que la era del imperialismo ha llegado a su fin y le ha dejado su lugar a un nuevo sistema que se llama, curiosamente, empire. La idea es que el asunto se convierta en una teoría maestra (ahora usted podrá llamarse imperista, así como antes fue comunista o capitalista). Ser imperista implica creer que el mundo se mueve a través de los hilos de las grandes corporaciones y de sus grandes aliados, las entidades internacionales que ayudan a regular su ir y venir: la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y demás. Bajo el empire, los intereses comerciales ejercen un nuevo dominio, sin fronteras, sobre la población del mundo. La principal arma de estos consorcios no es el capital: es la palabra, la comunicación. La globalización en la era del empire es un arma que instala al mundo en un gris tristemente homogéneo. Este nuevo sistema provoca, de vez en cuando, reacciones disidentes. Negri y Hardt empalman dichas protestas con el advenimiento de su teoría maestra. En el libro, ambos autores señalan la Intifada, la Plaza de Tiananmen y —faltaba más— Chiapas como muestras de estas reacciones que "saltan verticalmente para tocarse en el plano global".
     Como era de esperarse, Empire ya ha sido adoptado como una Biblia por los movimientos globalifóbicos, que ven en el libro, como con el ya célebre No Logo de Naomi Klein, un verdadero catálogo de sus aversiones. Ha sido tal el éxito de Empire que incluso el mismísimo New York Times lo ha calificado como la "Siguiente Gran Idea" (no poca cosa, incluso en el mundo imperista).
     Sin embargo, ese caluroso recibimiento posterior al 11-S se ha enfriado paulatinamente. Quizá la reseña más agresiva fue la publicada por Alan Wolfe en The New Republic. Para él, Empire no es más que un inventario de falsas premisas. No es cierto, dice Wolfe, que Marx estuviera preocupado con la llegada de una catástrofe ecológica, como señalan Hardt y Negri. "Marx —dice el reseñista— celebraba la industria por encima de la agricultura, era un modernista decidido, feliz de ver 'la idiotez de la vida rural' destruida de una vez por todas". Wolfe también critica el intento de unidad de esa supuesta disidencia mundial que proponen los autores de Empire: las protestas que tanto ponderan Hardt y Negri tienen poco que ver una con la otra, y nunca estuvieron enfocadas en contra de "un enemigo común". Después de enumerar decenas de objeciones, concluye que Empire es un libro que oculta sus verdaderas intenciones, un lobo con piel de oveja. Hardt y Negri sólo están vistiendo, parece decir Wolfe, su anquilosado marxismo con un nuevo disfraz: el ataque a la desigualdad. Es decir, detrás de Empire sigue estando, como siempre, el viejo eje marxista: la conciencia de clase.
     Más allá del súbito éxito provocado por los ataques del 11-S o de ciertos disparates en el texto (Negri y Hardt señalan que los seres humanos nos hemos convertidos en cyborgs), Empire ha agitado los aires de la polémica. Habrá que ver si, con el paso del tiempo, se convierte de verdad en la "Siguiente Gran Idea" o queda arrumbado en las bodegas de los centenares de librerías que existen allí, en el seno del Imperio.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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