Los libros y la UNAM

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Un mérito callado de la Feria del Libro en el Palacio de Minería es su continuidad. Muchas buenas iniciativas degeneran o desaparecen. Afortunadamente, desde hace un cuarto de siglo, la Feria reaparece cada año en el mismo lugar, las mismas fechas, con el mismo formato y hasta respetando los emplazamientos de los expositores, localizables donde uno ya sabe. Se han hecho algunas mejorías, y cabe hacer otras.
     Hay quienes se quejan de que la entrada cuesta, pero la verdadera molestia son las colas para pagar. Son inmensas, y disuaden a algunos visitantes, que prefieren no entrar. En un momento dado, puede haber más de cien personas formadas, además de ocho cuidando la formación. Si estas ocho vendieran boletos, como si fueran revendedores, no habría colas. Otras soluciones: Abrir cajas de servicio rápido para los visitantes que lleven la cantidad exacta del pago. Redondear el cobro a cinco y diez pesos, en vez de seis y doce, para simplificar. Abrir cajas en la plaza de enfrente. Poner máquinas que reciban el dinero, entreguen el boleto y den cambio. Las colas no se producen por la cantidad de visitantes, sino por la forma de atenderlos.
     Otra molestia innecesaria es prohibir el paso con mochilas, algo difícil de explicar. Para sacar libros robados, igual sirven las bolsas que dan los expositores. Nadie revisa a la salida, ni sería práctico.
     Una falla común de los expositores es que no tengan cambio, ni acepten el pago con tarjeta. La Feria puede darles un servicio de rondines que vayan de caja en caja repartiéndoles cambio. Para los visitantes, puede ofrecer cajeros bancarios automáticos.
     Otra falla común es que no exhiban sus libros poco vendidos. Si no están a la mano en las librerías ni en la Feria, ¿cómo van a llegar a sus posibles lectores? Gran parte del atractivo de la Feria está en los hallazgos. Empezando por el fondo de la UNAM, desgraciadamente incompleto.
     Quienes llegan a enterarse de un libro interesante de la UNAM, y sufren para conseguirlo (en librerías, incluso de la UNAM, o en las variadas dependencias donde se publican, empezando por investigar de cuál se trata, dónde está, a qué horas vende y con qué trámites), agradecen la oportunidad de tenerlos a mano, cuando menos una vez al año, en vez de peregrinar de un lado a otro.
     La UNAM es una selva editorial de un centenar de sellos independientes que no publican para el público: imprimen para la bodega y, sobre todo, para que conste en el currículo del autor y el informe departamental. Esto sucede en todas las universidades, porque el mundo universitario tiene una “cultura” (asalariada, jerárquica) distinta, cuando no opuesta, a la del mundo editorial (de “cultura” free lance). No trabajan para el lector, sino para el sinodal. Lo cual no tiene solución, aunque se ha mitigado en otros países, creando editoriales independientes de la jerarquía académica. Aún así, cuando Lindsay Waters, Editor Ejecutivo para las Humanidades de la Harvard University Press, se atrevió a publicar los artículos que recoge en Enemies of promise: Publishing, perishing, and the eclipse of scholarship, fue visto como traidor a la institución.
     Nadie sabe cuántos libros al año produce la UNAM, pero no bajan de mil títulos, millones de ejemplares y cientos de millones de pesos, tirados a las bodegas. Hay más de cuarenta países cuya producción nacional no llega a tanto, según el último Anuario estadístico de la UNESCO (1999). Esa magnitud (de escasa repercusión, fuera del mundo curricular) ha sugerido proyectos de integración, que han sido mal recibidos por los editores departamentales. La razón es obvia: todos quieren ser dueños de su propio micrófono, aunque nadie los escuche, y desconfían de una burocracia central que determine a quién se escucha y a quién no. La solución políticamente viable sería respetarles el micrófono, y crear una ventana aparte hacia el mundo externo: una especie de Grupo Editorial UNAM, que ni siquiera centralice la distribución, pero sí pueda crear un escaparate colectivo, con ventas al público (como la Feria anual, pero permanente, virtual y con el fondo completo de todos los sellos). A los editores departamentales no se les pediría más que una copia electrónica de cada título y cien ejemplares impresos.
     Los cien ejemplares se destinarían a las librerías de la UNAM y a la venta directa, empezando por ofrecerlos en Amazon. Hasta hace poco, Amazon exigía a sus proveedores tener bodega en los Estados Unidos. Ahora también acepta bodega en México o Canadá, lo cual abre la puerta a los editores mexicanos. Muchos lectores de la ciudad de México, ya no se diga del resto del país y del extranjero, pagarían con gusto el envío desde los Estados Unidos: sería más rápido, seguro y barato que peregrinar en busca de un libro de la UNAM. Una vez que opere esta distribución, el aprendizaje y los preparativos servirían para dar un servicio semejante desde México. Preparar libros para Amazon es un trabajo de horas para cada título, pero tiene la ventaja de que sirve para muchas otras cosas. Sin esos preparativos, no es posible que el lector se tope con el libro, vea la descripción, lea comentarios y lo “hojee” en línea, para ver si le interesa.
     El Instituto de Investigaciones Jurídicas ha creado un portal (www.bibliojuridica.org) que puede servir de modelo a otros editores de la UNAM. No sólo ofrece en línea el texto completo de sus publicaciones (libros y revistas) para ser leído en pantalla, sino que vende en línea ejemplares impresos. También ofrece el texto completo de publicaciones ajenas, que no vende, pero están en la biblioteca, con los permisos correspondientes (es de suponerse). Además, recibe y publica comentarios de los visitantes (pudiera añadir una invitación a que cooperen señalando erratas, en una fe de erratas pública). Como si fuera poco, sus publicaciones pueden leerse desde que están en prensa, aunque todavía no haya ejemplares impresos. Cabe recordar que alguna vez McGraw-Hill intentó vender sus libros científicos como ebooks, y no le fue muy bien, aunque el precio era el mismo y estaban a la venta dos meses antes que la versión impresa. Pero la ventaja de que se pudieran hojear en línea tuvo un efecto inesperado: subieron las ventas de ejemplares impresos. El portal funcionó como escaparate.
     Si cada editor independiente de la UNAM desarrollara un portal semejante, no sería difícil integrar uno global, ofreciendo al lector lo que prefiera: buscar, informarse, hojear y comprar libros del fondo completo de la UNAM, ya sea en Amazon, en el portal central de la UNAM o en el portal independiente de cada editor. Más ambiciosamente, se pudiera aumentar la cobertura hasta tener, no sólo un catálogo histórico de todas las publicaciones de la UNAM, sino el texto completo de las mismas, para ser leído en línea, desde cualquier lugar del planeta.
     Desgraciadamente, todos los proyectos de integración bibliográfica de los feudos de la UNAM han fracasado. Tanto los de integración física, como los de integración simbólica. No hay un lugar (ni siquiera la Biblioteca Nacional) donde estén absolutamente todos los libros publicados por la UNAM, en todas sus ediciones; aunque la UNAM exige ejemplares gratuitos (por ley) de todo lo que se publica en México, a todos los otros editores. Las librerías de la UNAM no tienen a la venta el fondo completo, y en muchos casos ni se enteran de los títulos disponibles. Alguna vez se montó una distribuidora de libros de la UNAM que nunca pudo integrar el fondo completo, y desapareció. No hay siquiera un catálogo histórico, como los publicados por el Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI. El Repertorio de la producción bibliográfica de la UNAM, publicado en 1983 por Judith Licea de Arenas, no cubría más que 1973-1979, y ahí quedó. El Centro de Información sobre Libros de la UNAM (que estuvo en Avenida de la IMAN 5 y luego en Universidad 3000) nunca logró tener información completa y al día de lo que se publicaba, y acabó clausurado. En alguna encuesta editorial, fue imposible localizar un vocero autorizado de la UNAM que tuviera estadísticas anuales de todo lo publicado, con los criterios de la UNESCO (títulos y tirajes, distinguiendo primeras ediciones, libros de texto, traducciones, temas, etc.). La Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial tiene un portal (www.libros.UNAM.mx) que no funciona, otro abandonado incompletísimo (www.UNAM.mx/fomed) y otro (www.publicaciones.UNAM.mx) que no llega a mayor cosa: ofrece en línea su último boletín, anuncia una gaceta que todavía no existe, invita a actividades que ya sucedieron y ofrece catálogos que responden: “No puedo conectarme a la base de datos.”
     Quizá un hado piadoso ha decidido que los libros de la UNAM es mejor esconderlos. –

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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