Luis Barragán dejó en sus casas y jardines un trazo que puede conducir hasta el oculto centro de su obra. Pero dejó algo más: una biblioteca y un vasto archivo personal que se encuentra al cuidado de la Fundación de Arquitectura Tapatía. Al repasar los volúmenes que conforman la biblioteca salta a la vista la pasión lectora de Barragán. Algunos de sus libros muestran las huellas de haber sido leídos y releídos escrupulosamente: dobleces en las esquinas de las hojas, subrayados de distintos colores, anotaciones en los márgenes e, incluso, severas tachaduras que reflejan su descontento o su franca inconformidad con un determinado párrafo. Una primera aproximación a este legado fue hecha por Alfonso Alfaro en el libro Voces de tinta dormida. Itinerarios espirituales de Luis Barragán (1996), un trabajo pionero en el que podía ya advertirse la naturaleza de la veta que aguardaba al investigador.
En busca de Luis Barragán, de María Emilia Orendáin, es un relato de vida y un minucioso examen de las zonas menos visibles de esa vida, de su “realidad íntima”, para decirlo con las palabras de Paul Claudel que cita la autora. “A lo largo de todo este libro anota hacia el final no se va en busca de una imagen bien fuera la que Barragán construyó de sí mismo para los demás, o la que se ha formado a partir del cada vez mayor reconocimiento de su obra, sino de un hombre.” El hecho de que este hombre sea uno de nuestros mayores arquitectos constituye una referencia indispensable en el arte del siglo pasado, pero lo que María Emilia Orendáin se propuso fue establecer los diversos itinerarios de una obra que debe ser entendida en la más estrecha asociación con la vida, hasta conformar un binomio inseparable. Vida y obra en un solo organismo, alimentadas por un mismo sistema circulatorio.
Son tres los volúmenes de que consta la obra. Una trilogía cuyas líneas de estudio son convergentes y recíprocas. El recorrido de la simplicidad, título del tomo inaugural, gira en torno a dos ejes principales: una extensa entrevista concedida por el arquitecto en 1962 y un libro, Los jardines encantados, de Ferdinand Bac. En estas páginas Orendáin examina la pasión de Luis Barragán por el aspecto sagrado del mundo, su lucha por encontrar en la tradición de la arquitectura mexicana los elementos de un saber universal, la conformación de una poética del espacio que se instaure en la contemporaneidad y que se resiste a inmovilizarse en una definición, pero que privilegia lo que la autora llama “el significado existencial del habitar” y el valor de la intimidad. Orendáin cita largos párrafos de la entrevista mencionada y comenta al calce. (Éste será, por otra parte, el método que de manera invariable habrá de seguir a lo largo de los tres volúmenes: la cita exacta y el comentario que sondea, propone respuestas e invita a la reflexión.) Resulta particularmente significativo el estudio que hace Orendáin de la influencia que la figura y la obra de Ferdinand Bac ejercieron en la trayectoria del arquitecto mexicano, impronta que Barragán reconoció siempre. Un libro de Bac, Les jardins enchantés, publicado en 1925, reviste una importancia capital. “Todo el ideario artístico y moral de Barragán me parece compendiado en este libro”, afirma la autora y es probable que tenga razón. No voy a detenerme en la escasa repercusión que parece haber tenido este libro en las letras francesas del siglo pasado, pues lo que en verdad cuenta es averiguar cómo esta obra, que bien podría ser leída como una rareza del romanticismo tardío, iluminó de forma tan certera los trabajos y los días de nuestro arquitecto. Lo que se agradece en la lectura de María Emilia Orendáin es su capacidad para trazar los perfiles y establecer los puntos de contacto entre las ideas, los temas y las sensibilidades de ambos artistas. “Los hombres que viven de las proximidades no aspiran más que polvo”, escribe Bac en una línea memorable.
Mejor que el pensamiento filosófico, Luis Barragán frecuentó con asiduidad las obras de ciertos filósofos y pensadores en busca de un saber sobre la vida. El diario de un alma, título del segundo volumen de la trilogía, recoge los frutos mejores de esta relación. “Antes que la línea y el punto, escribe Orendáin, está la cuestión de la existencia, la actitud ante la muerte y la pasión amorosa. ¿Qué significa aquí el ‘antes’? Que lo que expresa la línea, el punto, el plano, el sólido es el significado personal del acto de ser y del acto de habitar.” Ser y habitar, dos coordenadas que ocupan un lugar eminente en el ideario de Barragán. De acuerdo con la clasificación de Pascal, la autora sitúa al arquitecto entre los lectores que buscan en la filosofía una razón vital, una consolación para la existencia y, más aún, un modo de vida. Además de los valiosos apuntes de los cuadernos rojos, las cartas y las tarjetas del archivo personal de Barragán, Orendáin hace un seguimiento de los subrayados y las marcas en dos libros principales, los Pensamientos de Marco Aurelio y Los caracteres de Jean de la Bruyère. En el estoicismo del emperador romano Orendáin cree encontrar, resumidas, las grandes preocupaciones del arquitecto: la contingencia, la banalidad, la fama, el sufrimiento, el misterio de la muerte, Dios. “Bajo la superficie plácida de este gentleman y dandy, escribe, hay un hombre que siente el tormento de estar vivo: ésa es la intimidad de Barragán.” Es éste el tomo medular de la obra. No sólo porque se halle en el centro de la composición, sino porque de su relación con la filosofía el arquitecto parece extraer el significado profundo de sus obras y una suerte de aliento moral para su vida. Lo que parece seducir a Barragán en el libro de La Bruyère es la agudeza del pensador francés para el análisis psicológico y la penetración de una expresión literaria que encuentra en el aforismo y la sentencia una gran precisión. Resulta revelador, en el contexto de este relato de vida que configuran los tres libros de Orendáin, que las primeras marcas realizadas por el arquitecto en su ejemplar de La Bruyère correspondan al capítulo titulado “De las mujeres”. No son ellas, en la vida del arquitecto, una preocupación menor. Aparecen ya en la figura idealizada de la Minguilla de los Jardines encantados y volverán al final de esta trilogía, cuando se comente la correspondencia íntima del arquitecto. (Otro de los aciertos de En busca de Luis Barragán es la abundancia de los materiales gráficos que lo acompañan, muchos de los cuales se publican por vez primera: reproducciones de fotografías, cartas, notas, páginas de libros que a la vez que ilustran dialogan con el discurso analítico y contribuyen a crear una atmósfera de confianza en la que el lector puede sentirse como un invitado de privilegio en los entretelones de un mundo absolutamente personal.) Mujeres de una belleza poco convencional, a las que en un doble movimiento Barragán anhela y rehúye, desea y teme, con las que se fascina y decepciona.
“Marcel Proust, anota Orendáin, es el autor más leído e incluso transcrito por Luis Barragán. La obra de Proust fue para el arquitecto una herramienta de indagación de su propio yo, particularmente en un aspecto: las múltiples facetas de sus relaciones amorosas.” No es difícil advertir cómo la personalidad del novelista un dandy que es también un solitario y un recluso pudo resultarle tan cercana al arquitecto. Los cuadernos de Barragán recogen, a lo largo de sesenta páginas, citas extraídas de los siete tomos que componen En busca del tiempo perdido; pero aquí, como explica la autora, el número de fuentes se complica de manera notable, pues hay también citas de otros escritores e intérpretes del corpus proustiano. El instante fugaz, título del último volumen de esta trilogía, es el pormenorizado recuento de esta lectura y el estudio de una configuración espiritual a través de la cual Barragán establece una noción del amor medido por el tiempo y por la naturaleza cambiante de nuestras vidas. “Todos los seres humanos, quiéranlo o no, se hallan sumidos en el tiempo y son arrastrados por la corriente de los días. Toda su vida es una lucha contra el tiempo. Pretende apegarse a un amor o una amistad, pero esos sentimientos no pueden sostenerse en la superficie sino unidos a seres que se disgregan de nosotros y desaparecen en la sombra, sea por su muerte, sea porque se alejan de nuestra vida, sea porque nosotros mismos cambiamos.” Barragán subraya con énfasis este párrafo en su ejemplar del libro En busca de Marcel Proust, de André Maurois. “Aquí explica Orendáin domina el tema de la pasión amorosa y el arte como modo de enriquecerla, alimentar su misterio, asimilarlo al secreto de la vida.” En efecto, los subrayados en el libro de Maurois y las transcripciones de Proust en el cuaderno rojo del arquitecto se prodigan y establecen un juego de espejos, un intercambio de luces y sombras que la perspicacia de María Emilia Orendáin nos ayuda a discernir. Mediante sus comentarios el lector avanza por una zona difícil, una “zona desconocida” que reserva el misterio de la relación amorosa, construida muchas veces sobre cimientos frágiles. “Se ama, dice Proust, a base de una sonrisa, una mirada, un hombro. Eso basta y entonces, en largas horas de esperanza o tristeza, fabricamos una persona, componemos un carácter.” Las fotografías y las cartas que conservó siempre Barragán de sus amigas y de sus amantes dan puntual evidencia de esta afirmación. Una selección de estos documentos complementa el volumen y nos pone en contacto directo con una porción de lo que quizá haya sido la franja de mayor reserva en la intimidad de Luis Barragán.
Escribimos biografías porque nos interesa lo humano, dedicamos nuestros empeños a averiguar en las vidas de otros con la esperanza de encontrar a través de ellas, mediante su estudio y reflexión, datos que puedan alumbrar las nuestras, enriquecerlas y, quizá, dotarlas de un nuevo sentido. En esta perspectiva, la recherche de María Emilia Orendáin se convierte en inapreciable testimonio de nuestra sustancia humana. –
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