Romance oculto
En su artículo “Federico Gamboa y el desfile salvaje”, en el número 2 de Letras Libres, José Emilio Pacheco propone, con toda razón, que
“El único diario de verdad íntimo es el que nos avergonzaría hallar publicado. Lo demás es una ficción autobiográfica que adopta la estrategia narrativa del diario. Es curioso ver los métodos a que recurrieron los diaristas secretos. Víctor Hugo resucitó el español de su infancia en Madrid para describir sus actividades sexuales. Leandro Fernández de Moratín recurrió al poliglotismo: ‘Ici Paquita and mother… Scherzi cum Paquita, quam osculavi’.”
Leyendo el Diario (1825) de Samuel Pepys (1633-1703), me encontré con la misma estrategia erótico/políglota entre los espléndidos cuadros de la Restauración, los hechos y deshechos de Charles II, la crónica de la Gran Peste o el Incendio de Londres.
En la entrada del 6 de mayo de 1668, el ardiente don Samuel registra un furtivo encuentro con una amable señorita que renta su virtud en un chelín. Temeroso de su señora esposa, proclive a meter sus narices en el diario de su marido —en pos de información sobre dónde éste, a su vez, mete his cosa—, Pepys se narra en lengua romance su romance:
…Then I did see our Nell, Payne's daughter, and her yo did desear venga after migo, and so ella did seguir me to Tower-Hill, to our back entry there that entrant into nostra garden; and there, ponendo the key in the door, yo tocar sus mamelles con mi mano and su cosa with mi cosa et yo did dar-la a shilling… ~
Peronismo
Acaba de aparecer en la colección Escritores de América que coeditan Anaya, Muchnik y el Ayuntamiento de Málaga, la Poesía de López Velarde, antes inaccesible en España, preparada por Saúl Yurkievich. La edición popular incluye una sabia introducción de 50 páginas que, por un lado, traza las coordenadas adecuadas para hospedar al nuevo lector español y, por otro, aporta finas observaciones para la cultura lópezvelardeana. Se impone leerlo.
Por otro lado, me encanta una nota de Yurkievich a “Gavota”, ese poema de El son del corazón en el que López Velarde, en trance de describirle a Dios el tipo de muerte que quisiera merecer, le solicita como abogada a una muchacha
…que de ir por los caminos
tenga la carne de luz
de los perones cristalinos.
Es curioso que, tan habituados a perones, a un argentino se le complique esa palabra. Como desconoce el significado mexicano de “perón”, Saúl se enfrenta a un dilema que opta por resolver. Acude a los diccionarios y donde debería estar “perón” no hay nada. Arriesga entonces esta interpretación:
Los “perones”, plural anómalo de
'peroné'; el cambio de acentuación responde a razones métricas, a fin de hacer coincidir el acento gramatical con el versal (p. 236).
Interpretación errada, pero interesante: Saúl concluye, por metonimia, que de tanto caminar, el peroné se le ha iluminado a esta muchacha, y que, otra vez por metonimia, la luz del hueso contagia la carnosa pantorrilla que lo cubre. Si Yurkievich hubiera tenido a la mano el Diccionario de mexicanismos de Santamaría, éste le hubiera explicado que entre nosotros hay una fruta (anómala) que se llama “perón”: pera masculina y proletaria, menos nalgona, agridulce al paladar y pulpa sin duda luminosa. Por no tenerlo, cometió un error tan bonito que propongo que lo convirtamos en acierto. ~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.