¿Penacho? ¿de Moctezuma? ¿en Viena?

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El interés popular por el Penacho de Moctezuma comenzó en 1952, cuando Fernando Gamboa planeaba en Europa (París, Estocolmo, Londres) la famosa exposición Obras maestras del arte mexicano desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días. Ante la imposibilidad de contar con esa obra maestra, se empezó a crear una especie de halo mítico alrededor suyo. Por eso mismo, pocos años después se confeccionó una copia, la misma que aún hoy vemos en el Museo Nacional de Antropología. El duplicado genera en no pocos casos sentimientos mellizos: por un lado, la admiración por la plumaria mexica, y por otro, un resentimiento solapado porque Anáhuac prescinde de su reliquia. Poco extraña que entre los mexicanos que visitan Viena se oigan algunas quejas, y hasta injurias: “¡Rateros!”, “¡Devuélvannoslo!”, “¿Ya viste?, y encima nos mandan a Maximiliano”.

 

¿Penacho?

Moctezuma obsequió a Cortés generosamente a su llegada a Tenochtitlan. Según la leyenda, le regaló incluso un penacho suyo elaborado con plumas de quetzal y otras aves, y adornado con discos de oro. Pronto se lo envió a Europa. Hacia finales del siglo XVI se lo subastó en Suabia, donde Ferdinando II, archiduque de Austria y conde del Tirol (1529-1595), lo adquirió. Ferdinando era el hermano menor del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Maximiliano II, insaciable coleccionista de arte y uno de los primeros en interesarse por el arte del Nuevo Mundo. Construyó el castillo de Ambras para albergar su colección, que descollaba en armaduras y retratos firmados por Cranach, Tiziano, van Dyck y Velázquez.

Originalmente se inventarió el penacho en 1596 como un sombrero morisco. Al siglo siguiente se lo consideró indígena, y por fin en el siglo XIX como de origen mexicano. Hoy el Museo de Etnología de Viena sostiene que se trata de un tocado o atavío para la cabeza (Kopfschmuck) de antiguo origen mexicano.

En las últimas décadas, sin embargo, se cuestionó que se trate de un penacho. El investigador Teoberto Maler (1842-1917), por ejemplo, se lo imaginaba anudado al cuello, con lo cual veía una especie de delantal o de capa según colgara al frente o por atrás. La versión de Maler ha tenido sus seguidores, como Rafael Martín del Campo, ornitólogo y herpetólogo del siglo pasado, y en nuestros días Miguel Gleason, un entusiasta estudioso del arte mexicano en Europa.

 

¿De Moctezuma?

Por su origen mexicano se asoció el penacho con Moctezuma, aunque faltan las pruebas contundentes para adjudicárselo. Christian Feest, director del museo vienés, explica que sí se trata de un tocado pero que no pudo haber pertenecido al tlatoani, pues ellos ostentaban, en realidad, una diadema de turquesa como signo de su dignidad. Feest sostiene que era parte del traje de algún alto sacerdote. “La expresión antiguo tocado de plumas mexicano para la cabeza (altmexikanischer Federkopfschmuck) muestra los resultados de una comisión austromexicana de expertos que se reunió en 2000 y 2001, y que resolvió dejar de lado la expresión de Moctezuma (Kopfschmuck Moctezumas).” No extraña, pues, que el museo austriaco lo presente –virtualmente, pues la colección está cerrada desde 2004, y no hay certeza de cuándo se reabrirá– como perteneciente a un sacerdote.

Este mes se inaugura una exposición mayor en el British Museum engarzada en la serie de grandes gobernantes: Moctezuma: Aztec Ruler. Instintivamente, los ingleses pidieron el penacho a los austriacos. “Por diferentes motivos nos negamos, ante todo por motivos de conservación”, explica Feest. “Pero en buena parte también porque no tenemos ganas de seguir nutriendo la leyenda que vincula al penacho con Moctezuma.”1

 

¿En Viena?

Al margen de toda seriedad se devanea el señor Antonio Gomora, uno de los personajes más folclóricos de Viena, quien se hace llamar Xokonoschtletl; Xoko, para los cuates. Llegó hace más de veinte años a Stuttgart como guía de turistas, y desde 1987 ha estado enmitotado con el penacho. A pesar de que no ha entrado desde hace años al Museo de Etnología, con relativa frecuencia se lo ve por ahí, enfrente, vestido o disfrazado como danzante del Zócalo. Hace propaganda y exige la devolución del penacho de Moctezuma a su tierra de origen. Habla por todos los mexicanos cuando dice que necesitamos el penacho de vuelta en el país, pues –arguye– sólo así se cerrará un ciclo cósmico.2

Con una seriedad pareja a la de su compadre Xoko, el populismo foxista prometió repatriar el penacho. Se recordarán las escandalosas fanfarrias que ya le daban la bienvenida y el estruendo mediático por aquellos días. Sin embargo, en Viena se veía todo con otro cristal. Feest cuenta que “por parte del gobierno mexicano nunca se expidió ninguna solicitud oficial. Hace unos tres años hubo una resolución del Parlamento del Distrito Federal [sic] que exigía su devolución, referida a una propuesta de algunos diputados del Parlamento austriaco en Viena. Esa propuesta se trabajó en la Comisión de Relaciones Exteriores del Parlamento austriaco, y antes de las penúltimas elecciones parlamentarias se aplazó sin ninguna determinación, por lo que caducó al disolverse el Parlamento antes de las elecciones. El mayor acercamiento a una intervención oficial mexicana consistió en una sugerencia informal con ocasión de la visita del presidente [austriaco] Heinz Fischer a México durante el sexenio de Fox. Se le sugirió elevar la cuestión del antiguo atavío para la cabeza del plano de los expertos a un nivel político. Pero nunca se le dio continuidad a tal sugerencia”.

Algunas voces, sin embargo, prefieren que se quede en el Viejo Mundo, donde las condiciones climáticas parecen ser más favorables. “Numerosos códices muestran tocados de esta especie. Hubo cientos, tal vez incluso miles de piezas similares, pero todas desaparecieron debido a la fragilidad de las plumas y al clima de nuestro país”, explica Miguel Gleason. “El penacho es una pieza única. Si no se hubiera llevado a Europa, lo más probable es que se hubiera perdido también. Es una fortuna que se haya salvado de la destrucción gracias a que quedó protegido durante siglos en Viena.”

Con la posibilidad de regular artificialmente las condiciones de conservación idóneas, quizá la razón de mayor peso para mantener el penacho en Viena sea el papel que ha asumido de embajador de nuestro pasado, una magnífica carta credencial de las culturas mesoamericanas en tierras europeas.

 

La discusión general hoy

Hugh Eakin ofrece una discusión sin desperdicio alguno en torno a la propiedad, la apropiación y el cuidado de piezas arqueológicas en su texto “Who Should Own the World’s Antiquities?”, publicado el pasado mayo en The New York Review of Books.Eakin replica a las propuestas de James Cuno, director del Art Institute of Chicago, quien polemiza en dos libros aparecidos hace poco.3

Dicho muy sucintamente, Cuno sugiere que las piezas arqueológicas recién descubiertas dejen de pertenecer a los países. Sus dueños somos todos, es la Humanidad –que debería estar representada por una institución distinta del Estado. Esto debilitaría los vínculos estéticos entre el pasado glorificado y la amenaza nacionalista de los países actuales, y generaría el cosmopolitismo y el pluralismo cultural necesarios para crear un nuevo tipo de ciudadanos del mundo.

Tanto Eakin como los gobiernos de países fecundos en patrimonio arqueológico recelan del romanticismo de Cuno. Estos acusan a los museos de las grandes potencias de elginismo –neologismo referido al conde de Elgin, legendario por haber desmantelado el Partenón. Eakin, por su parte, objeta que la participación de las naciones es imprescindible para el manejo de los bienes arqueológicos. Y observa que, debido a una nueva ley, los museos enciclopédicos de Estados Unidos pierden progresiva y fácticamente la capacidad de adquisición de nuevas piezas. Se discute mucho, dice Eakin, y la politiquería no cesa, mientras que la verdadera víctima que paga los platos rotos –botín de la voracidad de países y museos– es el acervo arqueológico.

Más allá de toda discusión científica o apasionada, el penacho mexica –bien protegido en su caja de cristal Swarovski– seguirá indefinidamente embodegado en el museo vienés. ~

 

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1. Por limitaciones presupuestarias tampoco se prestará un abanico de plumas identificado originalmente como parte de los regalos de Moctezuma a Cortés, que luego se dató alrededor de 1550. Viena sí enviará, por el contrario, algunos objetos al Munal para una exposición sobre arte plumaria planeada para fines del año en curso.

2. En 1992 el tabloide más grande de Austria, el Krone, lo llamó, por alguna anécdota que desconozco, mentiroso. Enfadado, se metió en camisa de once varas al demandarlos. Luego ya no se presentó en los juzgados y ahí se suspendió el proceso. Desde entonces, ha sido objeto de cierta mofa por parte de la prensa.

3. Se trata de Whose Culture? The Promise of Museums and the Debate Over Antiquities (2008) y de Who Owns Antiquity? (2009), ambos editados por Princeton up.

 

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Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.


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