Por una academia de la crítica de portadas

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Por la cara
     Una curiosidad llamativa del sign of the times ese es la proliferación de rostros. Esta mañana a primera hora todo tiene rostro. Sus pintores favoritos, sus escritores favoritos, sus futbolistas favoritos, sus vigilantes de la playa favoritas, sus arquitectos favoritos, sus políticos favoritos, sus delincuentes favoritos están unidos a un rostro que usted conoce. Es más. Si no están unidos a un rostro es posible que no los conozca. Es posible que, incluso, suceda lo contrario. Que uno conozca un rostro pero no su nombre, algo que sucede con casi todos lo ministros hasta que no se ven implicados en el descubrimiento de una cuenta B. La cultura del rostro ha llegado, en fin, a un barroquismo tan extremo que incluso el enemigo ése que Bush reconoce que desconoce e ignora tanto su ubicación como de qué va por la vida, tiene rostro. Es posible, por tanto, que el siglo XXI se inicie con una guerra de peli de marcianos contra un rostro. Sería, literalmente, una guerra por la cara, un concepto que ahora adquiriría un significado diferente al que adquiría en pretéritas guerras por la cara. Bueno. A su vez y por todo eso, se ha de señalar que uno de los fenómenos intelectuales más llamativos de este inicio de milenio es, si exceptuamos el tanga, la proliferación del rostro del artista. Ahora que lo pienso, el tanga, esa pieza de ingeniería que potencia la aparición de un par de mejillas donde uno no se espera unas mejillas, igual también es un producto vinculado a la fiebre del rostro, elemento de por sí muy propenso a la mejilla. Ni idea. En fin. No se vayan. Que ahora se los explico. Lo de los rostros. No lo de los tangas.
      
     Echarle cara al asunto
     Todos los productos culturales están vinculados a rostros. Es más, parece ser que sin rostro no existe el producto cultural. Los escritores son sinónimos de su rostro. De manera que, sin rostro, no son escritores. Es decir, no existen, no son vistos como tales, o no llegan a final de mes. De lo que se deduce que la diferencia entre llegar a final de mes o no llegar es consecuencia de su cara. Quiero decir, de que sea conocida. Detengan aquí la lectura de este formidable artículo y formulen esta pregunta. Pregunta: "¿qué escritores conozco, mamá, cuyos rostros desconozco?" Supongo que su madre, como la mía, les habrá contestado que incluso Salinger o Pynchon tienen rostro. La rostrización es sin duda el gran fenómeno actual de la cultura. Fenómeno que adquiere dimensiones incluso divertidas en culturas precarias, sin grandes pretensiones culturales, sin grandes meditaciones sobre sí mismas y que, en un plis-plas, han pasado del gasógeno a la industrialización cultural a gogó. Quizás, por cierto, ésa es una buena descripción de la cultura española.
      
     Invasión de los ultrarrostros
     Por aquí abajo, en una cultura desprovista de grandes emisores críticos, y donde los medios que deberían emitir crítica literaria quizás lo que hacen es constatar la aparición de libros, es decir, una función muy parecida a la publicidad, el rostro se ha convertido en un filón y, tal vez, en la medida de todo. Los libros, la constatación de su existencia se ve orientada a la constatación de la existencia de un rostro. La temporada pasada, por otra parte, la gran meditación de nuestra cultura fue la constatación de varios casos de plagio. Es decir, la incorporación de la obra de varios autores bajo el rostro del autor que firmaba el libro. Este fenómeno, detectado por un fiscal y no por un crítico, explica que los nombres —es decir, los rostros— son tal vez más importantes que sus obras. Que el crítico y el lector esperan más del rostro del autor que de su obra. Que el rostro está supliendo a la obra. Algo no tan descabellado. Quizás en nuestra literatura ulterior faltan grandes voces, grandes individuos, grandes posicionamientos personales. El resultado son novelas no muy diferenciadas entre sí, centradas en temas sentimentales. Quizás los autores tienden, y ahora me pongo generalista, a ser matices de una tendencia gregaria. Matices diferenciados por su rostro. Es posible, incluso, que el lector, al consumir libros, en realidad consume rostros. De hecho, el gran fenómeno de unos años aquí ha sido la incorporación de los rostros en los anuncios de promoción de los libros o, incluso, en las portadas de los libros.
      
     Una solución quiero
     Quizás la solución a toda esta dinámica sea aceptarla. Con un par. Si la propuesta es que el rostro sustituya la obra, o que un autor sea un rostro, o que sin rostro no haya autor, adaptémonos. Sustituyamos la crítica por la crítica de las portadas. Es decir, de los rostros. Posibles aspectos de una new reseña: el pollo ese de la portada a) ¿sonríe?; b)¿lleva gafas?; c) ¿lleva sombrero? —el sombrero, he detectado, es la gran diferenciación de nuestros autores; hay autores con sombrero y sin sombrero; ignoro lo que ello significa, pero debe de ser la pera—; d) ¿ha engordado desde el último libro? —es decir, ¿posee una obra sólida / le ha ido bien la vidorra?—; e) ¿es aún más joven que en su anterior libro? —tendencia común entre los autores de cincuenta años, que escriben en todos los diarios y hablan de todo en todas las tertulias y que evitan ser un tapón generacional rejuveneciendo hasta tener tu edad—; o f) ¿el perrito que lleva en las rodillas es mayor de edad o nos encontramos ante un posible delito? –

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