Tres embrollos y un extravío

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El presidente no ha reemplazado al héroe. Esa es la marca del año uno de Vicente Fox. Perdimos a un ídolo y no ganamos un político. No lamento el desencanto en sí mismo. Por el contrario, lo celebro como una prudente invitación a la modestia y a la paciencia, luego de la fuga utópica de la alternancia. La desilusión del 2001 nos reconcilia con la realidad y nos confronta con las limitaciones de la política. Pero la desilusión también afila sus exigencias: la democracia no necesita desayunar hazañas, aunque necesita logros de vez en cuando. Y es eso lo que el antiguo héroe no ha logrado causar. Después de un año de gobierno, Vicente Fox no tiene ningún orgullo que presumir. Ofrezco cuatro razones para explicar la esterilidad del gobierno de Vicente Fox: tres embrollos y un extravío.
     El primer embrollo ha sido con los aliados indispensables. La orden de los electores en julio del 2000 fue doble. 1) Fox debe gobernar; 2) debe hacerlo con el Congreso. El mandato fue claro, pero no fue entendido por una administración que confiaba en la suficiencia de la popularidad presidencial. La simpatía no es clave de gobernabilidad: la capacidad de gobernar no está en los sondeos de opinión, sino en las alianzas que el gobierno puede formar con los actores cruciales dentro de la legislatura. Por ello ha sido tan costosa la distancia con Acción Nacional. El partido de gobierno juega un papel capital en el contexto de un régimen dividido: sin una alianza compacta con su partido, el presidente entra derrotado a cualquier debate con el Congreso. Pero la tentación populista de Fox y las tradiciones antipresidencialistas del PAN han cocinado la ineficacia del presidente panista. Si siguen lejos les irá mal a ambos. Este matrimonio sí es indisoluble.
     El segundo enredo foxiano ha sido su equipo. Ha sido un embrollo para el gobierno, no solamente por la visible ineptitud de varios de sus integrantes, sino por ausencia de la elemental coordinación política. La unidad es la gran ventaja institucional del Ejecutivo en un régimen presidencial. Frente a la multiplicidad de intereses y voluntades que borbotean en el Congreso, el presidente actúa con una sola voz. Ese es su atributo esencial. Y esa voz coherente no ha existido en la presente administración. El gobierno aparece así, una y otra vez, como una sucesión de impugnaciones internas: el subsecretario contradice a su jefe y éste refuta a su subordinado, el presidente ignora lo que ha resuelto el secretario, el director corrige a su jefe, los ministros se lanzan puñetazos en los medios: un festival de la contradicción. El equipo está formado por demócratas de convicción, que dicen lo que les manda su hígado o su conciencia sin pensar lo que sus palabras provocan. Aquí hay libertad de expresión, justifica su jefe. Una libertad que hace, por cierto, muy fácil la tarea de los opositores a un gobierno que tiene dentro de sí a sus más terribles objetores.
     La tercera maraña se prensa en el cuerpo mismo del presidente. A un año de vivir en Los Pinos, Vicente Fox no ha sido capaz de definir prioridades, no ha podido pensar en términos estratégicos; sobre todo, no ha logrado disciplinarse. La palabra del presidente sigue siendo tan desbocada como en los tiempos de la campaña electoral. La diferencia es que ahora no genera simpatías sino desconfianza. Su discurso es un accidente constante: una actividad que involuntaria y repetidamente le causa daño. Las negociaciones con los partidos sufren el bombazo de una ocurrencia, meses de trabajo se van a la basura por una declaración irreflexiva. El carácter accidentado del discurso de Vicente Fox ha dado munición a muchos críticos, que se regodean en los tropiezos del presidente. Pero, más allá de la anécdota y la caricatura, la incesante charla impulsiva de Vicente Fox habla de una presidencia ofuscada, sin disciplina alguna.
     Quizás estos tres embrollos dependen de un extravío inicial. Decía Fichte, pensando en Napoleón, que el secreto de toda política consistía en declarar lo que es. La política tiene como primera misión escrutar la circunstancia, revelarla: detectar el suelo y el subsuelo del presente. Más que de imaginación o de memoria, es tarea de constatación, una labor para el tacto. Vicente Fox no ha tenido el sentido para instalarse en su tiempo. Por ello no ha logrado descifrar la naturaleza de su gobierno. Y dice, por ejemplo, que su régimen es de transición, sueña con grandes hazañas reconstructivas, convoca a la reinvención de la Constitución, es incapaz de tomar decisiones fundamentales en relación con el pasado y la legalidad, cree que es sensato guardar ciertas distancias con su partido… Esa lectura equivocada del presente es responsable de los tropiezos fundamentales del gobierno de Vicente Fox, porque le impide insertarse eficazmente en el terreno del pluralismo: le impone cargas y expectativas insensatas y lo distrae de los logros concretos y modestos que son posibles. –

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(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).


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