Carlos Pellicer López encontró en el archivo de su tío Carlos Pellicer (1897-1977) una antología que preparé en 1964, a partir de Material poético 1918-1961 (UNAM, 1962), reedición de sus libros en un volumen majestuoso y útil, porque ya no circulaban, aunque tampoco circuló.
Hacía falta una antología, y a Pellicer le gustó la idea, pero no la selección, que le pareció insuficiente. Finalmente, la sumergió, con todo y prólogo, en su Primera antología poética, que compiló con Guillermo Fernández y publicó en la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica en 1969. Más que una antología, era una versión reducida y reorganizada de Material poético en 367 páginas, con tres prólogos. Afortunadamente, fue el primer libro de Pellicer que llegó a miles de lectores.
Desde entonces se han publicado muchas otras antologías de Pellicer, nuevas ediciones de su poesía completa, reediciones separadas de sus libros y nuevos libros de compilación póstuma. Esta abundancia justifica una antología distinta, más libre, basada en el proyecto original (una antología breve, con lo mejor de lo mejor), del cual he conservado el prólogo (revisándolo) y casi toda la selección, a la cual añadí poemas de publicación posterior.
Las libertades que me he tomado son ante todo de espacio. El primer poema importante de Pellicer ("Recuerdos de Iza") está formado por una serie de fragmentos separados y numerados. Esto los enmarca y da la pausa necesaria para leerlos.
4 Sus mujeres y sus flores
hablan el dialecto de los colores.
5 Y el riachuelo que corre como un caballo,
arrastra las gallinas en febrero y en mayo.
6 Pasa por la acera
lo mismo el cura, que la vaca y que la luz postrera.
7 Aquí no suceden cosas
de mayor trascendencia que las rosas.
Sin embargo, hay otros poemas que tienen la misma estructura y no se benefician de esta presentación. Por ejemplo: el "Estudio" que empieza
La sandía pintada de prisa
contaba siempre
los escandalosos amaneceres
de mi señora
la aurora.
Las piñas saludaban al mediodía.
Y la sed de grito amarillo
se endulzaba en doradas melodías.
Las uvas eran gotas enormes
de una tinta esencial,
Aquí también el procedimiento es claramente enumerativo, pero ¿dónde empieza y termina cada fragmento? El ritmo vivo lleva a pasar rápidamente de la sandía a las piñas a la sed a las uvas, como si las cuatro oraciones fueran cuatro escenas distintas. Pero el "grito amarillo" no se refiere a una tercera escena (una flor de pistilo amarillo o el canto de una pájaro amarillo), sino a la segunda: el saludo de las piñas, que ha quedado atrás. Para dar tiempo y espacio de verlo, no hace falta numerar las escenas, pero es bueno separarlas:
La sandía pintada de prisa
contaba siempre
los escandalosos amaneceres
de mi señora
la aurora.
Las piñas saludaban al mediodía.
Y la sed de grito amarillo
Se endulzaba en doradas melodías.
Las uvas eran gotas enormes
de una tinta esencial,
En otros casos, la separación no añade nada y hasta puede ser contraproducente. Por ejemplo: en el poema "Sábado" de "Semana holandesa", la falta de respiro refuerza la impresión de un puerto abigarrado.
las grúas hablan alemán.
La sinfonía del puerto
llega con un andante de 100 000 toneladas.
Los trasatlánticos salen en re;
los remolcadores en mi.
Unos enanos pintan una proa enorme.
Desembarcan loros de Java
gritando en portugués.
Pasa una vaca poderosa
con aretes y corsé. Petróleo de México.
Fieras de Borneo. Tres millones de kilos
de café.
Pero en muchos poemas la separación está pedida por razones visuales, conceptuales o de rima, y ayuda a no pasar de largo ante un milagro.
Con el mismo criterio, abrí página para cada uno de los poemas seriados (como "Sábado"), aunque eso cuesta espacio. Es mejor incluir pocos poemas que resistan la atención intensa y pausada, que meter más, amontonados. Mayor audacia fue presentar, en algunos casos, fragmentos de poemas, destacándolos, porque lo merecen.
Hay algo selvático en la obra de Pellicer, que es natural en él y corresponde a una estética válida: el follaje es interesante por sí mismo y es el mejor entorno para que florezcan los pequeños y grandes milagros. Pero también es válido señalarlos: hacerlos florecer en el entorno de una mirada. Porque la selva no siempre deja ver los árboles y, a veces, los milagros
mueren de una mirada
mal puesta de los hombres que no saben ver nada. –
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.