¿Victoria agridulce?

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Luego de un proceso electoral marcado por la certeza anticipada de su resultado, el pasado 26 de abril Rafael Correa obtuvo holgadamente su reelección (52% de los votos válidos) en los comicios generales celebrados en Ecuador bajo el marco de la nueva Constitución. El indudable carisma del mandatario y el enfoque clientelar de su gestión, junto con las ventajas que disfrutó gracias a la indiscriminada utilización proselitista del aparato estatal y la obsecuencia de la autoridad electoral que no pudo –o no quiso– impedir las violaciones del presidente-candidato a la normatividad de campaña, explican en gran medida el resultado. Y, por supuesto, la oposición también contribuyó. Sin aprender de los errores y aciertos de su homóloga venezolana para combatir al régimen chavista, de cuyo libreto Correa ha sido alumno privilegiado, la oposición ecuatoriana apareció fragmentada, presentando la risible cifra de siete candidaturas presidenciales.

Ante semejante escenario, el resultado no causó sorpresas. Sí lo hizo la votación alcanzada por el ex presidente Lucio Gutiérrez, quien, luego de haber sido derrocado popularmente hace apenas cuatro años, alcanzó una votación cercana al 30%, que, reflejó el “voto rechazo” de una parte importante del electorado que se aglutinó a última hora en torno al candidato que, independientemente de sus virtudes o propuestas, mayores posibilidades tenía de forzar un balotaje.

Por ello, si bien la victoria de Correa fue incontrovertible, no ha estado exenta de sinsabores. Al considerar los votos por la opción nulo y blanco, el presidente obtuvo sólo el 45% de los sufragios totales, es decir, más de la mitad del electorado se manifestó en contra de su continuidad, lo que representa una drástica reducción en el respaldo que había alcanzado en los anteriores tres procesos electorales que impulsó durante los 28 meses que lleva en el poder. Adicionalmente, es posible que el oficialismo no cuente con mayoría en la Asamblea Nacional, lo que supondría un duro golpe para avanzar en su proyecto político. Para terminar de aguar el elixir triunfalista del mandatario, se han presentado múltiples irregularidades en el escrutinio, lo que no sólo ha generado una inusitada y sospechosa demora en el conteo de votos para asambleístas y autoridades locales, sino también denuncias de fraude.

La gestión de Correa se ha caracterizado por el significativo incremento en los recursos destinados a programas sociales. En un país en el que las causas en favor de los más pobres habían sido injustificadamente relegadas, este tipo de acciones, se han traducido en sólido apoyo popular para el presidente. Sin embargo, su estilo notoriamente autoritario, la intimidación hacia quienes disienten, la coerción hacia los medios de comunicación y el control casi absoluto de todos los poderes y órganos del Estado han configurado un entorno poco democrático que ni siquiera los repetidos procesos electorales han logrado subsanar, todo lo cual le estaría empezando a pasar factura al mandatario.

Por otra parte, el gobierno ha basado su política económica en un descontrolado aumento del gasto público, gracias a los recursos de la bonanza petrolera que el país disfrutó hasta hace algunos meses y al agotamiento de los fondos de reserva que heredó de la administración anterior. Al mismo tiempo, se adoptaron acciones que generaron inseguridad jurídica, lo que, unido a la ausencia de estímulos a la productividad, ha generado una importante reducción en los niveles de inversión privada. Todo ello provocó que el crecimiento de la economía sea detonado fundamentalmente por el sector público, lo cual, como la historia se ha encargado de demostrar en múltiples ocasiones, no es sostenible con el tiempo. Ahora que los precios del petróleo han bajado, la economía ecuatoriana se ha estrellado con la realidad, la reserva monetaria ha disminuido a niveles alarmantes y el sistema de dolarización, elemento clave de estabilidad y ampliamente favorecido por la población, se ha puesto en riesgo. En síntesis, el ejercicio económico careció de consideraciones de largo plazo y se enfocó a lograr réditos sociales inmediatos para satisfacer las reiteradas necesidades de campaña, descuidando el futuro con fines electorales.

Correa logró maquillar las dificultades económicas hasta la celebración de las elecciones, pero aquello no podrá durar mucho tiempo. En su nuevo periodo deberá, por primera vez desde que llegó al poder, gobernar sin tener en el horizonte próximo un proceso electoral que sirva como distractor ni contar con abundantes recursos fiscales. Ese es el contexto en que enfrentará el enorme reto de una economía en aprietos. Contrario a lo que la lógica sugeriría, no ha anunciado correctivos, y más bien ha prometido, al igual que su mentor venezolano, una “radicalización del socialismo del siglo XXI”. Quizás ignore que su popularidad va en caída y que tres de sus antecesores en los últimos trece años fueron echados del poder por esa razón. ~

 

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