La figura de un director de cine, consagrado por premios y proyectos ambiciosos, orbita en la vida de tres mujeres: una reportera que ve la posibilidad de hacerle una entrevista exclusiva –lo cual le permitiría abandonar su trabajo en un periódico de nota roja al cual fue relegada–, una actriz invitada a participar en la nueva película de ese cineasta –lo que representa su oportunidad para, por fin, ser tomada en serio– y la productora de esa cinta, quien busca dejar de vivir en un segundo plano. Una inesperada denuncia de agresión sexual en contra de este artista hace cimbrar los planes y deseos de ellas, pero también las acerca a sus respectivas heridas patriarcales. Este es el inicio de La liberación, serie de siete episodios creada, coescrita y codirigida por Alejandra Márquez Abella.
A propósito del estreno de la serie este mes en la plataforma Prime Video, compartimos una conversación con la realizadora, quien habló acerca de cómo el movimiento #MeToo puede ser utilizado para fines tramposos y punitivos, de las libertades creativas que le ofreció el formato televisivo, así como de la reivindicación que merece la cultura pop.
En los materiales de prensa mencionas que La liberación es, a la fecha, tu proyecto más personal y el que te permitió exteriorizar monstruos y demonios. En ese sentido, ¿cómo fue tu proceso de exorcismo al momento de la escritura y dirección?
La liberación tuvo varios puntos de partida. En 2017 estaba leyendo Calibán y la bruja, de Silvia Federici, un libro que habla sobre cómo el tránsito hacia el capitalismo reestructuró el papel de la mujer y nos impuso una nueva forma de patriarcado. Fue un libro cuyo ejemplar terminó con muchas magulladuras, de tanto que lo tiré contra la pared, lo recogí y lo volví a tirar, al ver el sistema en el que estamos viviendo y la lógica con la cual este funciona.Y en medio de esa lectura, estalló el #MeToo. Yo acababa de hacer Las niñas bien y en ese momento el #MeToo se volvió un fenómeno altamente conversado en mis distintos grupos de amigas, entre ellos, evidentemente el formado por las protagonistas de la película –Ilse Salas, Cassandra Ciangherotti y Johanna Murillo–, y había muchas opiniones encontradas; nadie sabía qué estaba pasando, de repente nombres y denuncias iban apareciendo.
Pasó el tiempo, hice dos películas más –El norte sobre el vacío y A millones de kilómetros– y la conversación alrededor del #MeToo de alguna manera continuaba. Sin embargo, en mis círculos nos fuimos dando cuenta de que dicha conversación se estaba retratando para servir o satisfacer a la mirada masculina. Amigas, que a la postre trabajaron en la serie, como Dariela Ludlow, Jimena Montemayor o las niñas bien, nos preguntábamos por qué no veíamos reflejadas pláticas como aquellas que nosotras teníamos cuando salíamos e íbamos a cenar, con comentarios polémicos, complejos, incluso personales, esos que no necesariamente una pone en las redes sociales. Entre esas pláticas y preguntas comenzó mi proceso de exorcismo, que desembocó en la creación de La liberación.
También cuando digo que La liberación es el proyecto más personal, me refiero a que las películas que he hecho han requerido de otros tonos, otros espacios y otras aproximaciones artísticas, pero yo soy muy fan de la comedia y la cultura pop, y el formato televisivo me dio la libertad de soltarme, probar cosas como directora, así como generar un tipo de relación creativa diferente que se fue conectando conmigo y mi corazón.
Ahora que hablas de tu gusto por la comedia, en tus trabajos anteriores existen ciertos visos de humor, pero aquí es mucho más claro, en los personajes, en las situaciones en las que estos se involucran, en los diálogos. ¿Cómo se fue integrando ese elemento a la escritura de La liberación?
Creo que la serie refleja perfectamente mi sentido del humor, medio punky y que está muy presente en las conversaciones que a la fecha tengo con mis amigas. Siento que para hablar de temas tan relevantes hay que perder toda solemnidad. Existen demasiadas presiones y obligaciones puestas en movimientos como el feminismo, en lo que se supone debe ser alguien que comulga con alguno de estos, en las formas, en lo que está bien y lo que está mal. También pienso que, para que se sostengan los movimientos en los que una participa y sean auténticos, hay que saber autocriticarse; la comedia es un buen medio para hacerlo.
Han transcurrido siete años desde la irrupción del #MeToo y las réplicas que se fueron adhiriendo al movimiento. La serie se estrena en un momento en que podemos ver cómo directores, actores o influencers relacionados con el cine, que fueron señalados, supieron sortear hábilmente las denuncias y continúan moviéndose a sus anchas. Pareciera que en estos años ocurrieron muchas cosas, pero después diera la impresión de que no cambió nada. ¿Tú qué opinas al respecto?
Creo que sí hubo cambios. Se redistribuyó un poco el poder en la industria y también hubo un reacomodo de la atención que merecen algunos temas que nos atañen como mujeres, relacionados con violencias y disparidades. Aunque, claro, como cualquier redistribución del poder, ha tenido sus lados positivos y negativos. Ahora en Estados Unidos utilizan un término que me encanta, que es weaponization, para referirse a la manera en que el #MeToo de pronto puede ser usado de formas corruptas y muy punitivas hasta volverlo una amenaza. Actualmente, al tener en la mano un celular, entre mensajes y videos, es como si se trajera una pistola cargada; te puedes defender de gente muy destructiva, pero también puedes difamar a las personas.
Creo que mucha gente tiene la idea del #MeToo como si fuera una letra escarlata que funciona igual para todos y no es así. Cada caso, cada narración, cada denuncia es importante y sus diferencias hay que subrayarlas. Siento que estamos en un momento en el que debemos aproximarnos a estos temas con mucha cautela, bajarles dos rayitas a las ganas de castigar por castigar y poner atención a aquello que sí se debe criticar, como lo que estás mencionando. De algún modo, eso es lo que La liberación pretende traer a la mesa. Espero que la serie suscite muchas conversaciones y confrontaciones; son maneras con las que podemos llegar a cosas más profundas, más concretas, menos dogmáticas y aleccionadoras.
Dentro de la serie conviven dos narrativas. Por un lado, la historia de tres mujeres que buscan tener una validación en sus entornos. Por otro lado, el relato de un grupo de brujas que recorren mundos imaginarios construidos a partir de convenciones de lo que se entiende como lo femenino. ¿Cómo surgió esa idea?
Siento que La liberación también es una serie que juega con las metáforas y las imágenes. En ese sentido, a esos mundos alternos yo les llamo espacios mentales. Como se puede ver al final del episodio uno, en la ceremonia que hace ese culto feminista raro que lidera Lucero, el personaje interpretado por Dolores Heredia, se abre una especie de portal que conduce a un mundo medieval poblado por brujas, el cual está lleno de anacronismos, porque mi equipo y yo no estábamos buscando hacer una serie de época con un rigor en lo histórico y en los detalles; nosotros queríamos asomarnos un poco a lo que está pasando adentro de cada uno de los personajes femeninos, ver esos espacios mentales como lugares en donde ellas pueden sanar las heridas que el patriarcado les ha provocado en el mundo material. Cada episodio presenta un espacio distinto que dialoga con un personaje, por lo que pensamos en que cada uno debía tener su propia iconografía, muy inspirada en las películas escritas por Charlie Kaufman como Being John Malkovich (Spike Jonze, 1999) o Eternal sunshine of the spotless mind (Michel Gondry, 2004), con sus universos expresamente artificiosos.
Como parte de la narración, también está presente cierta crítica hacia esa manera de concebir el entretenimiento, la información y la publicidad, con el programa barato de variedades, el periódico sensacionalista, la telenovela chafa, etc. ¿Qué opinas de esas manifestaciones populares?
Pienso que está mal que la cultura esté dividida en dos, que haya la alta cultura y una cultura vuelta un despropósito, inconsciente de lo que genera y replica en el mundo; eso es un problema. Siento que existe mucha área gris, que el público está muy desatendido y que hay algo en la cultura pop que tiene que ser reivindicado. Yo no quería llegar y decir: “Voy a denunciar al sistema a través de unas narrativas muy rebuscadas.” Para mí, las piezas de ficción en el cine o la televisión no solamente deberían generar emoción, sino también pensamiento y conversación, eso puede hacerse de múltiples maneras. Si bien la serie es un proyecto para una plataforma, con sus tiempos de producción acelerados y sus propias estructuras, su alma está nutrida y su corazón está bombeado con esa idea en mente por parte de todos sus involucrados. ~
(Ciudad de México, 1984). Crítico de cine del sitio Cinema Móvil y colaborador de la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.