A partir de los años cuarenta del siglo pasado, varias han sido las exposiciones dedicadas al arte del exilio español en nuestro país. Desde las organizadas en el naciente Ateneo Español de México, que involucraban la selección de obra y la pluma dilecta de Arturo Souto Alabarce, hasta una muy reciente en el Museo Casa del Risco, curada por Ester Echeverría, puede afirmarse que la constante ha sido la calidad y la suma de aportaciones. La muestra del Museo Kaluz, titulada 80 años. Artistas del exilio español en México, no es la excepción; de hecho, debe contarse entre las más interesantes e innovadoras. Su guion curatorial, autoría de Ery Cámara, Francisco Berzunza y Alan Rojas Orzechowski, aborda el tema desde una perspectiva compleja, que supera los enfoques maniqueos y reductivos que privaron en la memoria institucional del arte, obligada a elegir y descartar entre los exponentes del realismo local y los españoles que procedían de diferentes fraguas artísticas.
En el primer núcleo, “La experiencia como fuente”, las obras de Rodríguez Luna, Bartolí, Moreno Capdevila, Lizárraga, Bardasano, Climent, Kati y José Horna, Fernández Balbuena, Arteta y Errasti, y Areán encarnan la derrota en las dramáticas, a veces dantescas, escenas del éxodo y de los campos de concentración franceses. El futuro inmediato también aparece esbozado a través del contraste que ofrece un álbum de acuarelas dedicado por Arteta y Errasti al heroico diplomático mexicano Luis I. Rodríguez y la España franquista, interpretada por Bardasano, que se aprecia lóbrega en su victoria y presa del fanatismo oscurantista. Fue un acierto incorporar en este núcleo un anacronismo positivo como la recreación pictórica de Javier Areán –nieto de refugiados– del temible campo de concentración situado en la localidad francesa de Le Barcarès. Este trabajo tiene el mérito de recordar un capítulo abominable que ha sido borrado de la memoria colectiva en dicho lugar, y de continuar así con la misión documental de buena parte de la obra que se exhibe.
El segundo núcleo, “El oficio de pintor”, comprende desde la producción anterior a la guerra y el exilio hasta la obra gráfica y las ilustraciones realizadas en México. Buenos testimonios de lo primero son el emblemático retrato de Antonio Machado, pintado por Cristóbal Ruiz en 1926, y el de Rosita en Valencia, de Manuela Ballester, de 1935. El conjunto también pasa por el registro y la nostalgia de la patria perdida, el abordaje posterior de temas mexicanos –tanto del paisaje como de los tipos humanos– y la sociedad en el exilio, significada por una retratística de primer orden. De entre los pintores considerados en este núcleo, Fernández Balbuena es de los mejor representados con varias pinturas que muestran su manejo de una paleta muy amplia y de una figuración limítrofe con la abstracción, que contrasta con el academicismo descriptivo de sus retratos.
Además, es de destacarse la producción referida al contexto de nuestro país, ya que por lo común se ha mencionado solo en relación a la plástica del exilio que sintonizó en lo temático y lo estilístico con el realismo mexicano, a la manera de Renau y Moreno Capdevila. En este apartado, varios de los artistas plasman paisajes que responden a sus visiones personales del arte, no necesariamente vinculadas con la línea que Siqueiros les trazó en su manifiesto, No hay más ruta que la nuestra. Los paisajes mexicanos a la Souto, Bardasano, Gascón, Fernández Balbuena demuestran que el proceso de arraigo fue mucho más allá de la simplificación con la que se acostumbraba entenderlo.
Algo similar se podría decir del diseño y la ilustración, con estilos variopintos y contenidos tanto ideológicos como publicitarios, de la iniciativa privada y del Estado. Sobresale la gráfica de Renau, quien se distinguió por dotar al género del cartelismo de una jerarquía de primera importancia en México y allende nuestras fronteras. Mención aparte merece un video, producido en Alemania Oriental, donde figura él, de frente y en segundo plano, detrás de un pizarrón transparente que utiliza para ilustrar sus comentarios sobre la huelga de mineros en Asturias de 1962. Una verdadera joya documental.
El tercer núcleo, dedicado a “Los artistas y las vanguardias”, expone las tendencias que recibieron las mayores aportaciones de la plástica del exilio español. No es necesario repetir nombres, basta con mencionar a Remedios Varo y a José García Narezo, entre los surrealistas. García Narezo derivó de una herencia claramente europea a un realismo crítico, emparentado con Rivera y Chávez Morado, de asombrosos resultados.
En la abstracción, además de los ya mencionados, aparecen Lucinda Urrusti, Antonio Peyrí, Vicente Rojo y Marta Palau, cuya obra acredita la continuidad de esta tendencia, de las más importantes en el panorama mexicano, desde mediados del siglo XX. La heterogeneidad creativa y el virtuosismo técnico de varios artistas del exilio fue un referente claro para algunos artistas destacados de la llamada generación de Ruptura, algunos de los cuales pasaron por el estudio de Arturo Souto, por ejemplo. Por ello, incluir a los hispanomexicanos Rojo y Palau resulta muy significativo.
La exposición Kaluz, con 167 obras, aporta al tema y, curiosamente, invita a ir más allá de él: todos los artistas son representativos, con el mayor orgullo, del exilio español, pero no solamente. Al salir del museo perduran en el recuerdo el dramatismo de la Guerra Civil y del “éxodo y el llanto”, así como una memoria de plenitudes, logros, trayectorias y vidas realizadas y reconocidas. Es un buen momento, entonces, para situarlos también en otros contextos y horizontes curatoriales; reflexionar con ellos sobre el multiculturalismo actual, sobre el drama de las migraciones de las últimas décadas o los grandes desafíos que atañen a la producción propiamente plástica, como la revaloración contemporánea de la pintura, entre tantos otros asuntos. ~
es curador, profesor, historiador y crítico de arte. Fue director del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, donde continúa como investigador. Entre 2013 y 2018 fue director del Museo Mural Diego Rivera y de la Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo. Su primera novela, El espía de Franco, fue publicada este año por Alfaguara.