La cuestión ha estado presente durante siglos: ¿es posible hacer arte sin un sesgo político? Derivada de esta pregunta surge otra igual de importante: ¿debería el artista asumir una postura política, en tanto miembro de una sociedad y parte de un momento histórico? La respuesta está llena de matices, más alejada de la resolución tajante que a muchos les gustaría. En el panorama actual de la narrativa mexicana escrita por mujeres pareciera un deber (¿moral, social, político?) versar sobre la violencia de género, los conflictos intrafamiliares, las complejas experiencias de la maternidad y el aborto.
“No es un buen momento editorial para ser hombre: ya nadie quiere publicarnos”, escuché quejarse a un escritor de cuyo nombre prefiero no acordarme. Tengo mis dudas. O, mejor dicho, tengo la certeza de que los libros escritos por hombres están muy lejos de ser una especie en peligro de extinción. La deuda histórica que tiene la literatura universal con los tópicos propios de la experiencia femenina en el mundo, abordados por las plumas de las propias mujeres, está todavía lejos de saldarse, eso es evidente. La publicación de más y más autoras sigue siendo necesaria, no solo por cuestiones de equidad de género, sino porque el punto de vista femenino y de la diversidad sexual –al ser estos dos grupos que ocupan la mitad de la población mundial– enriquece y diversifica un panorama literario dominado durante siglos por una mirada eminentemente masculina e incluso, a veces, por una mirada masculina travestida de mujer, pero masculina a fin de cuentas. Aunque existan maravillosos libros sobre mujeres construidas por los hombres –Madame Bovary es, sin lugar a dudas, el ejemplo por antonomasia–, las mujeres también quieren narrarse a sí mismas, dar su versión de los hechos. Años de lucha e insistencia han permitido que se generen las condiciones para ello.
La industria editorial lo sabe y lo aprovecha, por supuesto. Es por ello que por aquí y por allá surgen libros escritos por mujeres que tocan asuntos femeninos que se consideraban inadecuados, incómodos, poco comerciales o de nulo interés para el público lector hasta hace relativamente poco tiempo, por ejemplo, los aspectos negativos de ser madre o el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. Estos y otros tantos temas pertenecientes a la esfera de lo femenino se han vuelto categorías en las que se pueden agrupar gran cantidad de libros recién salidos de la imprenta y que son productos susceptibles de colocarse con éxito en el mercado editorial por el simple hecho de ser abordados por una mujer. Habrá las que se aprovechen de ello y me parece bien: no hay verdaderos afectados, salvo quien lea un libro en verdad malo… que es algo que también podría pasar al leer un libro escrito por un hombre y, hasta donde sé, nadie se ha muerto por leer mala literatura.
Sin embargo, resulta refrescante encontrarse con libros que obedezcan a una búsqueda más personal que panfletaria, incluso al ocuparse de temas coyunturales. Este es el caso de Periferia, de Diana del Ángel (Ciudad de México, 1982), poeta que debutó en el género del cuento a principios de este año con un libro muy bien logrado.
Constituido por catorce cuentos, este volumen abre con dos narraciones que anuncian que la obra transitará del realismo a lo fantástico sin ambages ni escalas. Si bien “El nombre oculto de lo cotidiano” es un cuento de argumento sencillo, destaca la verosimilitud de la voz de la adolescente que lo protagoniza. Este lenguaje claro, económico y preciso es una de las mejores cualidades de Periferia, cualidad que es probable que sea herencia del cuidado que Diana del Ángel está acostumbrada a poner en las palabras en su faceta como poeta. “Relatividad de los caminos” es un cuento inserto en la tradición del relato fantástico latinoamericano, con reminiscencias de Amparo Dávila y algún eco de Juan José Arreola.
A lo largo del libro la autora toma situaciones de la vida cotidiana –apuntarse en una clase de baile, usar el transporte público, practicar yoga o una fallida relación amorosa– y, de manera gradual, casi imperceptible, hace que se tornen absurdas, insólitas, aunque coherentes de acuerdo con la lógica interna de cada relato. Para conseguir este efecto, Del Ángel juega con distintos formatos del cuento, como el infomercial, el monólogo y hasta el artículo académico en “Consideración sobre la espiritualidad de los antiguos mexas”, uno de los mejores textos del libro pues se trata de una divertida e ingeniosa ucronía que satiriza el mundillo académico e institucional del país que fue México, pero se ha convertido en otra cosa, aunque también se ha configurado a partir del machismo y la obcecación.
En Periferia aparecen personajes que ya son arquetipos de la literatura mexicana: el sicario, la curandera, la persona de clase alta sin escrúpulos, la hija de familia precarizada y violenta. No hay figuras nuevas, pero el tratamiento de sus historias es eficaz, inteligente y, cabe resaltar, con un agudo sentido del humor. Un buen ejemplo de ese enfoque es “Desechables”, un cuento protagonizado por dos hombres jóvenes dedicados al sicariato, cuyo arco narrativo principal parece ser un triángulo amoroso en el mundo del narcotráfico, pero que resulta ser sobre la profecía del regreso triunfal de Quetzalcóatl. La preocupación por las violencias sistémicas persiste en cuentos como “Empleo cuerpo repuesto anuncio”, en el que nos encontramos ante los servicios de una suerte de bancos de órganos (o cuerpos de repuesto) que se sirven de personas precarizadas. A pesar de tratarse de temas que se prestan para el melodrama, la voz narrativa opta a menudo por un humor que no los despoja de su gravedad, pero sí los distancia del efectismo y los lugares comunes.
El libro va creciendo en intensidad conforme se avanza en su lectura, de modo que los personajes que parecieran existir al margen de la sociedad y de la realidad cotidiana se transforman en objeto primordial de nuestro interés. Los problemas que nos atañen a todos y que, por lo mismo, somos capaces de ignorar, se vuelven materia de investigación personal para la autora. Es la mirada única de Diana del Ángel la que los particulariza y los dota de un nuevo sentido. La reflexión –o el deleite– que cada lector saque de estos cuentos no viene predeterminada, sino que será trabajo de cada uno.
Quien busque una crítica social la encontrará. Quien pretenda disfrutar de historias bien estructuradas, cautivadoras, también se sentirá satisfecho al terminar de leer este volumen, que se sostiene desde la narrativa, no desde el discurso social. ¿Corresponde a las mujeres hacer la revolución, reeducar a las masas por medio de la escritura? No lo sé. De lo que sí estoy segura es de que en Periferia Diana del Ángel pone la literatura al centro de la narración, que es donde probablemente debería estar. ~
(Durango, 1984), es autora de la novela Ecos (FETA, 2017) y de la colección de cuentos Corazones negros (An Alfa Beta, 2019). Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 2017. Actualmente es becaria del FONCA Jóvenes Creadores en la categoría de Cuento. Fue promotora cultural de literatura del Instituto de Cultura del Estado de Durango, donde también estuvo encargada del programa editorial.