Una silla Acapulco verde turquesa sostiene empotrada una silla de oficina acojinada (pero rota). Juntas funcionan como asiento en una de las mesas de trabajo de Biquini Wax EPS.
((El nombre es sugerido por un amigo a Daniel Aguilar Ruvalcaba que, según cuenta, no sabía lo que significaba pero le gustaba cómo sonaba. El coeficiente “EPS” ha llegado a significar “Empresa de Propiedad Social”, “Exposiciones Por Segundo”, y actualmente “Espacio de Producción Sensible”.
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El exotismo cutre de la instalación accidental es parte del decorado en la casona de la Colonia Iztaccíhuatl que ocupan día y noche cinco artistas, pero que visitan a diario muchos más, y no solo artistas sino curadores, filósofos, historiadores, escritores y demás profesionales del arte de distintos países que son o serán parte o que no son ni serán parte pero que trabajan de todos modos en los espacios y con los miembros no de este “colectivo” sino de esta “colectividad”, como sus integrantes han decidido llamarse.
Así lo hacen, en cada oportunidad de enunciarse, con la jiribilla y sencillez que los ha convertido en un grupo filosamente entrañable en sus ya ocho años de existencia. No utilizo nociones de vanguardia, ruptura o denuncia para describirlos, pues ninguna que denote confrontación parece encajar cuando uno pone el pie dentro de este amplio espacio que se presenta al exterior como un cibercafé –una pequeña lona pegada en la ventana anuncia una “venta de JPGS”.
Cuando lo visito en los primeros días de agosto de 2019, Cristóbal Gracia y Daniel Aguilar Ruvalcaba me explican que hasta hace unos días “el cíber” no tenía computadoras y hasta hace unas horas tampoco tenía internet. Este “cíber”, que es en realidad una obra de Enrique Medina pensada para ser un contenedor que permita recibir un número indefinido de nuevas capas en forma de obras e intervenciones de otros artistas, encarna un modo de trabajar que los biquinis han afinado al paso de sus diversas moradas, empezando en 2011 con dos habitaciones vacías en casa de la abuela de Daniel en Guanajuato; a partir de 2012 en una casa de la colonia Escandón, ya en la Ciudad de México; desde 2017 en una casa de la colonia Buenos Aires que resultó dañada en el terremoto de ese año, lo que provocó su mudanza, y en 2019 en esta nueva dirección cercana al metro Xola.
La estratificación que se vive plenamente en el espacio –el entorno doméstico colectivo y con frecuencia caótico al que se le impone un espacio de exhibición de arte multitudinario, tan versátil como la imaginación y la tolerancia de los caseros lo permitan, es también espacio de trabajo, centro de estudios, ocasional hotel y epicentro social– resultó esencial cuando comenzaron las interacciones, inicialmente solo entre artistas, para después recibir a filósofos y sobre todo a historiadoras del arte que enriquecieron las lecturas y las actividades del grupo: Roselin Rodríguez y Natalia de la Rosa, enfocadas en el estudio del arte popular mexicano de los años setenta y ochenta, y en la historia del arte moderno mexicano, respectivamente. De Biquini Wax EPS nacieron diversos subgrupos con actividades específicas, como “Los Yacuzis”, quienes aseguraron la curaduría de exposiciones sobre el teórico peruano Juan Acha en el Museo de Arte Moderno (2016-2017) y sobre el archivo de Melquiades Herrera en el MUAC (2018). Por su parte, el subgrupo “Arte y Trabajo”, más enfocado a la escritura crítica, ha firmado textos generosamente investigados que han respondido a las coyunturas artísticas del país (como al “OROXXO” de Gabriel Orozco o al trabajo de Jill Magid en torno al archivo de Luis Barragán), mientras alimentan y agregan complejidad conceptual al día a día de Biquini Wax.
En las paredes de su espacio comunal se mezclan cartulinas sobre las que se esbozan planes de trabajo escritos a mano; las acciones relativas a las becas gracias a las que en parte operan (Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y Prince Claus actualmente); imágenes del antihéroe cibernético noventero Fenomenoide, y un cartel en blanco y negro que anuncia uno de sus eventos pasados: “A de Acha(chá). Sesión de lectura mágico-feudal de atomismo subcrítico”. Lo que parece un juego de palabras propio del irreverente tono con que se comunican al público resulta originarse, como me explican, en los mismos textos de Juan Acha, quien, dentro de su academicismo, hacía lujo de elegante antisolemnidad en sus teorías sobre el desarrollo de un arte no objetual latinoamericano.
No es casual, pues, que sean precisamente esta figura y la de Melquiades Herrera las que se han explorado con mayor profundidad y gusto en un grupo que hoy define su programa de trabajo en torno a tres ejes: la raza, la clase y el género. Las sátiras institucionales de Melquiades Herrera expresadas en colecciones de objetos del kitsch nacional o sus memorables performances merolicos se encuentran con el sustento filosófico materialista de Acha y se expresan ya no solo en eventos, textos y curadurías, sino también y por primera vez en obras firmadas colectivamente. Es el caso de “Sa la na, ayuum laissez faire, laissez passer” (2019), obra monumental que exhiben en el Palais de Tokyo de París en la exposición colectiva “Prince.sse.s des villes”.
Realizada a partir del concepto de “naftalgia” que desarrollan durante sus sesiones de estudio, la pieza representa el esqueleto de Keiko, cuyo interior desborda grupos de pequeñas esculturas en forma de Cajitas Felices y papas fritas, Animaniacs y otros personajes de caricaturas de la época, con los que se confunden simbólicamente los residuos nostálgicos de nuestra infancia y los productos contaminantes (pastiches coloridos pero indigestos según la metáfora de la ballena muerta) de la cultura estadounidense. Mientras tanto, en cubetas cercanas a su boca y como listos para premiar a la orca después de un truco bien ejecutado, se encuentran pescados con cabezas de Fidel Velázquez, Bill Clinton, Carlos Salinas de Gortari y otras –también indigestas– figuras políticas del momento, agrupadas según distintos núcleos narrativos a través de los cuales uno podría reconstruir la historia de los años en que neoliberalismo, zapatismo y globalización nos estallaron a todo México en la cara, a la manera de una delirante caricatura de la Warner Bros.
Esta primera obra de Biquini Wax EPS marca además un nuevo momento en que esta colectividad –hoy compuesta por Daniel Aguilar Ruvalcaba, Cristóbal Gracia, Paloma Contreras, Israel Urmeer, Gustavo Cruz, Roselin Rodríguez, Natalia de la Rosa, Neil Mauricio Andrade y Gerardo Contreras– comienza a actuar en tanto grupo artístico, desmarcándose de la genealogía establecida de espacios independientes de exposición en México, al acercarse a experiencias de creación colectiva basadas en una constante apertura, en el trabajo permanentemente en equipo, en el estudio metódico pero sin poses academicistas de lo popular mexicano y en un constante replantear (y renombrar) las terminologías que le dan marco a todo esto.
Como en el vernáculo tropical de la silla Acapulco y la semifuncionalidad de la fayuca china, las yuxtaposiciones inesperadas nacidas de la necesidad y el ingenio, pero trasladadas al arte, son la esencia de esta colectividad. Esta abigarrada estratificación que le da sentido a sus acciones y obras revela, además, lo que tal vez sea el mayor fuerte de este peculiar grupo: la apertura, ya sea hacia distintas disciplinas, nuevos miembros, modos distintos de ser y hacer con los que han sacudido el árbol genealógico de los espacios independientes en México. ~
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