En una de las conferencias que Octavio Paz pronunció en Harvard a principios de 1972, el poeta advertía del fin de la idea del arte moderno.No el fin del arte, subrayaba, el fin de la idea del arte moderno. “Hoy somos testigos de otra mutación: el arte moderno comienza a perder sus poderes de negación. Desde hace años sus negaciones son repeticiones rituales: la rebeldía convertida en procedimiento, la crítica en retórica, la transgresión en ceremonia. La negación ha dejado de ser creadora.” Por esa línea camina el cineasta canadiense J. F. Martel en su polémica contra los artificios que posan como arte.
Toda obra de arte es un apocalipsis silencioso, dice Martel a la entrada de su Vindicación del arte en la era del artificio. Una novela, una sinfonía, un cuadro hacen estallar el mundo de los significados asumidos. Nacidos del asombro, provocan asombro. Revientan la inteligencia discursiva, rompen las cortinas del ego para expandir el mundo que habitamos.
En la traducción al español se ha perdido el subtítulo del ensayo de Martel. Ahí se anunciaba que se trataba de “un tratado, una crítica y un llamado a la acción”. El énfasis polémico de su reflexión, por supuesto, permanece intacto. Se trata de una defensa del arte frente a la industria que pretende reducirlo al entretenimiento o al activismo que desea utilizarlo como forma de comunicación. Es, en primer lugar, un nuevo esfuerzo por comprender la naturaleza del arte, es decir, una exploración de su misterio. “El poder del artista se reduce a dos cosas: su sensibilidad ante el misterio radical de la existencia y la habilidad, la maestría, con la que es capaz de plasmar este misterio en un objeto o en un acto.” Es indispensable, a juicio del ensayista, apartar al arte verdadero de sus simulacros. El arte verdadero nos deja paralizados. No nos impone un deseo, no nos persuade de una causa, no nos encamina a ningún sitio. El arte falso, insiste, hace lo contrario: pretende que el perceptor actúe, piense o sienta de cierta manera. Ofrece información, es mensaje, opinión, veredicto, orden. Da igual que el mensaje sea valioso o siniestro, que la información que comunique sea cierta o falsa. El artificio es arte falso porque lo rige un código extraño: es didactismo, propaganda, entretenimiento, no revelación que nos deja perplejos. “El verdadero arte nos conmueve; el artificio trata de movernos.”
Eso: el artificio tiene un propósito, un objetivo, una dirección. Pretende comunicar un solo significado. El arte, ese que Martel llama auténtico, suscita polémica porque es inevitablemente polisémico. No es un manual de emociones, no es un manifiesto político, no es un instructivo para armar o desarmar al mundo. El arte responde expresivamente ante el misterio de la existencia. Por eso es imposible que sea condensado en un mensaje, en un discurso. Por eso es irremediablemente perturbador, subversivo. El arte nos arrebata la ilusión de comprender. Cancela la posibilidad de descifrar y controlar el mundo a través de la razón y sus instrumentos. El arte es una máquina que destruye la ideología.
¿Cuál es la diferencia entre una preciosa estampa botánica de la especie Helianthus annuus, la planta que conocemos como girasol, y los girasoles de Van Gogh? Podríamos decir que son lo mismo porque retratan el mismo organismo. Son, sin embargo, creaciones que ocupan polos opuestos de la imaginación humana. La diferencia entre estos girasoles es uno de los ejemplos más claros que ofrece Martel para mostrar la diferencia entre el arte y el artificio. El boceto del botánico puede capturar, con admirable precisión y belleza, el girasol en abstracto. La imagen es una cátedra que ilustra todos los componentes de la planta. Los pétalos, el color de las semillas, la rugosidad del tallo. El científico usa la estampa, en efecto, como un instrumento didáctico. El óleo de Van Gogh, en cambio, retrata la anomalía, el rasgo irrepetible de un ramo de girasoles en un florero. El arte no es un vehículo de comunicación sino de expresión. Van Gogh no se apresta a pintar los girasoles porque haya desentrañado las complejidades de su morfología y pretenda trasmitir al mundo sus descubrimientos. El artista expresa su perplejidad ante el mundo. Ha contemplado los girasoles tan atentamente que se ha perdido en ellos. Van Gogh, dice Martel, pinta porque ya no sabe lo que ve. Los girasoles son la luz, el cuarto, el florero y la mesa. Son él, una mañana, el mundo. En su brocha, las cosas escapan de la cárcel de las ideas. El arte no es una representación conceptual del mundo, es una experiencia del mundo. No la flor, esta flor, aquí… y para mí. El arte es la fuga de los significados fijos que hemos inventado para acceder a lo particular, lo fugaz, lo indescifrable. ~
(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).