El misterio de lo conocido

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Alejandra Costamagna

El sistema del tacto

Barcelona, Anagrama, 2018, 192 pp

Al centro de la fotografía, una mujer posa de pie frente a la cámara. Lleva el pelo corto, a la altura de la barbilla, con raya de lado, en ondas. No podemos saber el color; la imagen está en blanco y negro. En cambio, adivinamos un día soleado, porque ella usa lentes cuadrados con montura de acero que refleja los rayos. Además porta un vestido sin mangas, de tela liviana estampada con un patrón semejante a las teselas geométricas de un mosaico. El encuadre debajo de la cadera, un plano americano, revela el largo de la prenda hasta las rodillas. La mujer saca la lengua y sus manos dispuestas al lado de las sienes, como si fueran las astas de un venado, complementan el gesto de burla de quien diría lero, lero, mofándose de alguien más. Su nombre es Nélida.

Este retrato forma parte de los vestigios que Ania encuentra en una vieja caja de cartón, persuadida por el padre de acompañar en su lecho de muerte al último miembro de los Coletti, el tío Agustín, hijo único de Nélida. Ania descubre también los cuadernos de su tío, unas quince o veinte libretas con ejercicios de mecanografía e instrucciones para usar correctamente la máquina de escribir, a través de un método efectivo llamado “sistema del tacto”, que da nombre al libro más reciente de Alejandra Costamagna, finalista del Premio Herralde de Novela 2018.

Costamagna incluye estos hallazgos a modo de facsimilares entre las páginas, a los que se suman un lote de cartas proveniente de Italia, destinadas a Nélida; el manual de consejos de buen comportamiento para el inmigrante italiano; tres novelitas de terror del flaco Gariglio prestadas en algún momento a Agustín y los tomos de una vieja enciclopedia que Ania consultaba cuando era niña. Estas lecturas convierten el viaje físico de mil quinientos kilómetros de Chile a Argentina en un recorrido interno, por los ramones de “un parrón de uvas negras, de cáscara gruesa, gelatinosas por dentro”, que es la memoria. El libro de la escritora chilena confirma que indagar en la genealogía familiar es sumergirse en el misterio de lo que nos dio origen. Un territorio donde lo conocido se vuelve inesperadamente lo ignorado; lo hospitalario, agreste; la seguridad es desamparo y la certidumbre despierta dudas. Se confunde el adentro con el afuera, el presente y el pasado, la fantasía con la realidad.

Al volver al pueblo de Campana, donde pasó todas las vacaciones de su infancia, Ania se da cuenta de que los recovecos en los que se encerraba a leer o a escuchar las historias de su tía abuela, sobre la guerra al otro lado del mundo, se conservan iguales, pero ya nada es como lo recuerda. Esa misma mujer, Nélida, a quien ella identificaba como la pariente que perdió la razón, se revela ahora como una joven mecanógrafa inquieta, que hablaba tres idiomas y estaba enamorada de alguien más. Esto antes de dejar Italia, por la fuerza, para establecerse en Argentina y contraer nupcias con Aroldo, su primo en segundo grado. Lo mismo sucede con su único hijo, Agustín, “un área resbaladiza en la ruta de sus recuerdos”, que se descubre esta vez como un joven sobreprotegido y obsesivo, heredero de los fantasmas maternos, que solo salía de casa una vez a la semana para sus clases de mecanografía.

Hecha de retazos y huellas, la novela es fragmentaria, cambiante y provisional. Se nutre y, por momentos, también se contradice a partir de los restos que Costamagna ha dejado regados por ahí en sus propios cuentos. Los personajes, lugares y objetos de este libro se completan o se transforman con otros textos de la autora, en los que estos han aparecido también. En “Nadie nunca se acostumbra”, del libro Imposible salir de la tierra (Almadía, 2016), por ejemplo, conocemos el olor a caucho que caracteriza al pueblo de Campana. Aquí Agustín no es un solitario, sino un hombre casado y uno de los funcionarios más antiguos en la fábrica de plásticos de la región. Vemos su piel atacada por el acné. El Cecil, una cantina diurna en la que Ania se reencuentra a compartir unos tragos con los conocidos de su tío recién fallecido, ha cerrado sus puertas para siempre en el cuento “Naturalezas muertas”, y está a punto de convertirse en hostería. Mientras que el origen de El sistema del tacto se encuentra en el relato “Are you ready?”, en el que una madre le pide a su hija que atraviese la montaña para acompañar al tío en el lecho de muerte.

Convencida de que la narrativa no solo consiste en contar buenas historias, sino en contarlas con palabras acordes a la experiencia, Costamagna dota al desarraigo, la búsqueda de la identidad y la memoria de un sonido distintivo en su prosa, compuesto por frases cortas unidas entre sí por la repetición rítmica de las palabras. “Que el latido de las bombas y el país intervenido, dice. Que las sirenas. Que hombres armados y tanquetas en todas las esquinas, que los incendios, que las casas saqueadas, que la familia huyendo por la campiña.” Se vale de un narrador en tercera persona que relata los hechos a partir de dos puntos de vista: el de Ania, que ocurre presumiblemente durante las primeras décadas del siglo actual, y el de Agustín, en los años setenta. La voz principal filtra y se contamina de las expresiones de los personajes, se pone en el papel de estos, pero al mismo tiempo mira la situación a distancia. Ambas perspectivas se narran en presente como si las acciones sucedieran ahora mismo y se desbocaran al recorrer las páginas. Porque, como dice Margo Glantz en Las genealogías, las capas de la memoria se montan sobre la escritura cuando se le da cuerda al recuerdo.

Interesada en los lugares desde los cuales se cuenta una historia, Costamagna incluye al final del libro una sección de agradecimientos, entre los cuales destaca el de Norberto Lombardi, “el último miembro de la tribu”, por acompañarla hasta el final en el rastreo obsesivo y memorioso a través de su genealogía. Con este gesto, la autora identifica el carácter colectivo de los recuerdos, sus recuerdos –si consideramos que el detonante de la novela fue la necesidad de investigar la vida de su tía abuela–, y otorga sentido a una historia familiar narrada a manera de coro, que supera lo que habría podido ser solamente un libro de memorias. ~

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es periodista y editora de Pinche Chica Chic, fanzine sobre moda y humor


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