Togas y birretes negros, edificios neogóticos, bibliotecas inabarcables con la mirada, fraternidades estudiantiles con acceso directo al poder y catedráticos con irrefrenable atracción hacia sus estudiantes: este imaginario y su cotidianidad no exenta de miserias y violencia soterrada han sido ampliamente reflejados por la narrativa angloamericana, concretamente dentro del género conocido como “novela de campus”, cuya escritura se ha llegado a convertir en rito de pasaje para muchos escritores. Sirvan como ejemplo Joyce Carol Oates en Bestias o Jeffrey Eugenides en La trama nupcial, sin olvidarnos de Philip Roth y J. M. Coetzee, creadores de David Kepesh y David Lurie respectivamente, dos catedráticos de ficción a quienes sus flirteos con alumnas les generaron problemáticas consecuencias.
Podríamos lamentarnos ante la improbabilidad de que este género se desarrolle en castellano con cierta perspectiva realista, pues ni en España ni en América Latina contamos con ese modelo de campus-burbuja donde la comunidad académica desarrolla sus vidas sin apenas rozar el mundo exterior. Sin embargo, la proliferación de departamentos de español en las universidades estadounidenses desde los años sesenta ha llevado a un buen número de escritores hispanohablantes de ambos lados del Atlántico a esos cientos de campus esparcidos por el inmenso país norteamericano, y, en menor medida, a los del Reino Unido.
Como los lectores comprobarán, la novela de campus en lengua castellana no es un mero remedo de su hermana mayor en inglés, si bien se preocupa también de asuntos de índole sociopolítica como las luchas de poder que se llevan a cabo en esas torres de marfil que encarnan los campus, o los problemas que conlleva la convivencia entre diversas razas y clases sociales en los Estados Unidos de hoy. El elemento idiosincrásico que aporta la novela de este género en castellano es el extrañamiento que sienten –y por ende narran– los personajes recién aterrizados en esos paisajes, a veces aislados en el medioeste de la geografía estadounidense. Esta sensación de no pertenencia la experimentan tanto el protagonista de Ciudades desiertas (Edivisión, 1982) del mexicano José Agustín como el de Donde van a morir los elefantes (Alfaguara, 1995) del chileno José Donoso. Ya los títulos de estas dos novelas resultan suficientemente expresivos acerca de lo que nos encontraremos a lo largo de su lectura: peripecias que transcurren en ciudades de pequeño tamaño, más bien poblachones anodinos donde hay muy poco que hacer. Esto permite a sus personajes afinar la mirada y escudriñar así las inquietantes situaciones que tienen lugar en los departamentos de español situados en esos campus que, en palabras del narrador de El camino de Ida, la última novela que publicó Ricardo Piglia (Anagrama, 2013), “han desplazado los guetos como lugares de violencia psíquica”. La narración de Piglia transcurre en una college town imaginaria de Nueva Jersey, un modelo de ciudad de pequeño tamaño que gira en torno a la universidad (en este caso, la también imaginaria Taylor University) y que en época de vacaciones escolares se vacía considerablemente. Así lo ve también José Zeledón, uno de los narradores de Moronga, la novela más reciente de Horacio Castellanos Moya (2018). Si bien no se centra en relatar intrigas de campus, sino más bien las vidas de dos salvadoreños exiliados en Estados Unidos, la novela proporciona unas descripciones excelentes de esas atmósferas mortecinas. Así se refiere Zeledón a la ciudad ficticia de Merlow City: “Todos los pueblos a los que esta gente llama ‘ciudad’ se parecen: inmóviles, con sus calles desoladas. Pero Estébano me había explicado que el centro de Merlow City eran los mismos edificios de la universidad, entre restaurantes, bares y tiendas, y por eso durante la época de clases había bastante vida en las calles; ahora no. Comí un sándwich y enseguida me metí a la biblioteca pública, a protegerme del calorón con el aire acondicionado.”
Las novelas de este tipo que transcurren en el Reino Unido se suelen desarrollar en campus de excelencia como Oxford o Cambridge, pues en casi todo el resto de universidades británicas los edificios están salpicados a lo largo de la ciudad, y en estas últimas no se experimenta esa sensación de estar viviendo en un gueto de lujo. Javier Marías fue prácticamente el primero en narrar en castellano desde los céspedes de Oxford: lo hizo en 1989 en la célebre Todas las almas. El más reciente ha sido el joven escritor y académico español David Jiménez Torres en Cambridge en mitad de la noche (Entre Ambos, 2018). Su oído y mirada para captar el costumbrismo de los ambientes académicos funcionan a la perfección. A Jiménez Torres no se le escapan las lecturas típicas de estudiantes de teoría y estudios culturales –Gramsci y Stuart Hall principalmente– ni tampoco la atmósfera de las cenas en el refectorio del King’s College de Cambridge, donde parece inevitable que a los estudiantes extranjeros les lluevan las preguntas acerca del contexto socioeconómico de sus países de origen (“Mientras los camareros traían platos y se los llevaban, la chica griega ha expuesto la corrupción moral de los mercados internacionales, el chico egipcio ha expresado su consternación ante el futuro de la Primavera Árabe, el chico catalán ha relatado su desconcierto ante la deriva de los nacionalistas en su región, y el tipo de Tailandia ha metido baza con una parrafada algo difusa acerca de su rey. Ahora ya solo queda que el mexicano hable sobre las miserias de la narcoviolencia”). Asimismo, los investigadores españoles que han logrado abrirse camino en estos campus están oportunamente retratados por Jiménez como “Lumbreras, en fin, que habitan una itinerancia constante, paseando su cerebro por distintos países y distintos idiomas, trabando amistades que solo durarán unos cuantos meses y explicando por medio mundo las miserias de la universidad española”, y su precariedad está bien resumida en las explicaciones que el personaje del español Juan le da a otro talentoso estudiante de la península: “He sabido convertirme en lo que el sistema le pide a uno que sea: un chapero académico.”
Por su parte, las vicisitudes de los estudiantes Erasmus que se encuentran de intercambio académico en diversas ciudades de Europa han sido más bien fruto de textos humorísticos como Erasmus, Orgasmus y otros problemas (Libros del Silencio, 2012) de Carlo Padial, pero la escritora y académica de la lengua Carme Riera ha escogido narrarlas en clave de novela negra en Naturaleza casi muerta (Alfaguara, 2012). Si bien el estilo de vida de un campus estadounidense se parece poco al que experimentan los estudiantes de la Universitat Autònoma de Barcelona, alma mater de la novela de Riera, el olor de lo estudiantil funciona bien como detonante de esta ficción.
Una misión común entre los narradores de estas crónicas ficcionadas, en especial de las que transcurren en Estados Unidos, es trazar un mapa del hispanismo, de las luchas intestinas entre peninsularistas y latinoamericanistas, y de sus artículos y tesis de temas tan insólitos como “la figura del gaucho en la literatura gauchesca”, según parodia Antonio Orejudo en Un momento de descanso (Tusquets, 2011). Abundan también los guiños al spanglish y a esos angloamericanos que manejan un castellano de superproducción hollywoodense mal doblada, así como hilarantes escenas en que los protagonistas de habla hispana, si bien llevan a cuestas esa mochila intangible de narraciones e imágenes sobre Estados Unidos que todos poseemos en menor o mayor medida, no pueden evitar una sensación casi constante de ajenidad, ya sea ante el helado que se toma la lugareña Ruby en Donde van a morir los elefantes –“una exótica combinación de mora con frambuesa y pistacho, con sabor a neumático”– o ante Becky, el tipo de norteamericana que acude a recibir a Gonzalo Zuleta, el protagonista de la novela de José Donoso: “muchacha fría y locuaz, de grandes anteojos y cordialidad envuelta para regalo”.
Entre las novelas más recientes, Formas de estar lejos (Galaxia Gutenberg, 2019) de Edurne Portela es donde la naturalidad hacia la vida diaria en Estados Unidos se hace más patente, sin perder cierta dosis de extrañamiento. Esta novela, centrada en la dolorosa experiencia personal de Alicia, una profesora española instalada en Estados Unidos y casada con un norteamericano, también saca a la luz los frecuentes conflictos de los inmigrantes de habla hispana en el país norteamericano cuando han de responder a la pregunta sobre el grupo étnico al que pertenecen al rellenar formularios: “Y había varias casillas: afroamericano, hispano, blanco, nativo americano, otros… y yo no sabía qué poner. Pam me miró muy seria y con un gesto que parecía un reproche, me señaló la casilla de hispano.”
Pero ante todo, la novela de campus hispánica es, y continuará siendo, uno de los territorios más propicios para reflexionar acerca de cómo se lee hoy la literatura en castellano y cuáles son los debates críticos más actuales al respecto. ~