Guadalupe Dueñas
Obras completas
Edición de Patricia Rosas Lopátegui
Ciudad de México, FCE, 2017, 830 pp.
Guadalupe Dueñas (Guadalajara, 1920-Ciudad de México, 2002) fue la hija mayor de una familia ultraconservadora: padre exseminarista, madre casi niña (la tuvo a los dieciséis años) y trece hermanos, “porque los hijos se siguen teniendo mientras Dios los siga mandando”. Fue educada toda su vida en colegios de monjas, donde aprendió a odiar a Jesús, según le confió a Leonardo Martínez Carrizales en una entrevista: “todos los días a las 7 de la mañana nos despertaban con ‘¡viva Jesús!’ y yo quedito decía ‘¡que se muera!’, porque me despertaba, tenía frío y teníamos que ir a la iglesia a misa”. También llevaba un diario. Todas las niñas del colegio tenían que llevarlo a manera de bitácora, para anotar sus oraciones y sus pecados. Pero el diario de Dueñas no registraba nada de lo que había ocurrido durante el día, por el contrario, estaba lleno de fabulaciones, sueños y poemas “y allí hice muchos versos y muchos medios cuentos que creía yo que eran cuentos y eran poesía”. Quizá fueron esos años de internado los que marcaron su gusto por las atmósferas solitarias y oscuras, que le valieron ante muchos críticos el adjetivo de gótica. Sin embargo, fue su inusual ternura ante la abyección lo que la convirtió en una escritora única y sobresaliente.
En 1969, Beatriz Espejo la entrevistó para la revista Kena, cuya redacción reunió por aquel entonces a muchas de las escritoras e intelectuales más importantes de la literatura mexicana, como Rosario Castellanos, Margarita Michelena y María Luisa Mendoza. En la fotografía que acompaña a la entrevista aparece semisonriente, como quien en algún evento muy serio se acuerda de una travesura, lleva en el cuello su eterno collar de perlas y un vestido negro, su color característico, tanto que muchos colegas, como Julio Torri, creyeron durante mucho tiempo que guardaba un luto. Dueñas dice de sí misma: “Combino una melancolía de muerte con una capacidad para la risa que es de lo más sano […] A pesar de estar triste, compro rosas.” Esa pequeña frase resume de manera excepcional no solo su carácter, que, a decir de quienes la conocieron, oscilaba entre la candidez y la indolencia, sino toda su literatura. La obra hasta ahora conocida de Guadalupe Dueñas es breve y precisa, tanto en producción como en extensión: apenas cinco libros publicados y ninguno de sus textos excede las diez cuartillas. En cada uno está presente esa melancolía de muerte atravesada de carcajadas, desesperanza absoluta cubierta de hermosas flores. Narraciones breves como “Digo yo como vaca”, “La araña” o “Las ratas” dan cuenta de una capacidad de asombro casi infantil extrañamente combinada con un desencanto adquirido y asimilado con los años. La mirada de Guadalupe Dueñas se parece a la de una anciana que conoce ya todos los trucos y los secretos pero aún así se deja maravillar por la belleza y acepta que irremediablemente viene con una dosis de crueldad.
Cuando Emmanuel Carballo leyó la “Historia de Mariquita” en 1956, Guadalupe Dueñas tenía publicada solo una plaquette editada e ilustrada por ella misma que de algún modo fortuito había llegado a las manos del crítico. De inmediato, Carballo quiso contactarla creyendo que se trataba de una mujer de muy avanzada edad: “me imagino que ya es una señora muy mayor pero me gustaría que viniera a verme” cuenta Dueñas que le dijo por teléfono. A ella le pareció divertidísimo: “sí, ya solo salgo de casa cuando me llevan y con mi bastón”, respondió. Gracias a esta llamada, México conoció a su mejor cuentista, a decir de Elena Garro.
Después de que el Fondo de Cultura Económica publicara Tiene la noche un árbol en 1958, pasaron casi veinte años para que aparecieran No moriré del todo en 1976 e Imaginaciones, una serie de retratos de personajes de la cultura, en 1977. Pero Guadalupe Dueñas no había dejado de escribir ni un solo día. El trabajo de rescate que realiza Patricia Rosas Lopátegui para reunir estas Obras completas –en donde se incluyen libros valiosísimos y prácticamente inconseguibles, pero también una novela inédita, poemas y colaboraciones en revistas y periódicos– revela que una de las figuras más raras y secretas de la literatura mexicana era también una escritora prolífica y propositiva. Por ejemplo, Dueñas escribió más de treinta telenovelas, entre ellas Carlota y Maximiliano, la primera telenovela histórica que se produjo en México, de la que se incluyen algunos apuntes y borradores. (Introducir la literatura y el amor por el lenguaje a la televisión fue la cruzada desconocida de Guadalupe Dueñas, a la que le dedicó gran parte de su vida: “La televisión representa una gran posibilidad para un día llegar a hacer una literatura formal absoluta. Ahorita no creo que se pueda. Pasará mucho tiempo para que se eduque al gran público en la belleza del lenguaje […] Pero todo puede elevarse”, afirmó en una entrevista a Beth Miller, en 1976.)
Dueñas, que siempre tuvo algo de maga y de vidente, se anticipó al olvido literario que habría de castigarla durante varias décadas y prefirió pasar sus últimos años encerrada en su casa, sin contestar siquiera el teléfono. Rechazaba cualquier entrevista o invitación con elegante firmeza y hasta la fecha el porqué de su decisión continúa siendo un misterio. Visto en retrospectiva, su último libro publicado, Antes del silencio, anunciaba claramente su retiro definitivo. Voluntariosa como era, nunca permitió que nadie decidiera por ella cuándo hablar o cuándo callar y es muy probable que la edición de estas Obras completas no le hubiera complacido en lo más mínimo. Pero es algo que los lectores deberían celebrar, porque reeditar a una escritora como ella es antes que nada un acto de justicia. Guadalupe Dueñas eligió cuándo guardar silencio, pero definitivamente no morirá del todo. ~
Ciudad de México, 1986, es ensayista, editora y traductora.