Entrevista a Rob Riemen. “Debemos llamar al fascismo por su nombre. ”

Rob Riemen (Países Bajos, 1962) –ensayista, filósofo y director del prestigiado Nexus Institute– estuvo recientemente en México para presentar Para combatir esta era. Consideraciones sobre el fascismo y el humanismo (Taurus, 2017), un poderoso alegato a favor del humanismo como antídoto contra el renacimiento del fascismo. Nos concedió esta entrevista una mañana nublada, como nuestro tiempo.
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En tu primer libro retomas el ideal democrático de Thomas Mann de la “nobleza de espíritu”. ¿La nobleza de espíritu, que es individual, puede oponerse al avance del fascismo, un movimiento de la sociedad de masas?

En 1947, mientras trabajaba en Doktor Faustus, Mann escribió su conferencia “La filosofía de Nietzsche a la luz de nuestra experiencia”. En ella decía que ninguna medida técnica, institución jurídica ni idea de gobierno mundial lograría avanzar hacia un nuevo orden social sin que antes se desarrollara un clima espiritual alternativo. Para Mann la única forma de detener los avances del fascismo era mediante la nobleza de espíritu. Coincido.

El fascismo nació en el interior de la sociedad. La ignorancia de la sociedad de masas es también una ignorancia de los valores espirituales y morales. El fascismo surge en este contexto. Como afirmo en Para combatir esta era: a pesar del progreso científico y tecnológico y del enorme acceso a la información, la fuerza dominante de nuestra sociedad es la estupidez organizada. No se detiene el fascismo a través de la economía, la tecnología o la ciencia, ni siquiera a través de las instituciones –porque dependen de las personas que las conforman–, sino con una mentalidad distinta. Mann, Camus, Sócrates y muchos otros pensadores advirtieron que la “nobleza de espíritu” es uno de los ideales más democráticos que existen. Para cultivarla no se necesita dinero, ser tecnológicamente avezado o tener un título universitario. La nobleza de espíritu es una mentalidad, es saber de qué se trata la dignidad humana.

Para combatir esta era es un llamado a las élites políticas, económicas, académicas e intelectuales. Élites que, sin embargo, parecen estar atravesando una crisis. Afirmas que “han generado el vacío espiritual en el que el fascismo puede crecer otra vez”.

Nos enfrentamos a dos problemas diferentes. El primero es el tipo de élites dominantes en nuestra sociedad. Las políticas, económicas y mediáticas son las que tienen más poder e influencia. Se definen y validan por la cantidad, no la cualidad. En el mundo de la cultura, no obstante, el concepto tiene un significado distinto: la élite expresa la cualidad. Pensemos en la Unión Soviética de Stalin: por un lado, estaban las élites del poder, los dirigentes del partido, y, como contrapeso, una minúscula élite moral representada por Pasternak, Mandelstam, Ajmátova y, posteriormente, Brodsky. Una de las cosas que ocurre en nuestra era de capitalismo rampante es que la única élite que reconocemos es la del poder, que solo expresa cantidad. Que las élites intelectuales y artísticas estén marginadas refleja que los más altos valores de la sociedad actual son los del comercio y la tecnología. Es indispensable hacer un llamado a las élites, incluyendo a la élite académica: tienen una posición privilegiada que conlleva una responsabilidad que no están aceptando. Tendrían que ser combatientes contra esta era.

Parte del fenómeno al que nos enfrentamos hoy ya lo retrató Hermann Broch en el tercer volumen de Los sonámbulos, donde analiza el declive de los valores. Para Broch no es que ya no haya valores, sino que, a consecuencia de que ya no existe un valor universal y trascendental, todos los valores se fragmentan y se hacen pequeños. A la clase política solo le interesa el poder, a la clase militar solo le interesa tener más armas, a los médicos solo les interesa tener más medicinas, al mundo tecnológico solo le interesa desarrollar más tecnología. No existe ya un sentido de responsabilidad general. Y no solo eso: esos grupos no hablan el mismo idioma, no se comunican, no existe un diálogo entre ellos.

En su novela El hombre sin atributos, Robert Musil pone a esos grupos –generales, empresarios, intelectuales y aristócratas– en conversación. Para Musil se reúnen porque están en busca de la “gran idea”. Es una hermosa metáfora que Musil retoma de Los demonios de Dostoievski. Perdimos la “gran idea”. En términos más académicos diríamos que perdimos el gran relato. Las consecuencias sociológicas de esa ausencia son inmensas. En la Edad Media, por ejemplo, la gente formaba parte de una gran idea única. Eso se acabó, por buenos motivos, pero ahora tenemos a una sociedad completamente fragmentada, individualizada, con una clase gobernante que ha perdido el sentido común o el buen sentido, y no tenemos un gobierno que quiera velar por el bien común.

Contribuyó al estallido de la Segunda Guerra Mundial que las élites estuvieran en un proceso de sonambulismo, adormecidas. Está sucediendo de nuevo. Para Hermann Broch, el sonámbulo se niega a ver la tormenta. Ahora nos negamos a ver el retorno del fascismo. Me dicen que hablo de los peligros del populismo. No es así. El populismo es como los mosquitos, un poco irritantes. El peligro real es el regreso del fascismo. El fascismo es el cultivo político de nuestros peores sentimientos irracionales: el resentimiento, el odio, la xenofobia, el deseo de poder y el miedo. No deberíamos confundir ambos conceptos. Debemos llamar al fascismo por su nombre.

¿A qué se debe que la sociedad se niegue a asumir que el fascismo está de vuelta?

A la turbación de políticos y académicos. Al menos así sucede en Occidente. Lo advertí hace algunos años cuando publiqué en los Países Bajos “El eterno retorno del fascismo”, el primer ensayo de Para combatir esta era. Recibí un tsunami de respuestas negativas. En los diarios aparecían artículos furibundos firmados por políticos que decían que debería sentirme avergonzado. Los académicos también se enojaron porque dije que en la academia se dedican a escribir notas al pie de página en lugar de involucrarse políticamente. No me permitieron decir que el diputado neerlandés Geert Wilders es un fascista. Aceptar el retorno del fascismo representa un problema para algunos pensadores progresistas porque implica que nuestra sociedad tiene fantasmas que se niegan a morir. Aunque hay excepciones, los académicos por lo general no saben nada. El problema fundamental que está afectando a la academia es la confusión entre la ciencia y la verdad.

Sabemos de la brillante idea que tuvo Descartes de separar el alma del cuerpo. Fue a partir de esta nueva idea que pudimos hacer descubrimientos científicos. Pero tiempo después, en 1725, Giambattista Vico advirtió que, pese a la gran admiración que tenía por Descartes, no debíamos cometer el error de pensar que el paradigma científico –aunque adecuado para explicar lo que ocurre en la naturaleza– nos haría entender al ser humano y su sociedad, porque somos una especie espiritual. Nuestros sentimientos y emociones van más allá del paradigma científico. Los académicos, sin embargo, se negaron a escuchar la advertencia de Vico, o la olvidaron. Constantemente las humanidades tienen que probar que son científicas y les imponen la necesidad de inventar teorías. Simon Schama ha explicado que la historia está compuesta de una serie de relatos, pero son pocos los historiadores que cuentan algo. Todo son teorías. Esto se aplica también para la psicología y la sociología. Existe un malentendido en el campo de las humanidades y con suerte un día nos darán más conocimientos que datos. Al no entender, no forman parte del debate público. Como no hay evidencia empírica de que nos enfrentamos al fascismo se han negado a pensar que está de vuelta.

Nos enfrentamos a un nuevo gnosticismo y quien lo cultiva es esencialmente la izquierda: “la gente” se siente traicionada, “la gente” no sabe qué hacer. En cierto sentido, esto es tan antidemocrático como el fascismo. Es aquí donde estamos atorados. Lo que no tenemos es un “humanismo cívico”. Lo que la sociedad ha perdido es la noción de humanismo en el discurso cívico, eso es algo que debemos recuperar lo antes posible porque, de lo contrario, nos enfilamos al desastre.

Pero no solamente hay ciencias de la naturaleza, también están la ciencia política y la ciencia económica. Es decir, la cuantificación de elementos económicos y políticos desde un punto de vista científico.

Si la economía fuera una ciencia, ¿por qué no pudo predecir la crisis económica de 2008 o ha podido hacerle frente? La ciencia política se reduce solo a datos y no aporta nada. Al querer ceñirse a este paradigma la ciencia se limita. El argumento de Giambattista Vico es que si queremos comprender al ser humano y entender a la sociedad necesitamos historia, poesía, filosofía, música y arte. ¿Esto nos dará un conocimiento absoluto? No, porque el ser humano trasciende el conocimiento absoluto.

Se piensa que hablar del alma y el espíritu humano es anticuado. Si eso es cierto, hemos perdido el rumbo. ¿Cuál es la esencia del ser humano? Sócrates dice que el alma. En sus Disputaciones tusculanas, Marco Tulio Cicerón escribió su famosa sentencia de donde proviene nuestra noción de cultura: “el cultivo del alma, eso es la filosofía”. Y ciertamente hemos perdido, junto a la filosofía, la búsqueda de la sabiduría, el cultivo del alma. De modo que no debe sorprendernos la clase de mundo en que vivimos.

No estoy en contra de la información y de los hechos, pero no necesariamente son conocimiento ni sabiduría. Los poetas y los artistas dicen que el lenguaje es como un espejo que nos dice si somos auténticos. Hacia el final de la Apología, Sócrates advierte que, sin el lenguaje de las musas, sin el lenguaje de la música, la poesía y el arte, sería imposible expresarnos; sería imposible comprender nuestros sentimientos y lidiar con nuestras frustraciones, temores y soledad. Por eso es importante tener ese lenguaje que –ya lo dijo Proust– es lo que nos permite entender al otro. Nunca seremos capaces de apreciar y articular nuestras experiencias más profundas sin el lenguaje de las musas.

Las sociedades que están dominadas por el miedo son propensas al contagio del populismo, pero el miedo es inevitable en sociedades como las nuestras, asediadas por el terrorismo y la violencia del narcotráfico.

No son las sociedades, somos nosotros mismos. Nuestra psique está invadida por el temor: somos la única especie que tiene conciencia de su mortalidad. El temor es un sentimiento inherente al ser humano. Más que de una educación o de una filosofía, Sócrates hablaba de una paideía: de cómo vivir la vida. Uno de sus elementos es cómo lidiar con nuestros temores. Hemos perdido los instrumentos que nos permiten hacerlo. ¿Por qué las sociedades son tan inseguras? ¿Por qué dependen tanto de psiquiatras? ¿Por qué depositamos nuestro sentido de bienestar y confianza en los bancos, en las compañías de seguros y en los sistemas de pensiones? En parte es porque nuestra sociedad se ha vuelto mucho más materialista y creemos que las aseguradoras nos van a cuidar. ¿Para qué debo cultivar mis habilidades o cierto carácter si, mientras mi cuenta de banco esté bien, yo voy a estar bien? Sócrates pensaba que el valor es la habilidad de conquistarse a uno mismo, el valor para cultivar nuestra alma, y quería que recibiéramos una educación que nos hiciera valientes, conquistar nuestros temores, frustraciones, inseguridades de modo que tengamos la valentía para actuar.

Imaginemos una sociedad en la que nos diéramos cuenta de que la auténtica seguridad no debería venir de nuestra cuenta bancaria sino de nosotros mismos. Imaginemos una sociedad en la que en verdad tratáramos de educarnos para ser valientes. Es la única manera de oponerse a lo que está ocurriendo. Esto no significa que no habrá más tragedias, pero como sociedad seríamos mucho más fuertes.

Afirmas que el miedo orilla a los pueblos a buscar un líder que los salve y proteja. Tu advertencia de que el fascismo está de vuelta, ¿no es una forma de provocar miedo en las élites?

Al hablar de élites nos referimos a la élite del poder. Eso sucede ya en Estados Unidos, donde la clase que conforman los financieros de Wall Street está en ascenso. Es exactamente lo que ocurrió en la Alemania nazi por falta de cálculo, oportunismo y pensamiento estratégico: las élites –no solo las élites del poder, sino muchos académicos e intelectuales– pensaban que Hitler no podía ser tan malo. En tanto el líder fascista se dedique a sus propios intereses, parece que a nadie le importa. Llegado el momento, si las cosas se ponen muy mal en un régimen totalitario, no hay posibilidad de alzar la voz.

¿Por qué las personas necesitan tanto la figura de un líder? ¿Por qué la sociedad ansía un héroe? Los héroes actuales son las celebridades. Sabemos que Trump pudo llegar a la Casa Blanca gracias a que durante doce años apareció constantemente en la televisión. Así de grande es el hambre de líderes, héroes, celebridades, gurús y mesías. Es por esto que he procurado hacer una defensa del humanismo. Si uno es suficientemente afortunado en la vida encuentra un maestro: un hombre o mujer que pueda enseñarte a desarrollar tus habilidades y talento. La humanidad puede dividirse entre la gente que necesita un maestro y lo busca y la gente que no lo busca, pero está impresionada con el líder poderoso al que pueden someterse.

Dostoievski lo dice con gran elocuencia en El gran inquisidor. Ahí presenta a Jesucristo no como un líder poderoso ni como héroe. Lo presenta como un maestro. Un maestro, además, que no trae buenas noticias. La mala nueva es que Jesucristo no está aquí para hacernos felices sino para hacernos libres. Necesitamos un maestro cuando queremos desarrollar la cualidad de ser libres. Necesitamos un líder o una celebridad cuando queremos ser felices.

En Francia y en los Países Bajos, los candidatos con discursos fascistas perdieron las elecciones. ¿Se detuvo el fascismo en Europa?

En los Países Bajos no detuvimos al fascismo. Geert Wilders es líder del actual segundo partido más importante y principal opositor del partido en el gobierno. Esto significa que en el debate parlamentario él es el primero en hablar. Puede decir lo que quiera sin ningún tipo de responsabilidad. Por otra parte, el ganador de la elección, Mark Rutte, publicó una carta abierta en todos los periódicos holandeses titulada “Ser normal”. Ahí dice que, como holandeses, damos la bienvenida a todos siempre y cuando se comporten de una manera “normal”, como el resto de los ciudadanos neerlandeses. ¡Vaya! Ser normal significa que debes ser igual al otro. No puedo pensar en un argumento más racista y xenófobo. Poco después, el líder del partido Llamada Demócrata Cristiana dijo que todos en mi país deben saberse el himno nacional de memoria y que cada vez que se escuche debemos ponernos de pie y posar la mano sobre el corazón. Quisieron crear instrumentos para hacernos a todos “normales”.

En Francia, por otra parte, Macron ha tenido mucha suerte. Es joven y tiene poca experiencia. Por lo general, la votación parlamentaria es del 70 o el 80%. Él solo obtuvo el 48%. Camina en un terreno sensible y está en una posición mucho más complicada que la de Obama cuando ganó la presidencia en 2008, y ya vimos qué ocurrió después de los ocho años de su gobierno. De modo que no nos engañemos pensando que, de repente, sin tomar ninguna iniciativa real, detuvimos al fascismo. La Unión Europea se encuentra en un momento muy delicado. Es tan disfuncional que, en Hungría, no puede hacerle frente a Viktor Orbán, un fascista absoluto. También sabemos qué pasó en el Reino Unido y en Polonia. Las fuerzas que quieren destruir Europa son innegables.

¿Cuál es la pertinencia de Para combatir esta era?

Sin Trump el libro no habría aparecido en español ni en otros idiomas. En el caso de Trump no creo que haya un proceso de destitución. Si llegara a ocurrir no olvidemos lo que dijeron Levi, Mann y Camus después de la destrucción de la Alemania de Hitler y el desmoronamiento del fascismo en Italia: no cometamos el error de pensar que el fascismo desapareció con la guerra. Después de la guerra, Camus publicó La peste para dejar asentado este mensaje. Pueden pasar diez o cincuenta años, pero el fascismo reaparecerá. Está sucediendo ahora con Trump y Erdoğan. Pero aún si ellos se van, el fascismo permanecerá.

En 1929, José Ortega y Gasset nos advirtió en La rebelión de las masas del arribo del fascismo. Las sociedades libres lucharon contra las naciones fascistas por la libertad. Los líderes que enfrentaron el fascismo –Estados Unidos y el Reino Unido– hoy tienen un gobierno populista. ¿Qué camino tomar?

Estados Unidos no tiene un gobierno fascista, pero tiene un presidente que sí lo es. Este es un ejemplo de que la libertad y la democracia no pueden darse por sentadas. Quizá debemos dar un salto mucho más amplio y entender que el modelo de Estado nación es relativamente nuevo en nuestra historia, que como modelo tiene dificultades, y que eso abre el espacio para la aparición del nacionalismo. A partir de este escenario puede crecer el fascismo. No hay fascismo o racismo sin nacionalismo.

Al final de los treinta, Thomas Mann, Hermann Broch y algunos intelectuales estadounidenses como Robert Maynard Hutchins –que entonces era el rector de la Universidad de Chicago– se reunieron a instancia de Elisabeth Mann Borgese y su esposo, el escritor Giuseppe Borgese, uno de los pocos intelectuales italianos que se negó a hacer el juramento de lealtad a Mussolini y se exilió en Estados Unidos. En 1938, Borgese pensó que la guerra era inevitable y que debían ganarla. Pensaba que después de la guerra los políticos estarían demasiado agobiados, así que los intelectuales tenían que salir de la torre de marfil y escribir algún tipo de folleto a partir del cual podrían establecerse nuevos principios.

El grupo se reunió un par de veces en Atlanta en 1939, poco antes de la guerra. En marzo de 1940 publicaron The city of man. A declaration on world democracy, donde se preguntaban: ¿qué necesitamos hacer después de la guerra? Ellos mismos respondieron: un gobierno mundial, un parlamento mundial, derechos humanos universales. A partir de este pequeño libro nació la onu.

Nos toca a los intelectuales –a la gente privilegiada que podemos vivir de cuidar ideas y cuidar el significado de las palabras–, unirnos, explicar qué es lo que ocurre y cómo avanzar. Estamos atorados entre dos paradigmas que no nos permiten avanzar. Nuestra conversación ha girado en torno al paradigma del regreso del fascismo. Pero hay otro paradigma con el que estamos lidiando: la sociedad capitalista-científica-tecnológica que se rige por el tipo de ideología que viene de Silicon Valley. Una ideología que se basa en la falsa noción de que con tecnología y neurociencia podemos resolverlo todo. Como decía Obama con frecuencia: “Fix it first.” Eso tampoco nos permitirá avanzar. Esto abreva del hecho de que no hay ideas. Tuve un debate álgido con un profesor que decía que para tener una Europa unida había que regresar a la Edad Media, bajo la forma de la cristiandad. Pero la salida no está en un regreso al pasado.

Celan, Brodsky, Pasternak y muchos otros ejercieron el arte de la traducción. ¿Por qué Thomas Mann escribió José y sus hermanos? Comenzó a escribir su tetralogía cuando se dio cuenta de que existía un hombre llamado Adolf Hitler. Mann, que vivía en Múnich, escuchó la retórica de Hitler, comprendió su ideología y se percató de que quería crear una nueva religión laica. Así que comenzó a escribir su libro. Tomó la Biblia y se propuso volver a contar –a traducir– la historia de José y sus hermanos.

Celan –después de que los nazis lo recluyeran junto a su familia en un gueto, mandaran a sus padres a un campo de exterminio en donde asesinarían a su madre y moriría su padre, y lo remitieran a un campo de trabajos forzados de donde finalmente fue liberado– tuvo que traducir. El gran relato que esperamos, el tipo de historia que necesitamos tener para que renazca el humanismo laico o religioso será, justamente, uno que vuelva a contar historias; será una traducción, como el Renacimiento fue una traducción. Goethe dijo que la verdad ya existe, lo único que tenemos que hacer es repetirla y traducirla. De ahí mi rechazo a los académicos. No están haciendo su trabajo. En cambio, cada día admiro más a Andréi Tarkovski, porque con sus películas logró traducir valores fundamentales en historias. La noción de sacrificio, que pertenece al mundo de la religión, él la tradujo en un relato claro. Todos mis héroes son traductores. Emprendieron la tarea de transmitir o traducir valores, las cosas que en verdad importan, para darnos una visión del mundo que protegiera la noción de lo que es una civilización democrática. Si no somos capaces de hacer esto estamos perdidos.

¿Qué opinas de la reacción que ha generado Trump dentro de Estados Unidos?

No podemos aceptar lo que ocurre. Trump no ganó el voto popular. Mucha gente comprende lo que pasa. Hillary dijo que ahora forma parte de la “resistencia” –algo que me causa cierto malestar porque del lado del mundo del que vengo las personas que pertenecían a la resistencia arriesgaron su vida para luchar contra los nazis–. En este momento no hay un solo estadounidense cuya vida corra peligro, de modo que sería mejor decir que se es parte de la oposición. Atesoremos este hecho: aquello que es posible en Estados Unidos resulta imposible en Rusia. Ese tipo de oposición haría que, en Rusia o en China, te ejecutaran de inmediato. Aún hay cierta libertad en Hungría, aunque cada día se vuelve más difícil pertenecer a la oposición. Si Trump logra incrementar su base de seguidores, sigue propagando noticias falsas y continúa con su política hacia los medios para que la gente prefiera abrir su Facebook en vez de leer el Washington Post, estaremos en una situación vulnerable. En el peor de los casos se reelegirá por un segundo periodo. No es imposible.

Tu libro es una defensa de los valores espirituales absolutos. ¿No es una aspiración muy elevada en estos momentos de emergencia?

¿Es una aspiración elevada buscar al amor de tu vida? ¿Es una aspiración muy elevada necesitar la amistad? ¿Es una aspiración demasiado elevada sentir la necesidad de perseguir nuestras pasiones, de hacer algo que tenga algún significado? Las cosas de las que hablo no son moralistas, abstractas o poéticas, son las cosas que están en el centro del ser humano. ¿Es una aspiración demasiado elevada confiar en tus amigos y no sentirte traicionado? Estas son las cosas de las que hablo. Todo se ha vuelto difícil y complicado porque el ser humano no solo es aspiracional, sino también siente temor y frustración. En realidad, hablo de cosas muy básicas. ~

 

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