Sergio Raúl Arroyo, etnólogo, antropólogo y escritor, ha reunido once poemas en una plaquette impresa de forma artesanal por Juan Pascoe en el Taller Martín Pescador de Tacámbaro. Esta plaquette cierra la colección Cuadernos del Armadillo, una reunión heterogénea de libros y carteles dirigida por David Huerta, en la que se publicaba de forma irregular y risueña a los amigos del poeta. Todos los textos de la colección fueron impresos por Juan Pascoe en ediciones de pequeño tiraje, únicas por la belleza de la factura y en las que la tipografía, elevada a su condición más noble, acentuaba las posibilidades expresivas de los escritos.
Como lo hizo en su poemario Génesis personal / Ensamble, en Once Arroyo entrega al lector poemas que llevan por título el nombre de una variedad de personas: Frank Zappa, Lévi-Strauss, Roald Dahl, Diane Arbus, Claudio Magris, Buster Keaton, C. W. Ceram, Pascal Quignard, pero, con excepción de los dos últimos, no son etopeyas, ni retratos convencionales. Si en algunos poemas de Ensamble Arroyo analizó y vinculó la experiencia de ver con la de imaginar y escribir, en Once, excepto en el poema ecfrástico dedicado a la fotógrafa Diane Arbus, se decanta por introducir en los poemas los símbolos y temas que lo obsesionan: la infancia y sus rituales, las cabezas (aparecen como cráneos, cavidad cefálica, cabeza como calabaza, cráneo como ostra, cabezas parlantes), la noche, el agua, los patios nocturnos, los árboles, el tiempo y la muerte, supeditándolos a los once nombres que componen el libro.
En el primer poema, cuyos mecanismos me esforzaré por develar ahora, se muestra la forma en la que Arroyo abordó los textos de Once y algunas de sus estrategias más originales.
En este poema inaugural titulado “Anne Carson: once peldaños nocturnos”, el poeta asienta once declaraciones o peldaños que abordan el dolor del abandono. Las primeras siete declaraciones se pueden relacionar con Carson, pues a primera lectura parecen estar emparentadas con los poemas de La belleza del marido.
En la afirmación inicial leemos: “doy testimonio / de que los amortajados cantan / de que sus ojos son ágatas negras”.El uso de la minúscula y la ausencia de puntos o comas, es una característica común a todos los poemas. Esta puntuación dota de una flexibilidad notable al discurso, permite que la voz cambie sin aviso, así como que se intercalen puntos de vista. Arroyo interpela, pide, comenta, observa o toma la voz del retratado sin explicar, separar las imágenes o resaltarlas.
La ausencia de comas y puntos da la impresión de que leemos un fragmento in medias res, de que estos tres versos podrían haber escapado de la boca de Anne Carson mientras ella leía y murmuraba en la cocina, en la misma cocina donde se escenifica el poema “Tres”, en el que un trío de mujeres: Anne Carson, quien lee Cumbres borrascosas de Emily Brontë y la madre de Carson hablan entrecortadamente sobre el fracaso matrimonial de la poeta. Brontë, llamada “Emily” en el texto, está presente como la autora de la novela. Madre e hija leen en la mesa mientras afuera la noche helada está “paralizada”. Todo transcurre en una vigilia torturada por el dolor de la ruptura conyugal, puntuada por brevísimos comentarios y duplicada por el tormento de Heathcliff.
Leemos, por ejemplo, en el quinto peldaño alusiones a esa domesticidad dolorosa: “nadie me conoce / permanezco en silencio mientras ceno / soy alguien que espera una condena / o un milagro / bajo el influjo y el salitre de la luna”.
Hasta la octava declaración o peldaño la voz dice: “no aguardo redención / en la cocina blanca / son las primeras horas de la noche / el olor del pan es signo de pertenencia / (ha sido mi aroma favorito desde niño) / los invitados esperan que las piezas / salgan del horno / los demás / nos mantenemos con los ojos cerrados”.
Es aquí, con este desde niño donde esta afirmación, que se encierra dentro de la otra en medio de paréntesis, que nos damos cuenta de que no es Carson quien habla en esa noche solitaria, sino el autor. En las tres declaraciones que restan, Arroyo describe los sueños acuosos, marítimos de su infancia, sus pesadillas, la medianoche hecha de agua: “la escuela envejece en silencio bajo las estrellas / es un barco que navega sin rumbo / en su patio / la luna incuba / un antiguo ladrido / pido a la noche que no deje de soñarme”.
Este poema, así como el dedicado a Frank Zappa, el único donde hay signos de interrogación y admiración, son los dos textos en los que el título guarda relación con los versos. En cambio, el dedicado a Roald Dahl abunda en imágenes orgánicas, selváticas: “su cráneo es una ostra / plagada por insectos / una caja encriptada / habitada por libélulas / decididas a hacer / un alto al vuelo”,que se refieren, quizás, a la vida en África del narrador, quien aprendió a volar en Kenia. Dahl fue piloto de un Havilland Tiger Moth y luego de un Gloster Gladiator en la Segunda Guerra Mundial. Fue en el Gladiator que tuvo el terrible accidente que lo marcaría de por vida: “por su tórax se deslizan / serpientes del antiguo testamento / que tejen nudos / en los telares del infierno”.
De forma parecida Arroyo describe el ámbito de Lévi-Strauss:“la palabra adulterio está escrita / sobre una hilera de cabezas estacadas / y la palabra muerte / en la llaga de una lengua / que conoce de cerca el veneno […] cuando se peina / lo asaltan delirios vegetales / el cráneo es una calabaza / que observa fijamente el universo”.El antropólogo observa, registra, consigna: “sin pena / redacta una nota / frente a un cuerpo / muerto a palos”.
O la voz que le exige al divulgador alemán “c. w. ceram: invitación a la arqueología”: “toma nota / te lo pido / saca tus máquinas y grábala / ata su imagen / quédate con su voz erosionada / con su silabario y sus gotas de fuego / ponte el sombrero / camina por el teatro de la tarde soleada[…]”.
De Pascal Quignard: “hay una imagen / en la cavidad cefálica que gesta / la cueva uterina de mi sueño / allí está el inmenso fantasma / que escapa al pájaro y viaja / hacia la noche adherida a las paredes”.
Pero son los dos poemas más narrativos, en los que se describe a las personas que les dan el título, los que logran mayor intimidad con el lector. Quizá porque tienen un tono más emotivo y las imágenes convocan un afecto profundo, una familiaridad que se distancia de los hallazgos verbales e intelectuales de los poemas anteriores. Son los dos textos dedicados a las mujeres de la infancia de Arroyo: Julia Herrera y su madre, Rosario García.
Los versos que clausuran la plaquette y que cierran el poema dedicado a Rosario García son cuatro acordes dulces y sonoros:“solo sé / que estarás en la música perfecta / que sonará / antes de que me vuelva invisible”.
Esa “música perfecta” cuyos ecos podemos encontrar en la mejor poesía. ~