El hombre en el umbral

Andar y ver. Tercer cuaderno

Jesús Silva-Herzog Márquez

Taurus

México, 2023, 280 pp.

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Derecho y revés. Todo tiene su contrario. Tiempo e instante. El tiempo implacable nos consume. El instante lo pausa, lo abre y nos revela. Duelo de opuestos. Entre ambos extremos se despliega un sinfín de matices intermedios. La vida es lo que ocurre entre los polos. Entre el pasado que fue y el futuro que será, ocurre el presente, diverso, complejo, inaprensible.

Hay temperamentos diurnos (asentados en la Historia, conscientes del tiempo) y temperamentos nocturnos (que validan los sueños, las visiones, las sinrazones). Clasificamos la realidad por opuestos. Yin y yang. Historia y poesía. Esta cómoda clasificación nos ayuda a hacer vivible el mundo, sus complejidades y sus encrucijadas. Son pocos los temperamentos que conjugan ambos extremos. Los ejemplificamos con Jano, el dios romano de los comienzos y los finales, el dios de las puertas. La puerta es una máquina que nos permite salir y entrar. Es un pasaje brevísimo. Atraviesas la puerta y estás afuera. Das un paso atrás y estás adentro. Jesús Silva-Herzog Márquez es un hombre puerta. A un lado se encuentra la política y sus laberintos, los meandros de la Historia, la plaza pública; del otro, la poesía, los jardines, los sueños y el cuerpo.

Todos los lunes Silva-Herzog escribe en Reforma una columna política, incisiva, reflexiva, valiente: luminosa en tiempos oscuros, con prosa clara en momentos de degradación del lenguaje. En paralelo, dos miércoles al mes, en el mismo diario, Silva-Herzog publica una columna, en la sección cultural, sobre libros, exposiciones, películas, actores, arquitectura, jardines, conciertos, efemérides y homenajes, defunciones y premios. “Poca política y mucha admiración”, señala el autor. Da en el blanco pero se queda corto. Atina al decir que se trata de ejercicios de admiración ya que en casi la totalidad de sus breves notas celebra a los creadores y a sus obras. Digo que se queda corto al decir “poca política y mucha admiración” porque, más allá de las notas celebratorias, Silva-Herzog deja ver una concepción pesimista de la Historia, así como el papel que le asigna a la poesía: “si no salva, la poesía es la canción de los borrachos antes de ser degollados”. La Historia (el tiempo) nos oprime, la poesía (el arte, la naturaleza) nos redime. Si la poesía no nos salva, no es poesía. ¿Y de qué nos salva la poesía? Nos salva del tiempo y su marcha implacable que nos conduce a la muerte. De un lado, el tiempo carnicero; del otro, la poesía que es paréntesis que nos aísla del transcurrir. En medio, la puerta. Jano: tiempo y poesía. Silva-Herzog en el umbral, no como el guardián que la vigila y cierra el paso como en la fábula de Kafka sino como el generoso portero que facilita el tránsito entre la pesadilla y el sueño, entre los compromisos de la Historia y la gratuidad del arte, entre la necesidad y el azar. Silva-Herzog observa de un lado el espanto de la política, sus alianzas y sus traiciones, y de un salto se traslada al otro lado, lugar de jardines y sueños, de libros y conciertos, de exposiciones y edificios.

“La historia es una pesadilla de la que intento despertar”, escribió Joyce. No muy distinto de lo que piensa Silva-Herzog. Con Álvaro Mutis, considera que “la Historia no preserva, no camina; carcome. El tiempo todo lo destruye, todo lo devasta”. La Historia registra el presente para encontrarle sentido, y este es espantoso: “un planeta que hierve, una sociedad rota, una democracia en riesgo”. El Estado “es una máquina infatigable; su apuesta es la desmemoria de aquellos a quien oprime”. Dos veces al mes Silva-Herzog escribe de temas culturales y se queja de “la imbecilidad de la política y de la ideología”. La civilización es “una caída”. No parece haber salida entre “el desplome del comunismo y las frustraciones de la utopía liberal”. La libertad “es el ideal eternamente traicionado”. La Historia entroniza las “arrogancias de la razón moderna”. La Historia, el transcurrir del tiempo, nos produce heridas, cicatrices en el alma y arrugas en el cuerpo. La Historia, una pesadilla; el Horror de Kurtz, la desdicha de la conciencia del tiempo, los sinsabores de la política, la banalidad y trivialidad de nuestra era. “Nuestro camino a la muerte no tiene vuelta. Cada día estamos más cerca de la nada.” Esta es la visión de Silva-Herzog de la Historia y del tiempo, de la política y de sus frustraciones cotidianas. ¿No hay salida? ¿La puerta está condenada? Si despertamos de la pesadilla de la Historia, ¿ante qué realidad nos encontraremos?

Más que los huracanes, las erupciones y los terremotos, la fuerza más destructora y corrosiva es el tiempo: “nadie puede liberarse de su paso terco”, señala Silva-Herzog, solo “el arte puede transfigurar el tiempo”. El arte le da sentido al placer y a la desgracia. Nos muestra “otro sentido de la vida”. La poesía suspende el tiempo, “registra el paso leve de lo extraordinario, la brevedad de lo único”. Piensa con Louise Glück que “escribir es buscar una manera de darle forma a la devastación”. La escritura, la poesía, el arte, la cocina, el mundo de los sueños, la imaginación “no es un escape de la realidad sino el hallazgo de una más profunda”. Se escribe la Historia en prosa, la poesía se escribe con los sentidos y la imaginación. Dice Anne Carson: “Si la prosa es una casa, la poesía es un hombre corriendo en llamas a través de ella.” La cultura y el arte del que Jesús Silva-Herzog Márquez da cuenta en los breves ensayos contenidos en este libro configuran, para decirlo con David Huerta, “la quebradiza imagen de un lugar donde vivir vale la pena”.

Silva-Herzog, el hombre del umbral, comunica los pasillos de la política y la cultura. Con buena prosa, nos habla, con humildad y gratitud, de sus admiraciones, muchas de las cuales son las nuestras. Andar y ver es a la vez un libro y un jardín, un lugar para contemplar, respirar, comprender, un sitio de resurrección de la esperanza. ~

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