Fragmentos de un Dylan entero

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Se sabe desde siempre aunque nunca se recuerde del todo: cada vez que Bob Dylan se va lo hace solo para que luego se comprenda que nunca se ha ido y que siempre estuvo y está y estará ahí. El truco es el mismo y –aunque tantas veces visto y oído– continúa fascinando: el hombre amaga con salir de escena únicamente para que descubramos que permanece. Y que cambia para seguir siendo el mismo: él mismo. Pero más y mejor que nunca. Así, su leyenda verdadera rebosa de esos abracadabras y hocus pocus y prestos y ahora no me ves y ahora me ves mejor que nunca.

Así, cambio de nombre, súbita electrificación para escapar al rol de mesías generacional, misterioso accidente de moto, nueva voz, flamante conversión religiosa, extravío en los tiempos de mtv y álbumes supuestamente malos que con el tiempo se revelan fascinantes.

En 1997, Dylan ensayó y estrenó con gran éxito de crítica y público y redescubrimiento millennial una de sus más formidables reapariciones: Time out of mind. Su lp número treinta al que ahora –bajo el título de Fragments– sus ya legendarias e indispensables The bootleg series dedican volumen 17 y caja con cinco cds conmemorando un cuarto de siglo.

Y, sí, no era fácil ser Dylan por entonces y no habían sido sencillas para él las dos últimas décadas. Se lo consideraba un viejo prócer con hincapié en viejo al que se le respetaba la iluminación de alguna esporádica canción magistral, retornos cautos como los de Infidels y Oh mercy, esa formidable broma-en-serio que fueron The Travelling Wilburys y el encuentro deslumbrante alguna noche de concierto apuntalada por himnos clásicos. Por otra parte, su hijo Jakob salía casi en defensa del padre con un “pareciera que a un artista no se le perdona el haber sobrevivido a su propia revolución”. Y lo último que había publicado a solas había sido –en 1991 y 1992, con Good as I been to you y World gone wrong– un sediento retorno a sus fuentes con un par de recopilaciones de temas tradicionales ejecutados/indultados a solas, como en el principio de todo. Sonaba a adiós y final pero, en verdad, era un hola y vuelta a empezar. Y de pronto, cuando todos pensaban que al hombre se le habían acabado las máscaras y las ganas, Time out of mind, como surgido de la nada, inauguró una de sus mejores y más prolíficas personalidades: la del presente Dylan tardío muy puntual y con una voz rota pero plena a la hora de acomodarla a la narración/fraseo/inflexión/dicción de la que narra como solo él puede y sabe hacerlo.

Once tracks que Dylan construyó –según dijo– a partir de “fragmentos y riffs y grooves más antiguos que cualquier persona viva y donde no sobra ni una palabra […] No creo que eclipsen nada de lo mío anterior pero sí que sorprenderán a algunos por su franqueza y por no apelar a alegoría alguna: he renunciado a todo eso […] Esto es lo primero en mucho tiempo que me he preocupado por proteger mucho y me gustaría creer que es algo que se siente más que pensarlo”. Once tracks que arrancan con el amargo “Love sick”, promedian con esa cima que es la crepuscular “Not dark yet”, se endulza con ese standard romántico luego adeleizado que es “To make you feel my love”, y va a dar a los diecisiete minutos vagabundos de “Highlands” donde se concluye con un “Tengo ojos nuevos, todo se ve tan lejano”. Pero no: Dylan estaba más cercano que nunca. Y Time out of mind (producido por Daniel Lanois en sesiones tan inspiradas como turbulentas enfrentando a artista feroz y redomado y a su domador más bien domado que aun así entendió que “se trataba de un renacimiento con los viejos perros bajo el brazo, como si se tratasen de libros históricos”)de pronto estaba más cerca que nunca y en todas partes. En la advertencia previa de que Dylan –entonces con 56 años– casi muere por cataclismo cardíaco al aspirar algún hongo en suspensión por las orillas de su cabaña, que estaba deprimido por la muerte de Jerry “Grateful Dead” García, que había quedado aislado por una nevada y compuesto el álbum, que se reponía de un sísmico desengaño amoroso… Pero lo importante eran las canciones y se llevaron ese Grammy a álbum del año (más otros dos) que todos suponían era para el modernísimo y cool ok computer de Radiohead.

Después y desde entonces, Dylan no se ha detenido y ha hecho de todo: cantó para el papa (y cobró muy cara su actuación) y “se vendió” a Victoria’s Secret, escribió memorias con Pulitzer, ganó un Óscar y un Nobel, actuó, fue repetidas veces documentalizado, triunfó como dj radial, lanzó su propio bourbon, pintó como un poseído y no hace mucho tuvo su primer single número uno en Billboard con una larga letanía sobre el magnicidio de jfk. Y lo más importante de todo: Dylan publicó cinco lps más que se encuentran en lo mejor que hizo en toda su carrera (el siguiente single, “Things have changed”, con esa genialidad de cantar “los siguientes sesenta segundos pueden parecer una eternidad” justo sesenta segundos antes del final de la canción y el retrofuturista “Love and theft” subieron aún más la apuesta y la recompensa). Y Dylan potenció todo con numerosas entregas de esa obra paralela apéndice/glosario que son las nunca nostálgicas sino puestas al día The bootleg series. Y grabó para beneficencia el más bizarro y regocijante álbum navideño de la historia, volvió a nutrirse de lo ajeno haciéndolo propio con tres entregas/reinterpretaciones (una triple) girando alrededor de cancionero clásico y sinatresco y, last but not least, seguir siendo el Judío Errante a lo largo y ancho de diferentes tramos de su Never Ending Tour.

Nuevos aires para un hoy octogenario que entendió que el adiós comenzaba con Time out of mind pero que, también, iba a ser un adiós muy largo. Ahora Fragments no ofrece grandes sorpresas pero sí la reconfirmación de algo clásico. Se conocen ya los formidables temas que quedaron fuera (“Mississippi”, “Marchin’ to the city”, “Red river shore” ya incluidos en Tell tale signs, Bootleg series Vol. 8), se agradecen las brutales y cenagosas versiones en directo de “Cold irons bound” y “Can’t wait”, y se disfruta mucho de arrimes/sesiones previas y nueva mezcla de Michael H. Brauer, que deslanoisiza atmósferas “sonando más como las canciones surgieron mientras los músicos las interpretaron en el estudio”. Léase, óigase: sonando más como Bob Dylan y, sí, El Tema y atractivo de Fragments no pasa por canciones desconocidas sino por otro sonido para lo que se conocía. Lo de un Bob Dylan fuera ya del tiempo y del espacio. Un crono-eternauta que (bajo el transparente y gélido alias de Jack Frost) ha venido autoproduciéndose desde entonces bajo la consigna de que “no hubo ningún esfuerzo en vano en Time out of mind y no creo que vaya a haberlo en ningún otro de mis discos”. Dicho y hecho. La clave y el objetivo, el destino a alcanzar, es algo parecido a aquello que Dylan practica y a lo que se refiere en su reciente tratado enciclopédico La filosofía de la canción moderna (Anagrama). Allí –con modales parecidos a los que el especialista Greil Marcus le dedica en Invisible republic: Bob Dylan’s basement tapes, en Like a rolling stone: Bob Dylan en la encrucijada (Libros del Kultrum), en Bob Dylan writings: 1968-2010 y en el recién aparecido Folk music: a Bob Dylan biography in seven songs– Dylan “filosofa” sobre algo de su compadre Warren Zevon elevándolo a experiencia universal: “Ahora te falla el físico –pierdes vigor y hombría–, hay un vacío en el centro de ti. Le cantas un largo adiós a la grandeza, amontonas las cenizas de tu vida en un rincón. Aun así, sigues teniendo la entereza y la osadía de mirarle a la cara al final y seguir tirando con arrojo. Impávido y duro de roer, ni triste ni lúgubre, te yergues entero, molón, fiero e intrépido. Das por cerrada una vida acribillada, vas a por todas, resuelto y firme.” De eso mismo trató y trata su última obra maestra: Rough and rowdy ways. Allí, en su mejor parte, en “Key West (philosopher pirate)”, Dylan cuenta y encanta y confía: “Esta es mi historia, pero no termina aquí.”

Pues eso.

Hasta los próximos y cercanos fragmentos de un hombre entero y lejano y con ojos siempre nuevos. Mientras tanto y hasta entonces, en el póster oficial que promociona las fechas de su gira para el ‘24/‘24, se lee y se advierte: las cosas ya no son lo que eran…

Que así sea, de nuevo, otra vez, igual que siempre. ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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