Este estudio nace in memoriam de mi abuelo, Stanislaw Maczka, historiador experto en la historia de los judíos polacos, autor de Polish Jews in kl Auschwitz: Name lists; Zydzi Polscy w kl Auschwitz: Wykazy imienne (2004) y durante décadas guía apasionado del Museo de Auschwitz-Birkenau.
Polonia está unida a los judíos por mil años de historia común. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial ningún otro Estado europeo tenía una población judía más numerosa que la del Estado polaco, que retomó su existencia en el mapa de Europa en 1918. La legislación discriminatoria heredada de los países que habían ocupado Polonia (Rusia, Prusia, Austria) durante 130 años aún proyectaba su sombra sobre la comunidad judía, aunque la convivencia entre judíos y polacos a lo largo de los siglos fue esencialmente pacífica, de lo que pueden dar testimonio las exposiciones de polin, el Museo de la Historia de los Judíos Polacos, inaugurado en 2013, y que en 2016 ganó el título del Museo Europeo del Año.
En el periodo de entreguerras, los judíos constituían el 10% de la población total de Polonia, en 1938 había 3,4 millones de judíos en el país, y sus mayores concentraciones se daban en grandes ciudades como Varsovia, Łódź, Cracovia, Vilna y Leópolis. Pero en muchos pueblos de los confines orientales y en ciertas regiones del centro de Polonia constituían la mayoría de su población. Solo el 10% se sometió a la asimilación, el resto profesaba su religión, sus costumbres, llevaba otro tipo de vestimenta y utilizaba otro idioma, con lo que esos judíos vivían aislados del resto de la sociedad. La Constitución polaca del 17 de marzo de 1921 garantizaba la igualdad de todos los ciudadanos de Polonia, incluyendo la libertad religiosa y otras libertades elementales.
Sin duda, durante el periodo de entreguerras hubo antisemitismo en la sociedad polaca. Con la proliferación de grupos políticos nacionalistas, hacia finales de la década de los treinta, la propaganda antisemita iba aún in crescendo (1935–1939). Uno de los motivos del antisemitismo era el vínculo que las derechas polacas veían entre los judíos y los comunistas, ergo, agentes de la potencia amenazante del imperio bolchevique al otro lado de la frontera y una nueva encarnación política de Rusia, potencia imperialista en la región durante siglos. El mito del judeocomunismo está cuestionado por uno de los mayores expertos en el tema, Antony Polonsky, y por una reciente monografía,
((Paul Hanebrink, A specter haunting Europe: the myth of Judeo-Bolshevism, Cambridge, Belknap Press, Harvard University Press, 2019.
))
lo que no quita que, como señala Polonsky en otro lugar,
((Antony Polonsky, “Nie ma straszaka antysemityzmu”, entrevista con Piotr Zychowicz, Rzeczpospolita, 6 de febrero de 2000, en: https://archiwum.rp.pl/artykul/922940-Nie-ma-straszaka antysemityzmu.html [consulta: 02/05/2020].
))
los judíos desempeñaban un papel importante tanto en el gobierno de la URSS como en el Partido Comunista polaco (ilegal). Lo que en cualquier caso no puede negarse es que se trataba de un mito popular entre una parte de la derecha polaca del periodo de entreguerras.
Los dos grupos étnicos, judíos y polacos, fueron víctimas del nazismo, y la Wehrmacht actuó en Polonia persiguiendo con crueldad absoluta a unos y otros, considerados racialmente inferiores siguiendo la teoría expuesta en Mein Kampf. Durante la Segunda Guerra Mundial murieron, además de los tres millones de judíos polacos, tres millones de polacos que podríamos calificar como “católicos”. De todos modos, cabe señalar que en Polonia la estadística de muertes de civiles en comparación con muertes de militares fue la más alta de todos los países combatientes en el conflicto. Para los polacos, la Segunda Guerra Mundial, aunque no tuviera la dimensión apocalíptica que sí tuvo para los judíos, representó un hecho histórico traumático. Probablemente ningún otro país haya sufrido tanto durante aquellos años. La ocupación alemana abarcó el 48% del territorio del Estado polaco, en el que vivían 22 millones de personas (la Unión Soviética ocupó el 52% restante, según el pacto Ribbentrop-Molotov, del 23 de agosto de 1939). De acuerdo con ese pacto, los soviéticos consideraron a los alemanes un aliado más preciado que los polacos, acordando oficialmente la neutralidad de la Unión Soviética en caso de conflicto entre Alemania y Polonia, pero en una cláusula secreta del mismo, descubierta solo después de la guerra, se acordaba el reparto de las tierras de Polonia y el reparto de la Europa del Este entre dos esferas de influencia.
En los territorios que fueron anexionados por Alemania, las autoridades nazis introdujeron la política de la germanización: casi medio millón de polacos fueron obligados a dejar sus casas. En los primeros meses de guerra, la intelligentsia polaca, las élites y las personas capaces de erigirse en líderes de la resistencia fueron masacradas: hasta finales de diciembre de 1939 fueron ejecutados 43.000 polacos y las acciones de las ss se dirigían sobre todo en aquellos primeros meses contra los polacos. Los nazis trataron al Gobierno General como una fuente de mano de obra barata. Las represiones abarcaron todos los aspectos de la vida: cierre de todo tipo de instituciones polacas, envío a los campos de concentración y al Reich para ser incorporados a batallones de trabajos forzados. Matar a un soldado alemán se castigaba con la muerte de entre diez a cincuenta polacos. Por su parte, los judíos fueron obligados desde el principio a realizar trabajos forzados, separados del resto de la población –con la obligación de llevar las estrellas de David en los brazos– y sometidos a limitaciones en la movilidad, prohibiciones para entrar en numerosos lugares públicos o medios de transporte, mientras que todas las propiedades judías pasaron a la administración alemana. En la segunda mitad del año 1940, se formaron los guetos, que a comienzos de 1941 fueron transformados en guetos cerrados, con alambres de púas. En esas circunstancias de terror, brutalidad inaudita y limpiezas étnicas nació el movimiento de resistencia polaco.
((
Joshua D. Zimmerman, The Polish underground and the Jews, 1939-1945, Nueva York, Cambridge University Press, 2015, p 79.
))
Polonia como Estado jamás había desarrollado instituciones estatales responsables de la colaboración con el Tercer Reich, a diferencia de Hungría, Francia o Rumanía, por poner algunos ejemplos históricos. El Estado clandestino polaco –una enorme maquinaria militar y civil– fue un fenómeno a nivel europeo; ningún otro organigrama de conspiración antinazi tenía semejante legitimación constitucional y judicial. Según el historiador Janusz Marszalec, que en los años 2008-2017 fue vicedirector del Museo de la Segunda Guerra Mundial en Gdansk, en las circunstancias del terror alemán trató de desempeñar las funciones básicas de un Estado: proteger a los ciudadanos del terror nazi, actuar contra los traidores y criminales, prestar ayuda social, organizar la educación y el trabajo editorial clandestinos, además de que seguía funcionando –de forma oculta– el aparato judicial, lo que dotaba a semejante proyecto ciudadano e institucional de sólidos fundamentos democráticos.
((Janusz Marszalec, “Czy Polskie Panstwo Podziemne to rzeczywiscie fenomen w Europie?”, 100 pytan na 100 lat historii Polski (1918-2018), Pomocnik Historyczny. Polityka, 2018, p. 51.
))
El Estado polaco luchó contra los nazis en todos los frentes, desde el primero hasta el último día de la contienda. El ejército clandestino contó con 350.000 soldados y otros 200.000 miembros de las fuerzas armadas polacas lucharon en los frentes europeos. Polonia fue uno de los pocos Estados que ofreció resistencia activa al nazismo durante todo el conflicto. La anexión polaca del territorio checo de Zaolzie en octubre de 1938, por muy desafortunada que fuera, no puede considerarse indicio de colaboracionismo con los nazis, sino más bien como otro de los errores que en aquellos momentos cometían casi todos los países. La mayor prueba de ello puede constituirla el pacto de Múnich, firmado un poco antes, el 30 de septiembre, por los gobiernos de Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia. Tras el 1 de septiembre de 1939, Polonia se sintió traicionada por los gobiernos de Inglaterra y Francia, con los que tenía firmados tratados de mutua ayuda en caso de agresión por parte de la Alemania nazi; como pronto resultaría evidente, se trataba de un enorme error de los primeros ministros Chamberlaine y Daladier. Durante la guerra, Polonia ofreció una heroica defensa del país durante más de un mes, ante una fuerza militar y violencia arrolladoras desplegadas hacia la población civil y, cabe insistir, una vez más, que a lo largo del conflicto su ejército clandestino y sus soldados en el exilio ofrecieron resistencia activa en todos los frentes. El papel fundamental desempeñado por los aviadores en la batalla de Inglaterra o de sus soldados en la batalla de Montecassino, pero también actos de heroísmo y escasa visión militar, como fue el levantamiento de Varsovia de 1944, que se saldó con 180.000 víctimas civiles y la destrucción total de la capital, colocan a los polacos entre los pueblos que más sacrificaron en la lucha contra el Tercer Reich.
Las leyes y las reacciones
La aprobación de la ley sobre el Instituto de Memoria Nacional fue votada por el senado polaco el día 27 de enero de 2018, justo antes del Día Internacional de la Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. Aprobada en el senado, fue firmada luego por el presidente de la República de Polonia Andrzej Duda. Desde el principio, la nueva ley despertó una amplia polémica en Polonia y en los círculos judíos internacionales, desembocando en una crisis diplomática entre el Estado de Israel y la República de Polonia.
En su versión votada el 1 de febrero de 2018, la nueva ley establecía que
quienes, en público y en contra de los hechos, atribuyen a la Nación polaca o al Estado polaco responsabilidad o corresponsabilidad por los crímenes nazis cometidos por el Tercer Reich […] o por otros crímenes contra la paz, la humanidad o los crímenes de guerra, o de otra manera reducen enormemente la responsabilidad de los autores reales de estos delitos, serán sometidos a la pena de multa o prisión de hasta tres años.
El objetivo de la ley era “la defensa del buen nombre del Pueblo Polaco”.
(( Anna Wojcik, “Nowelizacja ustawy o ipn to zagrozenie dla calej przestrzeni zycia publicznego i toczacej sie debaty o polskiej przeszlosci”, 20 de enero de 2018, en: https://oko.press/nowelizacja-ustawy-o-ipn zagrozenie-dla-calej-przestrzeni-zycia-publicznego-toczacej-sie-debaty-o-polskiej-przeszlosci/ [consulta: 02/05/2020].
))
Contemplaba emprender procedimientos judiciales por utilizar la fórmula “campos de la muerte polacos” o “campos de exterminio polacos”, hasta hace pocos años, en efecto, lamentablemente presentes en la prensa internacional. Es cierto que la ley no establecía sanciones para la actividad artística o científica, pero por ejemplo para la actividad periodística sí. Los promotores de la nueva legislación pretendían otorgar herramientas legalmente eficaces que permitieran sancionar el falseamiento de la verdad histórica acerca de los crímenes nazis perpetrados en el territorio de la Polonia ocupada y, como consecuencia, la defensa del buen nombre de los ciudadanos polacos. La ley posibilitaba el emprendimiento de acciones legales en cualquier lugar, independientemente de dónde tuvieran lugar los hechos.
Entre las reacciones inmediatas a la nueva ley cabe mencionar una “Carta abierta de los judíos polacos”, donde manifestaban que, si bien la fórmula “campos de muerte polacos” era inadmisible, también lo era penalizar con cárcel la libertad de opinión.
((Jan Gebert et alt., Nie można karać więzieniem za słowa [list otwarty], Gazeta Wyborcza, 30 de enero de 2018, en: https://wyborcza.pl/7,75968,22962098,nie-mozna-karac-wiezieniem-za-slowa-list otwarty.html [consulta: 02/05/2020].
))
Igualmente, en enero, el Consejo Polaco de Cristianos y Judíos se pronunció oficialmente en contra del término “campos polacos”, y manifestaba que la ley, que calificaban de “inoportuna”, era una manifestación del dolor de los polacos por acusaciones de crímenes no cometidos por ellos. Desde Israel, el Instituto Yad Vashem pronunció palabras muy críticas sobre la nueva legislación, y su presidente Shalev firmó la declaración del Consejo Internacional de Auschwitz que protestaba contra ella,
(( “kuba”, Międzynarodowa Rada Oświęcimska protestuje w sprawie ustawy o ipn, 2 de febrero de 2018, en: https://krakow.wyborcza.pl/krakow/7,44425,22974510,miedzynarodowa-rada-oswiecimska-protestuje-w sprawie-ustawy.html [consulta: 02/05/2020].
))
a la vez que recordaba su compromiso durante años en la lucha contra expresiones como “campos polacos”.
Pero la nueva ley iba a poner en crisis, ante todo, las relaciones entre los pueblos polaco y judío, tras años de esfuerzos por forjar diálogo y entendimiento. En su reacción a la nueva legislación, el gobierno de Israel consiguió movilizar a la élite estadounidense en contra de Polonia y de sus esfuerzos por asumir el papel de liderazgo diplomático internacional en su parte de Europa. Como consecuencia, la nueva ley fue también criticada por el Departamento de Estado de EEUU.
Postura (cambiante) del gobierno polaco
El gobierno de Polonia ostenta el legítimo, y por lo demás necesario, papel de influir en cómo se presenta la historia del país fuera de sus fronteras. No obstante, dicho papel tendría que concretarse en acciones de la diplomacia pública, campañas de promoción o educación, y no realizarse mediante leyes y reglamentos jurídicos.
Ante las presiones y las críticas dentro y fuera del país, el presidente de Polonia Andrzej Duda, perteneciente al mismo partido político que el del gobierno, Ley y Justicia, decidió enviar la mencionada ley al Tribunal Constitucional con el objetivo de asegurar que no era un pretexto ni para la censura ni para el desprestigio del nombre de Polonia a nivel internacional. Durante los meses posteriores a la votación, la postura del gobierno polaco era, pese a las enormes presiones internacionales a las que se veía expuesto, la de no ceder en este tema. El alcance del daño diplomático infligido a Polonia en la arena internacional se reveló plenamente cuando el presidente Duda, durante su visita oficial a EEUU, fue objeto de un boicot diplomático: ningún político estadounidense se reunió con él.
Como consecuencia, el gobierno promovió una modificación de la ley en cuestión, y los cambios fueron aprobados en una sesión exprés del parlamento polaco, en julio de 2018. Dicha modificación recogía que ya no se planteaban penas de cárcel, aunque sí multas sujetas a la responsabilidad civil. A nivel diplomático, las consecuencias, sin embargo, fueron inmediatas. Duda fue invitado a la Casa Blanca en septiembre, cuando ya habían sido tachados los artículos controvertidos, y durante su viaje a EEUU el presidente polaco se vio asimismo con Benjamin Netanyahu. Los primeros ministros de Polonia, Morawiecki, y de Israel, Netanyahu, publicaron una declaración conjunta que incluía el desacuerdo en implicar a Polonia en la colaboración en el Holocausto y condenaban “el antipolonismo y otros estereotipos nacionales negativos”.
((Sever Plocker, “Ustawa o ipn: Izrael oskarża swojego premiera o zdradę”, Gazeta Wyborcza, 8 de julio de 2018, en: https://wyborcza.pl/7,75399,23650374,ustawa-o-ipn-izrael-oskarza-swojego-premiera-o zdrade.html [consulta: 02/05/2020].
))
Se descargaba al gobierno polaco en el exilio de cualquier responsabilidad en el Holocausto y se declaraba que ambos países iban a velar activamente por la memoria sobre el mismo. Pese a su tono conciliador, la declaración fue inmediatamente criticada por numerosos sectores de la sociedad y la política israelí. Uno de los historiadores más importantes de la Shoah, Yehuda Bauer, autor de A history of the Holocaust (2011), tachó la firma de Netanyahu como “traición a la memoria de las víctimas del Holocausto”.
((Edward Krzemien, “Netanjahu oddał prawdę o Holocauście za szczyt Wyszehradu w Jerozolimie. ‘Zdrada, zdrada, zdrada’ – komentuje historyk Zagłady”, 1 de julio de 2018, en: https://oko.press/netanjahu-oddal prawde-o-holocauscie-za-szczyt-wyszehradu-w-jerozolimie-zdrada-zdrada-zdrada-komentuje-historyk zaglady/ [consulta: 02/05/2020].
))
Pero tal vez la crítica más relevante, por prestigiosa, procedía de Yad Vashem. La declaración de Yad Vashem señalaba que el comunicado conjunto empleaba medias mentiras o manipulaciones históricas evidentes, a juicio de sus historiadores.
Debate histórico
Ambos pueblos, el judío y el polaco, fueron víctimas del nazismo. Pero su situación bajo la ocupación era diferente. La reclusión en guetos y la solución final solo fue aplicada al pueblo judío. Tampoco los polacos fueron víctimas de sus vecinos, como sí fue el caso de los judíos, a los que algunos de sus vecinos polacos denunciaban a los nazis, o de los szmalcownicy (chantajistas), quienes delataban a los que aún se escondían con tal de hacerse con sus pertenencias.
En cuanto al papel desempeñado por el gobierno polaco en el exilio y su ejército clandestino, existen pruebas bastante contundentes de que se llevó a cabo un amplio trabajo de información a los mandatarios de las potencias aliadas, para alertarles de la situación que vivía la sociedad polaca. Este trabajo no se desarrolló, sin embargo, de la misma manera durante la contienda. Hasta comienzos de 1942, la población judía era víctima de la legislación discriminatoria y la reclusión en guetos; a partir de la liquidación de los guetos, en la primavera de 1942, y los siguientes escalones en la política del exterminio, se reveló la dimensión de la solución final. Durante mucho tiempo, los objetivos concretos de los alemanes dentro de la solución final no estaban claros para los representantes del gobierno polaco en la Polonia ocupada ni para las autoridades políticas de ningún país de Occidente. Pero a partir de abril de 1942 en los materiales del Estado clandestino polaco se perfilan claramente las acciones cuyo objetivo era la liquidación de los judíos. En junio de 1942, el primer ministro polaco en el exilio Wladyslaw Sikorski pronunció un llamamiento dramático en la bbc sobre los planes alemanes de exterminación de los judíos, y las primeras noticias no solo sobre los guetos y las represiones crecientes y bestiales a los judíos, sino también sobre la “solución final de la cuestión judía”, llegaron a Occidente a través de los servicios de inteligencia del ejército nacional polaco (Armia Krajowa) y los informes de emisarios del gobierno como Jan Karski.
((10 Zimmerman, op. cit., p. 87.
))
Las autoridades polacas en el exilio crearon un mecanismo institucional de auxilio sistemático y apoyo al pueblo judío. En otoño de 1942, se creó el Comité Temporal de Auxilio a los Judíos Konrad Zegota, que, en diciembre, se convirtió en el Consejo de Auxilio a los Judíos en la delegación del gobierno del país. Hasta la mitad de 1944, entre 3.000 y 4.000 judíos se habían beneficiado ya de su apoyo financiero, al margen de los 50.000 que obtuvieron documentos falsos para vivir en el lado ario o de las llamadas “casas seguras” donde quienes habían huido podían esconderse.
(( Antony Polonsky, “Introduction”, en Antony Polonsky (ed.), Polin. Studies in Polish Jewry, vol. XIII. Focusing on the Holocaust and its aftermath. Institute for Polish-Jewish Studies & The American Association for Polish–Jewish Studies, Londres, Portland, The Littman Library of Jewish Civilization, 2000, p. 25.
))
De todas formas, los medios financieros gastados para mantener Zegota constituían el 5% del presupuesto total de la delegación del gobierno, lo que puede considerarse una suma muy humilde.
((Zimmerman, op. cit., p. 263
))
Una voz tan autorizada como la del ex ministro de Asuntos Exteriores durante el periodo democrático, Wladyslaw Bartoszewski, superviviente del campo de Auschwitz, señaló la falta de fondos con la que tuvo que lidiar Zegota por parte del gobierno polaco en el exilio.
((Polonsky, op. cit.
))
Por lo que respecta al propio gobierno polaco y su delegación, como dice Polonsky, “su actitud hacia los judíos era mas bien compasiva”, pero hasta abril de 1943 el delegado del gobierno no emitió un llamamiento a los polacos para esconder a los judíos. Se registraron algunos casos en los que miembros del ejército nacional (Armia Krajowa) cometieron crímenes contra los judíos que habían logrado escapar de los nazis. El principal motivo de esos crímenes era el económico; se trataba de apoderarse de los bienes de esos judíos que a menudo buscaban ayuda, y la mayoría de dichos actos no obedecía a órdenes de mandos superiores, con lo que no podría hablarse de una violencia institucionalizada por parte de las estructuras de la resistencia polaca. Igualmente, el gobierno en el exilio aplicó medidas contra los polacos que colaboraron con los nazis. Ante los casos de ataques a la población judía por sus vecinos polacos, las autoridades políticas y militares de Polonia censuraban establecer cualquier tipo de colaboración con los alemanes como lo hizo, por ejemplo, en enero de 1940, la importante publicación titulada Biuletyn informacyjny, que recordaba que “cada colaboración directa o indirecta con los alemanes en las persecuciones a los judíos es una desviación igual que cualquier otro tipo de colaboración con el enemigo mortal de Polonia”.
((Tomasz Szarota, U progu zaglady: zajscia antyzydowskie i pogromy w okupowanej Europie, Varsovia, Wydawnictwo sic!, 2000, p. 74.
))
El fenómeno de la “caza a los judíos”, desarrollado sobre todo en los territorios rurales, constituye un importante objeto de polémica entre los historiadores. Jan Grabowski, cofundador del Centro de Investigación del Holocausto en el Instituto de Sociología y Filosofía de pan, y autor del libro Judenjagd. Polowanie na Żydów 1942–1945 [Judenjagd. La caza a los judíos] (2011), lo analizó de manera profunda. Entre los principales motivos de dichos actos cabe señalar los seis años de la masificada propaganda racista de Hitler en los territorios conquistados, además de la incitación constante por parte de los destacamentos de la Gestapo o de las fuerzas de seguridad alemanas, sobre todo en los territorios rurales. La instigación al crimen y la total garantía de impunidad facilitaban que campesinos polacos, además de miembros de cuerpos públicos como destacamentos de bomberos o representantes de la administración local de la preguerra, cometieran activamente ese tipo de crímenes, buscando a los judíos que se escondían en los bosques y los pueblos y llevándoles ante los alemanes o matándolos ellos mismos. La polémica sobre esta cuestión tuvo como hito reciente la última publicación del antes mencionado centro de investigación Dalej jest noc. Losy Żydów w wybranych powiatach okupowanej Polski [Después está la noche. El destino de los judíos en algunos condados de la Polonia ocupada] (2018), bajo la redacción de Barbara Engelking y Jan Grabowski, que establecía que de cada tres judíos que intentaban sobrevivir en los bosques dos eran asesinados. La muerte de los judíos se producía debido a un activo colaboracionismo de los campesinos polacos o ante sus ojos. No obstante, la cifra que proporciona Grabowski, 200.000 judíos asesinados como consecuencia del comportamiento de los polacos, inspira grandes controversias, y él mismo señala que se trata de una cifra hipotética. Otra investigadora del mismo centro, Alina Skibinska, la sitúa en una cantidad bastante inferior a los 100.000.
((Alina Skibinska y Jerzy Mazurek, “‘Barwy biale’ w drodze na pomoc walczacej Warszawie. Zbrodnie ak na Zydach”, Zaglada Zydow. Studia i Materialy, 7, 2011, pp. 422-465.
))
En cualquier caso, se trata de cifras abrumadoras.
Según relata Skibinska, la mayor parte de esas muertes perpetradas por los polacos se produjeron a partir del año 1942, cuando los alemanes empezaron con la política de la solución final, y cuando las aldeas y los bosques polacos se convirtieron en el único cobijo para quienes conseguían escapar de los guetos. El apogeo de esos asesinatos ocurrió en 1943, cuando los judíos ya llevaban varios meses escondiéndose entre la población polaca. A menudo, según relata Skibinska, las mismas personas que primero decidían ayudar a los judíos al cabo de cierto tiempo denegaban esa ayuda. Lo más habitual era que les echaran de los escondites, aunque se daban también casos más drásticos en que los asesinaban ellos mismos. De alguna manera, la frontera entre el justo y el verdugo era muy fina. Para Skibinska, los factores que desencadenaron esos crímenes fueron, ante todo, la legislación alemana bajo la ocupación y el enorme miedo al terror alemán, pero también la total impunidad –creada por el ocupante– frente al asesinato de los judíos o la apropiación de sus bienes, al margen de la instigación activa a dichos crímenes o robos.
((Ibid.
))
Historiadores como Grabowski o Libionka, que representan la corriente más crítica dentro de la historiografía polaca a la hora de interpretar este tipo de actuaciones –que consideran una prueba del colaboracionismo de los polacos–, piensan que su labor de investigación y de denuncia ha de ser motivada por el afán de nombrar el mal, independientemente de las circunstancias en las que este se produce. No obstante, es ineludible tener en cuenta factores permanentes como el antisemitismo, además del resentimiento de muchos polacos hacia los judíos en los territorios ocupados por el ejército rojo, por su postura favorable o neutral hacia esa ocupación; profundos rencores que los alemanes se afanaban en explotar. Todo ello pudo convertirse en un caldo de cultivo para dichos crímenes. Aunque, ante todo, hay que tener en cuenta las características precisas de la ocupación, marcada por el terror, la violencia y la miseria omnipresente. No se entiende la génesis del mal sin conocer el contexto y las circunstancias concretas en las que este tiene lugar.
memoria y colaboracionismo
Varios centenares de judíos de un pequeño pueblo en la Polonia interior, Jedwabne, fueron quemados vivos el 10 de julio de 1941 en un granero. En el asesinato participó un centenar de polacos de Jedwabne y de otros pueblos vecinos. El papel de un komando de la policía de seguridad alemana no puede ser infravalorado, aunque también se cuentan entre los instigadores algunos miembros del consejo municipal polaco, pertenecientes a la administración de un país ocupado. El asesinato ocurrió solo unos días después de la entrada de la Wehrmacht a aquellos terrenos, “liberando” a los polacos –tal era la percepción de muchos– de la cruel ocupación previa por parte de los soviéticos.
Una de las causas que hicieron posible el masivo asesinato fue que los nazis presentes in situ alentaron a la violencia contra los judíos como colaboradores de los soviéticos que habían estado ocupando aquel territorio. Para Polonsky, además del antisemitismo polaco de los años treinta –cabe señalar que Jedwabne fue un lugar políticamente muy cercano al partido de la derecha conservadora Endecja–,
((Antony Polonsky, op. cit.
))
precisamente la venganza por la postura en general favorable de los judíos hacia la presencia de los soviéticos fue uno de los motivos del pogromo de Jedwabne, ya que las tropas soviéticas habían estado cometiendo actos de barbarie contra la población civil polaca durante los años de aquella ocupación.
((Antony Polonsky, “Zydzi i Komunizm”, Rzeczpospolita, 20 de septiembre, citado en Piotr Zychowicz, Zydzi, Opowiesci niepoprawne politycznie, Poznan, Rebis, 2008, p. 111-117.
))
Hasta qué punto el gobierno en el exilio fue consciente del antisemitismo entre la población polaca y del profundo resentimiento contra los judíos por su presunto colaboracionismo con los soviéticos se hizo patente con el texto de la instrucción, del 23 de junio de 1941, enviada por el general Wladyslaw Sikorski al país, que advertía de “que la sociedad no debería ceder ante los instigadores alemanes y actuar contra los judíos en las tierras liberadas de la ocupación soviética”.
((Krzysztof Persak, “Kto jest winny zbrodni w Jedwabnem”, 100 pytan na 100 lat historii Polski (1918-2018), Pomocnik Historyczny. Polityka, 2018, pp. 36.
))
El pogromo de Jedwabne se considera un ejemplo típico de un ataque iniciado por los alemanes, de acuerdo con las directivas de la Oficina de Seguridad Central del Tercer Reich, según el historiador especialista en el tema Krzysztof Persak. Al margen de la instigación, el asunto de la implicación directa de los alemanes es complejo porque, según Persak, uno de los principales objetivos de las fuerzas de ocupación alemanas a la hora de instigar ese tipo de asesinatos a manos de la población civil polaca era que esos crímenes fueran cometidos “sin dejar rastro” de responsabilidad nazi. En cualquier caso, también según Persak, los culpables eran quienes cometían el crimen. La instigación alemana, por un lado, y la garantía de la impunidad, por el otro, derivaron en el carácter genocida del pogromo en Jedwabne. Según la ley penal polaca vigente entonces, el instigador corría la misma responsabilidad penal que el ejecutor. El libro que levantó un amplio y duradero debate acerca del alcance de la culpa polaca en el Holocausto, tomando precisamente como el caso de estudio el genocidio cometido en Jedwabne, fue el ensayo de Jan Tomasz Gross Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne (2016) [publicado originalmente en inglés y en polaco en 2000]. El libro marcó un antes y un después en el debate polaco acerca del alcance de nuestro colaboracionismo, aunque a juicio de muchos historiadores o del ya citado Wladyslaw Bartoszewski, el aparato científico de Gross dejaba bastante que desear, revelando un fuerte sesgo en las interpretaciones, a lo que contribuía, además, la propia forma –ensayo– en la que estaba escrito.
(( Wladyslaw Bartoszewski, entrevista con Bogumil Lozinski (2011), “Opinie Grossa nie sa naukowe, rozmowa z Wladyslawem Bartoszewskim”, Gosc Niedzielny, 4, en: https://www.gosc.pl/doc/789867.Opinie Grossa-nie-sa-naukowe [consulta: 02/05/2020].
))
De todas formas, el libro originó un amplísimo debate en Polonia sobre la dimensión de la culpa de los polacos, generando cientos de artículos, libros, programas de radio y de televisión, dividiendo la sociedad polaca, pero contribuyendo a un debate necesario.
Después de la guerra, numerosos polacos fueron juzgados por Jedwabne. A diferencia de quienes ven en el pogromo de Jedwabne una prueba de la colaboración de los polacos en el Holocausto, se trata más bien de un pogromo a la vieja usanza, parecido a algunos acontecidos en el periodo de la preguerra y desde luego distinto a la demoníaca tecnología de muerte nazi revelada en los campos de exterminio. El asunto de la culpa de los polacos en este y otros pogromos durante la guerra ha sido amplia y largamente debatido en los últimos años en el mundo académico y en los medios de comunicación. Las autoridades políticas polacas han pedido perdón por Jedwabne en numerosas ocasiones, tal como lo hicieron el presidente Aleksander Kwasniewski y Bronislaw Komorowski, este último diciendo:
Jedwabne no solo es un nombre que simboliza los acontecimientos dramáticos de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Es también una señal importante para la conciencia colectiva y la memoria de los polacos. La nación de las víctimas tuvo que aceptar esa difícil verdad que también a veces fue la de los perpetradores. Ha pasado mucho tiempo hasta que hemos entendido que reconocer esta culpa no borra el martirio polaco y la heroicidad polaca en la lucha con las fuerzas de ocupación alemana y soviética. Lo que no significa relativizar las culpas y anular las proporciones en la valoración histórica de los méritos y pecados.
((Bronislaw Komorowski (2011), “List prezydenta odczytany w Jedwabnem”, 10 de julio de 2011, en: https://www.prezydent.pl/archiwum-bronislawa-komorowskiego/aktualnosci/wypowiedzi-prezydenta/inne/ art,47,list-prezydenta-odczytany-w-jedwabnem.html [consulta: 02/05/2020].
))
Como un necesario contrapunto a casos tan horrendos como el representado por el crimen de Jedwabne, cabe señalar que los polacos constituyen el grupo nacional más amplio de entre todos los Justos entre las Naciones, título que otorga el Instituto Yad Vashem, de Israel. Son 7.000. Pero según las cifras que maneja un experto como Polonsky, los polacos comprometidos en salvar a los judíos fueron entre 160.000 y 240.000, con el importante añadido de que lo hacían bajo la amenaza de su propia vida y la de sus familias.
((Polonsky, op. cit, p 26.
))
El gobierno actual ha promovido numerosas iniciativas en relación a la memoria pública sobre el papel desempeñado por los polacos en la salvación de los judíos. En 2018 se estableció el 24 de marzo como el Día Nacional de Conmemoración de los Polacos Salvadores de los Judíos bajo la Ocupación Nazi. El año 2014 fue proclamado por el parlamento polaco como el año de Jan Karski y el 2018 como el de Irena Sendler, la enfermera polaca que salvó a más de 2.5000 niños del gueto de Varsovia.
Del mismo modo, con el fin oficialmente expresado por el gobierno polaco de propagar el conocimiento histórico sobre las concretas condiciones históricas vividas en las tierras polacas entre 1939 y 1945, y contrarrestar el aún incompleto conocimiento sobre el tema, recientemente, en el pueblo de Markowa, fue fundado el Museo de los Justos entre las Naciones, que lleva el nombre de la familia Ulm. Wiktoria y Jozef Ulm aceptaron bajo su techo a ocho personas: cinco hombres, dos hijas de un vecino y al hijo de una de ellas. Denunciados por un policía polaco colaboracionista, miembro de la policía azul (Policja Granatowa), los judíos fueron descubiertos y fusilados in situ, y la familia polaca también; murieron Wiktoria, que estaba embarazada, Jozef y sus seis hijos. Cuando se inauguró el museo, Jan Grabowski y Dariusz Libionka denunciaron con vehemencia la imagen parcial que, según ellos, ofrece el museo al destacar solamente el heroísmo y el martirio de quienes salvaban. Para sostener su argumento señalaban que, un día después del asesinato de la familia Ulm por parte de los alemanes, en los mismos campos de Markowa se encontraron los cuerpos de veinticuatro judíos asesinados a manos de los campesinos polacos que hasta entonces los habían ocultado. Al no referirse a estos asesinatos, consideraban que el museo ofrece una imagen desfigurada porque no menciona los actos criminales que a veces cometían las mismas personas que salvaban.
(( Jan Grabowski; Dariusz Libionka, “Zydowska smierc, polska wina, wspolny strach”, Gazeta Wyborcza. Magazyn Swiateczny, 9 de diciembre de 2016, en: https://wyborcza.pl/magazyn/7,124059,21097043,markowa-zydowska-smierc-polska-wina-wspolny strach.html [consulta: 02/05/2020].
))
El artículo provocó polémica, y Mateusz Szpytma, el entonces director del museo y subdirector del Instituto de Memoria Nacional, estrechamente relacionado con la política histórica llevada a cabo por el gobierno de Ley y Justicia, admitió que aunque había algunas partes oscuras en la historia de los polacos en su relación con los judíos, estos casos particulares no debían desvirtuar los actos heroicos de quienes salvaban ni el contexto en el que se debían realizar valoraciones, un contexto marcado por el terror alemán.
Otro enorme problema para enfrentarnos con el tema de las relaciones entre los polacos y los judíos radica en que las persecuciones motivadas por el antisemitismo y los pogromos a los judíos no terminaron con el final de la Segunda Guerra Mundial. El peor de ellos fue el pogromo en Kielce, el 27 de junio de 1946, donde el pretexto fue el rumor sobre un asesinato ritual de una niña de nueve años, cuyo cuerpo fue encontrado, masacrado, en el sótano de una casa donde vivían unos cuantos judíos, a quienes se culpaba del crimen. La instigación del crimen no está clara, aunque para el legendario correo del ejército nacional Jan Nowak Jezioranski el pogromo en Kielce respondió a una provocación de la policía soviética, la nkvd, que lamentablemente encontró en aquel terreno un suelo fértil. Se trataba de mostrar al mundo el carácter “fascista” del pueblo polaco, al hilo de la narración –tan útil para el sistema estalinista que en aquellos momentos tomaba el poder en Polonia– que sustentaba la idea de que los polacos colaboraron activamente con los alemanes, y en el contexto de las persecuciones y los asesinatos perpetrados por el nuevo ejército de ocupación entre los aún supervivientes soldados del ejército nacional polaco.
((Jaroslaw Kurski, Jan Nowak Jezioranski, Varsovia, Swiat Ksiazki, 2005, p. 67.
))
En cualquier caso, al margen del papel de los provocadores del crimen, la culpa recae tanto en ellos como en quienes lo perpetraron. El pogromo tuvo la forma de un linchamiento histérico, incontrolado y violento. Murieron 43 judíos. Esa misma noche se arrestó a unas cien personas, y fueron juzgadas con severidad. Nueve personas fueron sentenciadas a muerte, murieron fusiladas, y el presidente de Polonia, Bierut, no utilizó su derecho a indultarlas. Según Alina Cala, experta en las relaciones entre polacos y judíos y autora, entre otros, del libro Żyd – wróg odwieczny? Antysemityzm w Polsce i jego źródła [¿El judío: enemigo eterno? Antisemitismo en Polonia y sus fuentes], alrededor de mil judíos murieron en Polonia después de la guerra a manos de polacos. Hoy, la memoria pública sobre el pogromo de Kielce está muy presente en la propia ciudad y en Polonia, y en los años recientes han aparecido varios libros, además de la película documental de Marcel Łoziński Świadkowie [Testigos].
No obstante, que el antisemitismo era un recurso muy útil para llevar a cabo limpiezas políticas, aún en 1968, lo vemos en la acción propagandística de las autoridades comunistas en Polonia contra los miembros del partido en el poder, Partido Obrero Unificado de Polonia, y los representantes de los judíos, cuando unos 15.000 polacos de ascendencia judía fueron forzados a abandonar el país.
((Ibid.
))
Futuro
Polonia es uno de los socios más fieles de Israel en la Unión Europea. Pero uno de las consecuencias nefastas de la polémica alrededor de la ley que promovió el gobierno polaco fue un conflicto diplomático con Israel y el desprestigio de Polonia tanto entre los sectores políticos como entre los medios de opinión internacionales. Cuando el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo aludió recientemente al tema de la regulación de los bienes de los judíos que habían sido asesinados por los nazis, los analistas de Gazeta Wyborcza interpretaron sus palabras como un ejemplo de que humillar diplomática y políticamente a Polonia queda impune tras la aprobación de la desafortunada legislación comentada anteriormente.
((Bartosz Wielinski, “Polska chłopcem do bicia dla USA i Izraela. Bo nie odda”, Gazeta Wyborcza, 15 de febrero de 2019, en: https://wyborcza.pl/7,75398,24460954,polska-chlopcem-do-bicia-dla-usa-i-izraela-bo-nie odda.html [consulta: 02/05/2020].
))
Además, la actual ley polaca permite recuperar las propiedades o solicitar recompensas financieras para las víctimas del Holocausto o sus herederos, y en los últimos años Polonia ha desembolsado sumas millonarias como resultado de muchos procesos judiciales. Ya en el periodo entre 1948 y 1971 había pagado recompensas por bienes perdidos en su territorio a los ciudadanos de catorce países, incluido EEUU, cuya condición era la renuncia por parte de los ciudadanos de esos países de reclamar en el futuro cualquier propiedad en Polonia que, tras la guerra, hubiera pasado a ser del Estado.
((Krzysztof Janos (2015), “Amerykańscy Żydzi chcą od Polski zwrotu 230 mld zł”, 7 de julio de 2015, en: https://www.money.pl/gospodarka/wiadomosci/artykul/amerykanscy-zydzi-chca-od-polski-zwrotu 230,198,0,1851078.html [consulta: 02/05/2020].
))
En la actualidad, entre muchos polacos aumenta una sensación de amargura y desconfianza ante lo que perciben como una creciente, e injusta a su entender, narración crítica sobre la actuación de los polacos durante la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que películas tan relevantes como Shoah de Claude Lanzmann, que dura nueve horas y de la que gran parte se rodó en Polonia, no mencionen que los polacos también morían en los campos es solo un ejemplo de cuán dolorosa resulta la omisión de este hecho en diversas obras de arte y en la producción de historiadores reconocidos. El hecho de que las excursiones de los jóvenes israelíes a Polonia se desarrollen en presencia de guardias de seguridad para prevenir los supuestos ataques de los ferozmente antisemitas polacos inspira una profunda pena en muchos de ellos. Por ejemplo, en Cracovia, ciudad que tiene varias sinagogas activas en la actualidad, en la que la comunidad judía está integrada de la manera más natural posible, y donde se celebra, desde 1988, el mejor festival de cultura judía del mundo, que cada año reúne a miles de personas, se recomienda a los jóvenes israelíes no salir solos a la calle y por todas partes buscan indicios de antisemitismo, y evidentemente, aunque solo sea por este motivo, los encuentran. En general, según Loar, el sufrimiento de los polacos en la Segunda Guerra Mundial es ampliamente desconocido entre los jóvenes de Israel,
((Yitzhak Laor, “Izrael woli zmarlych”, entrevista con Piotr Zychowicz, Rzeczpospolita, 30 de junio de 2007, en: https://archiwum.rp.pl/artykul/719870-Izrael-woli-zmarlych.html [consulta: 02/05/2020] .
))
mientras que para Moshe Zimmermann, el antiguo jefe del Instituto de Historia Alemana en la Universidad Hebrea de Jerusalén, los jóvenes israelíes tienen una actitud negativa hacia Polonia y los polacos, siendo para ellos nada más que una tierra poluta –la tierra que representa el mayor cementerio judío en el mundo–.
No existen razones históricas que justifiquen situar a los polacos del lado de los alemanes; nunca hubo colaboracionismo a nivel de las autoridades políticas polacas. Una de las figuras más reconocidas sobre el tema, Jan Nowak Jezioranski, durante toda su vida se sintió profundamente irritado ante cualquier mención de la corresponsabilidad polaca en el Holocausto, y recordaba los numerosos actos de heroísmo, la ayuda institucional o el constante trabajo de información realizado por el gobierno en el exilio ante las autoridades británicas; para él, los polacos hicieron todo lo que pudieron. No obstante, algunos informes del ya citado emisario del gobierno polaco Jan Karski señalaban la actitud indiferente de la sociedad polaca hacia las represiones y atrocidades a las que eran sometidos los judíos, y hablaban incluso de actitudes implacables y despiadadas motivadas por la hostilidad abierta derivada del antisemitismo previo, de la propaganda alemana y de la colaboración –real o inventada– con los soviéticos en la persecución de los polacos. En la óptica de Karski, al menos en el informe “An early account of Polish Jewry under Nazi and Soviet occupation presented to the Polish government-in-exile”, de febrero de 1940, estas actitudes acercaban a los polacos a los alemanes.
((Zimmerman, op. cit., p 112.
))
Karski decía también que los polacos abusaban a menudo de las condiciones y los derechos que les otorgaba la situación inferior de los judíos. Y decía: “This brings them, to a certain extent, nearer to the Germans…” Esta cuestión resulta muy compleja, como muestra otro informe, “Stosunek Niemcow do Polakow w okupacji”, también de febrero de 1940, que ante la situación de la persecución a la que sometían los alemanes a los judíos señalaba la evidente moderación del antisemitismo en ciertos ámbitos de la sociedad polaca.
((Zimmerman, op. cit., p 114.
))
Zimmerman, a lo largo de su documentado y extenso libro, aporta numerosas citas de informes o artículos publicados en la prensa clandestina polaca, que demuestran las diferentes ópticas de sus autores, testigos directos de la ayuda de los polacos a los judíos, pero también de los diversos grados de colaboracionismo en las represiones hacia esa minoría.
Los debates en Polonia sobre el antisemitismo, o sobre crímenes como el de Jedwabne, son muy intensos. Se han llevado a cabo durante años en todos los medios de comunicación y con la participación constante de expertos y en franjas de máxima audiencia. Apasionados por la historia, los polacos somos uno de los pueblos de Europa que más críticamente mira su presente y su pasado. Para una de las autoridades más importantes en Polonia, Adam Michnik, antiguo opositor al comunismo y redactor jefe de Gazeta Wyborcza desde su fundación, y él mismo de ascendencia judía, el pueblo polaco es el único que ha tenido el valor de contemplarse a sí mismo de manera tan crítica en toda Europa, al margen de Alemania, naturalmente. También nuestros artistas se confrontan constantemente con las partes oscuras de la sociedad y la historia polacas, y se ganan el aplauso internacional, por mucho que en Polonia encender ciertos debates, sobre todo en lo referente a la Segunda Guerra Mundial, sea algo delicado y doloroso.
No existen conclusiones para un tema de semejante envergadura y complejidad. Pero para las relaciones entre los judíos y los polacos es fundamental que las investigaciones históricas y el diálogo entre las sociedades polaca e israelí prosigan. Ante la división de la sociedad polaca entre quienes asumen en exceso la culpa y quienes la rechazan por completo, polarización que no facilita un debate ponderado sobre el tema, es plausible asumir que –tal como juzga Bilewicz–
((Michal Bilewicz, “Miedzy idealizacja a hiperkrytycyzmem. Polska niepamiec historyczna i jej zrodla”, Varsovia, Instytut Studiow Zaawansowanych, Seria Analizy, septiembre de 2018.
))
las posturas más extendidas en la sociedad polaca fueran la pasividad, la permisividad o la indiferencia hacia las persecuciones y los asesinatos perpetrados a los judíos. Las causas de ello eran complejas, y hemos apuntado a las principales (la baja asimilación de la comunidad judía en el marco del nacionalismo polaco, el antisemitismo polaco, el terror bajo la ocupación, la propia supervivencia de los polacos). No obstante, los polacos eran, ante todo, víctimas de los nazis, y en ello comparten su destino con los judíos polacos. En este caso no deben confundirse los papeles de verdugos y de víctimas, puesto que pretender confundir a posteriori, a escala de la valoración histórica, dichos papeles amenaza con desembocar en una especie de relativismo que haría olvidar los años de la resistencia al nazismo y las heroicas luchas por la supervivencia de la población civil, al tiempo que diluiría la culpa de los alemanes por los crímenes cometidos bajo la ocupación. ~