Vera Giaconi
Seres queridos
Barcelona, Anagrama, 2017, 160 pp.
Ignacio Padilla decía que uno de los peores errores que puede cometer un padre con su hijo es asignarle al bestial “Coco” una corporalidad específica. Es importante que cada niño personalice a su propio demonio –explicaba–, que lo configure, para que así el monstruo muestre (como sugiere la locución latina de la que proviene: monstrare, mostrar) aquello que le resulta verdaderamente temible y pueda intentar combatirlo. El padre, entonces, solo debe sugerir la existencia del monstruo. Insinuar para catalizar la lucha. Así funciona la aparición de lo monstruoso: por sugerencia y configuración.
No se trata de una tesis ajena a lo que uno puede encontrar en Seres queridos, el segundo libro de cuentos de Vera Giaconi (Montevideo, 1974), en el que, a través de la insinuación, es posible sumergirse en los turbulentos resquicios de las pulsiones y los miedos humanos. La autora relata aquellas motivaciones sórdidas que se agazapan detrás de las personas e indaga en los vínculos, siempre llenos de intersticios truculentos, que la gente establece con quienes tiene cerca.
Las diez piezas que componen esta obra escudriñan la complejidad de las relaciones interpersonales y sus desavenencias ocultas. A las situaciones cotidianas de sus relatos, Giaconi opone sensaciones siniestras, lo que permite hacer una lectura “entre líneas” de los comportamientos afectivos. Lo anuncia así el epígrafe de Clarice Lispector que ha elegido para abrir su libro: “Y considero la crueldad de la necesidad de amar. Considero la malignidad de nuestro deseo de ser feliz. Considero la ferocidad con que queremos jugar. Y el número de veces en que mataremos por amor.”
Una de las preocupaciones constantes en el volumen es la manera en que los personajes se cuentan a sí mismos sus historias. Las ficciones que los seres humanos construimos sobre nuestro lugar en una relación pueden conducir a actos crueles que rozan lo criminal. La escritora explora las posibilidades de un gesto para transformarse en una interpretación que libera obsesiones y deseos sombríos. En “Bienaventurados”, una empleada doméstica, a raíz de una pregunta que le hace su marido, emprende una cruzada mesiánica con el fin de estabilizar la salud mental de su patrona. En “Reunión”, una mujer considera que es la pieza que mantiene en equilibrio a una pareja; cuando ella es expulsada del grupo, la pareja adquiere un nuevo tercero, que llenará la historia de secreta bestialidad. “Limbo” relata las terribles acciones de las que es capaz una mujer decepcionada por el deterioro físico de su médico. Los relatos del volumen analizan la inevitable y oscura brecha que distancia a cada persona de otra y a cada personaje de la idea que tiene de sí mismo. Cada cuento en Seres queridos es una reacción en cadena de pulsiones sórdidas no del todo claras, pero sí poderosamente sugeridas.
Otra de las preocupaciones del libro es la distancia. Mientras que en “Survivor” y “Dumas”, la distancia física y emocional se muestra como un quiebre sentimental con penosas y angustiantes consecuencias, en “Pirañas” o “Los restos” es la muerte una de las manifestaciones más significativas de esa distancia. La pérdida de alguien querido puede presentarse, así, como algo deseable, a veces como un impulso o un acto lleno de asco y hastío profundamente meditado. En “Pirañas”, dos hermanos, Víctor y Romina, discuten sin cesar mientras ven la televisión. Víctor, que convalece debido a un accidente que le costó un par de dedos de la mano izquierda, termina por desquiciarse por culpa de su hermana. La conclusión del cuento insinúa un arrebato que no se describe en él: “Víctor se agarra la mano y gime. El dolor que ahora irradian las heridas le va tomando el brazo, el pecho y la cabeza. Es una oleada de calor y tirones que le da náuseas. En la cocina se está librando otra batalla y nadie sale para preguntar qué pasó. Romina gime como un perro ahogado y tiene la cara roja y no para de toser. Víctor la mira y sube el volumen del televisor.”
Los cuentos de Giaconi se sostienen en la insinuación, en frases y gestos que devienen monstruos fatales. Al igual que los personajes, el lector está obligado a detenerse en cada una de las oraciones y generar un tumulto de interpretaciones, entre las que rondan el crimen, la envidia y el abandono. Estas historias están construidas sobre eficaces elipsis que las dotan de intriga. Por otra parte, los constantes silencios entre conversaciones y las mudas meditaciones de los personajes dejan escuchar de vez en cuando frases crípticas cargadas de posibilidades perversas. La obra abunda en padecimientos discretos contados con sigilo y violencia. La autora, como el padre ideal de Padilla, propone un gesto del que sus personajes desdoblarán sus bestias propias. ~
(Ciudad de México, 1994) es escritora. Ha publicado, entre otros medios, en Revista de la Universidad de México, Tierra Adentro y Gatopardo.