Invocación de Coriolano

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Enrique Krauze

El pueblo soy yo

Ciudad de México, Debate, 2018, 200 pp.

En Coriolano, una de las últimas tragedias de Shakespeare, que junto a Antonio y Cleopatra ilustra la fijación con Roma del gran poeta inglés, se cuenta la historia de un caudillo que pudiendo destruir Roma desiste de hacerlo por los ruegos de su madre y su esposa. Para reconstruir la leyenda de aquel caudillo, que renunció voluntariamente al despotismo, Shakespeare se basó en Plutarco. El historiador Enrique Krauze ha releído a ambos, a Shakespeare y a Plutarco, para proponer la figura de Coriolano como arquetipo del líder antipopulista en nuestro tiempo.

La función que en la tragedia de Shakespeare cumplía la voz de la madre del líder es la que cumplen hoy la opinión pública y la sociedad civil de las democracias. Hay que afinar el oído para distinguir, como decía Antonio Machado, las voces de los ecos y separar los reclamos de un liderazgo mesiánico de las demandas republicanas de una ciudadanía ávida de derechos. En la ruidosa confusión de gritos y voces se pierde, con frecuencia, el sentido último de la voluntad popular. Esta, la voluntad popular, se vuelve, como decía el clásico, un “misterio eleusino”.

En la historiografía mexicana y latinoamericana, la obra de Enrique Krauze se ha distinguido por dos acentos: vindicar el género biográfico como método de la investigación y la escritura histórica y defender el papel central de la historia en la difusión de una cultura cívica, sin la cual es impensable la solidez de cualquier democracia liberal. La democracia, piensa Krauze, comienza por nuestra propia imagen del pasado. Difícilmente podrá construirse una democracia a partir de un relato maniqueo, schmittiano, que divide rígidamente la nación en héroes y traidores, en amigos y enemigos.

Desde los años de Caudillos culturales en la Revolución mexicana y Por una democracia sin adjetivos, la obra de Krauze ha explorado los vasos comunicantes entre la historia y la democracia, la biografía y el caudillismo. En El pueblo soy yo esa apuesta se reafirma por medio de la bitácora de un intelectual público capaz de escribir un ensayo erudito sobre la filosofía de la historia latinoamericana de Richard Morse o un reportaje, a ras de suelo, sobre la destrucción de Venezuela bajo los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

Las últimas décadas no han pasado en vano y Krauze hace una valiente revisión de sus lecturas formativas. Los libros clásicos de Richard Morse, El espejo de Próspero y Resonancias del Nuevo Mundo, fueron muy importantes para comprender mejor la tradición tomista y estamental de la que surgieron los Estados latinoamericanos poscoloniales. Pero aquella genética o morfología histórica que parecía condenar a América Latina al autoritarismo –por provenir de Santo Tomás, Suárez o Vitoria, y no de Maquiavelo, Hobbes y Locke– ha sido refutada por la historia. En las últimas décadas, la forma de gobierno predominante en la mayoría de los países de la región ha sido la democracia.

Una democracia aquejada de gravísimos problemas: desde las fallas estructurales de la pobreza y la desigualdad hasta las más institucionales y culturales del frágil Estado de derecho, el ascenso de la corrupción y la inseguridad o las constantes trabas a una verdadera división de poderes. Pero se trata, en resumidas cuentas, de democracias que han sobrevivido a dos décadas de políticas económicas contradictorias, por no decir antitéticas, como las desreguladoras y privatizadoras de los años ochenta y noventa y las más estatistas y rentistas de la llamada “marea rosa” de la primera década del siglo XX.

En su libro, Krauze se ocupa de las dos experiencias de gobiernos latinoamericanos que se han colocado fuera de esa expansión hemisférica de la democracia: Cuba y Venezuela. Mientras en la isla caribeña se abre, con pasmosa lentitud y evidentes regresiones autoritarias, un proceso de reformas económicas y de normalización diplomática de vínculos con Estados Unidos y la Unión Europea, en Venezuela, con el apoyo resuelto del propio liderazgo cubano, se avanza aceleradamente hacia la dictadura, sobre todo, luego de la imposición de una Asamblea Nacional Constituyente perpetua, en el verano de 2017. A la vez que desataba una represión despiadada contra la juventud en las calles de Caracas, el régimen de Maduro abandonó, en la práctica, la constitucionalidad bolivariana de 1999 al desactivar el poder legislativo electo, de mayoría opositora, y prescindir de las leyes electorales y los mecanismos de democracia directa que debían refrendar cualquier reforma a la Constitución de Chávez.

Krauze terminó su libro antes del triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, pero el gran reto que tiene la democracia, proveniente del populismo de derecha o de izquierda, está registrado en estas páginas por el muy persuasivo decálogo populista. Todas las tentaciones del absolutismo son inventariadas con precisión de sociólogo, en un texto que, no por gusto, arranca con una cita de Max Weber: la exaltación del líder carismático, el abuso de la palabra, la fabricación de la verdad, la dilapidación de la riqueza pública, la polarización amigo-enemigo, el odio de clases, la movilización de masas, la construcción de una amenaza externa, el desprecio por las instituciones y las leyes.

Puede resultar generalizador el decálogo, o poco atento a las diferencias entre el populismo de izquierda y el de derecha o entre los populismos clásicos latinoamericanos (Vargas en Brasil, Perón en Argentina, Haya de la Torre en Perú, sin contar los casos de populismos cívicos, que no llegaron al poder, como los de Jorge Eliécer Gaitán en Colombia o Eduardo Chibás en Cuba, que fueron claramente prodemocráticos) y los neopopulismos bolivarianos de la primera década del siglo XXI, que fueron, a su vez, muy distintos entre sí. En Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua los desenlaces de aquellos regímenes han sido tan diferentes como sus propios orígenes. La homogénea retórica bolivariana ocultaba esas diferencias que emergen lo mismo en la represión de Maduro y Ortega que en la estabilidad macroeconómica de Evo Morales o el desplazamiento a una izquierda más moderada con Lenín Moreno.

Me atrevería a recomendar al lector impaciente, sobre todo al lector impaciente joven de izquierdas, preocupado por la construcción de estereotipos antipopulistas, que empiece su lectura por el final del libro, donde se caracteriza el populismo ultraconservador, de derechas, de Donald Trump, en Estados Unidos, como un fascismo americano. Ahí se observará que muchos de los elementos positivos del populismo clásico latinoamericano, como el esfuerzo de inclusión social, el combate a la pobreza y a la desigualdad o la dilatación de la clase media, están ausentes del proyecto racista y xenófobo del nuevo presidente de Estados Unidos.

Este libro de Enrique Krauze se suma a una corriente intelectual global que parte de la certeza de que las democracias pueden autodestruirse. Si no se autodestruyen, como advierten el politólogo australiano John Keane, el filósofo canadiense Charles Taylor, el historiador de Yale Timothy Snyder, el de la New School for Social Research Federico Finchelstein o el profesor de Harvard Steven Levitsky, las democracias pueden degenerar hasta convertirse en regímenes híbridos como los autoritarismos electoralmente competitivos, las dictaduras plebiscitarias o las democracias iliberales. A esa salida antidemocrática puede llegarse desde el populismo de derecha o desde el populismo de izquierda.

Pero Krauze, historiador al fin, nos recuerda que la certeza de que las democracias pueden autodestruirse no es reciente sino tan vieja como la democracia misma. Es tan vieja la sospecha del suicidio de la democracia que es ateniense y aparece ya en las comedias de Aristófanes y los dramas de Esquilo, los Diálogos de Platón o la Política de Aristóteles, asociada siempre a la figura del demagogo. La demagogia es el género retórico y gestual del populismo: por ella habla el líder que cree transferida a su persona la soberanía que solo puede corresponder a su titular originario: el pueblo.

Una vez que se ha producido esa transferencia fatal de la soberanía al caudillo, las instituciones y las leyes están en riesgo. El despotismo las acecha, sobre todo, por la vía plebiscitaria. Solo así se explica que gobernantes electos con más del 50% de los votos, en elecciones limpias, ejemplares, legitimen su programa de gobierno con ejercicios de democracia directa en los que interviene menos del 1% de la población. Este libro de Enrique Krauze es una invocación de Coriolano en el México del siglo XXI. Un llamado a la defensa de la democracia en un momento en que la amenaza del autoritarismo es tan real como las ruinas de Atenas. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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