Lo que se busca en las novelas se puede encontrar condensado en las entrevistas. “Un poco he sido la víctima de mi vida, un poco he sido el autor de mi vida, un poco he sido el cómplice de mi vida”, tantea Octavio Paz hacia el final de una de las que le hizo José-Miguel Ullán, que aparece en la recopilación Qué me dices, publicada por libros de la resistencia. Bien: también podría ser un poema, pero más allá del recurso epistrófico, parece una idea con posibilidades: ya atravesada por el punto de vista individual, lo tiene todo para convertirse en novela. Si el entrevistador es bueno o si domina ciertos trucos y sabe además leer el humor de su entrevistado, sacará limpiamente ante la audiencia la pluma del calamar.
La primera de las entrevistas de este volumen es de 1973, al escritor cubano Severo Sarduy ([sobre su novela Gestos] “Los cubanismos, más que frecuentes, hicieron que un lector admirativo y benévolo, Joan Petit, me preguntara con afecto si deseaba que la tradujera al castellano…”), y la última, que es más bien una descripción de ambiente del hospital donde está ingresado, de 1998, al poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen. Entre ambos se presta a la conversación la gente más dispar. Ahora nos detendremos en ellos.
El editor del libro, Manuel Ferro, compañero de Ullán en la editorial Ave del Paraíso, explica en el breve prólogo cómo lo armó a partir de las carpetas encontradas a la muerte de su amigo. Reflexiona Ferro sobre el paso del tiempo (“¿Quién conserva recuerdos de Severo Sarduy vivo? Al releer la entrevista, Severo vuelve a ser para mí un personaje fascinante, desprejuiciado, fantasioso […] Hoy en día nadie lo cita…”), y las entrevistas que vienen a continuación se nos aparecen como vestigios de un mundo pasado. ¿En qué otra cosa se detecta que ha pasado el tiempo? En un rasgo que también se puede acudir a buscar en las novelas: las frases subordinadas, abundantes y casi siempre bien atornilladas. Parece una broma, pero que me hayan llamado la atención a lo largo de la lectura me lo tomo como la evidencia de que últimamente se habla más sencillo. Lo cual quiere decir, por descontado, que las ideas quedan también un poco atrofiadas, si entendemos las ideas como intuiciones brumosas que acaban por definir su contorno cuando las escuchamos y expresamos con atención. Es verdad que, salvo una a Roland Barthes y las de Octavio Paz, casi todas las entrevistas se difundieron por escrito, lo que permite una edición de lo dicho. En cuanto a las entrevistas televisadas, José-Miguel Ullán dirigió, en el año 1985, el programa de entrevistas Tatuaje, que se emitía en Televisión Española. Por eso también viene a cuento la comparación con el pasado ahora que la televisión pública está dedicando enormes franjas de su tiempo y partidas de su dinero a programas que hay que ser redomadamente cínico para defender como servicio público. En el desmantelamiento de las sociedades, todo contenedor es vertedero, igual que en tiempos de guerra todo agujero es trinchera.
Bien, dejo aquí la lista de los otros entrevistados, por orden de aparición: Tahar Ben Jelloun, Jorge Luis Borges, Miguel Bosé, Borja Casani, Eduardo Chillida, Julio Cortázar, Marguerite Duras, El Fary, Juan Goytisolo, Jorge Guillén, María Jiménez, Rocío Jurado, Monique Lange, Abdallah Laroui, Antonio López, Lina Morgan, Los Pecos, Gregorio Prieto, Raphael, Eusebio Sempere, Jaume Sisa, Antoni Tàpies, Marifé de Triana, Francisco Umbral, José Ángel Valente y María Zambrano. ¡Qué variedad! La armonía en una lista como esta, como es tan larga, puede responder a tantos criterios como lectores dispuestos a encontrarlos. Y en primer lugar nos hacemos una composición de lugar de lo que destacaba en la sociedad de hace 35 años, y eso que muchos de ellos hablan a su vez de su pasado. En segundo, en cada entrevista reluce la capacidad del entrevistador para acechar en su entrevistado lo que lo ha hecho interesante para los demás, hasta averiguar cómo esa máscara se ha ido fabricando.
Pero cada cual se expone o se oculta según su naturaleza. Su variedad es uno de los encantos del libro. Qué entretenido es pasar de las respuestas de una cantante a las de un pintor. Resultan todos muy generosos en el relato de sus vidas, sus preocupaciones, sus recuerdos, los trucos que usan para vivir o para trabajar. No puedo citar páginas enteras, me tengo que limitar a algunas catas: “Cantaba en una taberna flamenca por cuarenta duros. Si me tomaba un vino con un cliente, pues me daban cinco pesetas más. Y me tenía que tomar cuatro, cinco o veinte vinos para poder sobrevivir. Cuando me tomaba dos, me tenía que ir al baño a vomitar […] Ese era el fango: cantar y beber para poderme comprar un bocadillo (María Jiménez)”; “Un crítico escribió que, encontrándose deprimido, leyó Cántico y le sentó muy bien; y añadía: ‘Recomiendo su lectura.’ Como si fuese un libro que debiera venderse en las farmacias. ¡Qué le vamos a hacer! Las voces de muerte son infinitas en nuestra época. Yo soy antisuicida de nacimiento (Jorge Guillén)”; “los dos mundos deben entrar. [Joseph] Cornell adoraba a las actrices, también Nerval. Finalmente, uno de los amores de Cornell era una actriz desaparecida, la amiga de Nerval, Jenny Colon. Pienso que la vida diaria, las actrices, los actores, el fútbol, todo eso debe entrar en la poesía y en el arte de nuestra época (Octavio Paz)”; “Hay momentos en que se me aparece de inmediato la posibilidad de no volver a hablar nunca. Pero luego me acuerdo, y me río, de esas personas a las que les da por hablar del silencio y no acaban nunca. Es que casi todo lo que sea un proyecto, un programa, me parece rechazable (María Zambrano)”. Y mucho más…
Este libro también puede ser teatro, si se lee en alto a dos manos, repartiéndose los papeles de entrevistado y entrevistador. ~