La hendidura asiria

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Continúo leyendo sobre las muy viejas simbologías e iconografías que se enhebran con el culto de la energía sexual, esa que cuando el mundo estaba libre aún de la vigilancia opresora de las religiones monoteístas se practicaba con deliciosa frescura; un culto del que restan huellas subrepticias en no pocos signos de nuestra vida actual, aunque pasen habitualmente desapercibidos.

Ya en estas páginas, no hace mucho, me referí a las aureolas, halos y mandorlas que rodean con sus fulgores fantásticos a las potencias divinas (en especial a la Diosa, incluyendo, claro, a la Virgen María). En otros escritos he discurrido sobre ciertas palabras que tienen su origen en misterios semejantes. Comentaré ahora, muy brevemente, un remoto concepto, previo incluso a la mandorla-aureola, que los estudiosos llaman la arboleda asiria.

No es solamente una arboleda, sino un grove –palabra en inglés que, en efecto, denota la juntura arbórea entre dos colinas– lo que supone que hay una abra, un surco, la hendidura de la que brotan las plantas: es la vulva orográfica, el reflejo en el paisaje de la fecunda vulva de la Diosa. La deriva de la hendidura en la iconografía es enorme: toda representación de figuras divinas rodeadas por un fulgor, o por signos de fertilidad botánica o cósmica, tienen su remota cifra en esa imagen asiria

que cifró como objeto de veneración al emblema y a sus símbolos aledaños: la energía de la Tierra hembra que se habla y se mira con el ojo solar del dios masculino. No es privativa de Asiria, desde luego, pues abunda en Egipto y en la India, con sus enormes diosas, como Isis amamantando a Horus o Devaki a Krishna, o María a Cristo, rodeadas de fértiles flores y frutos que también pueden ser vulvares, como las granadas o los higos que rodean a Hera y a María.

Las derivaciones de esa arboleda-vulva-jardín, fértil y fulgurante, son complejas y variadas. Acabo de leer un precioso libro del estudioso Carol Falvo Heffernan, The phoenix at the fountain (1988), dedicado a la “imaginería ginecológica” –los íconos, mitos, representaciones derivados de la fisiología femenina que formaban parte de la muy compleja trama de rituales asociados a la fertilidad, el parto, el ingreso de la mujer a la pubertad– y, en especial, al símbolo de la “fuente de la vida”, esa fuente que canta en el centro del “huerto”, omnipresente en la imaginación visual y narrativa de la Edad Media, y que aún sigue manando en nuestros días…

Ya volveré al tema… ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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