La imaginaciĆ³n prisionera

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QuizĆ” el reto mĆ”s difĆ­cil para cualquier escritor es mantener un equilibrio entre el vuelo imaginativo y la disciplina para sostenerlo, dos fuerzas que pueden anularse mutuamente cuando la ambiciĆ³n o la complejidad de una obra intimidan a su arquitecto. El rigor no siempre da buenos frutos, quizĆ” porque esclaviza demasiado la imaginaciĆ³n, que tiende a escapar de cualquier trabajo forzado. Cuando un novelista emprende reconstrucciones de Ć©poca muy laboriosas, que le imponen un programa de lecturas no siempre gratas, la imaginaciĆ³n prisionera tiende a inventar ficciones mĆ”s apetecibles, generalmente cuentos o novelas cortas. ĀæQuĆ© debe uno hacer entonces: obedecer a la ā€œloca de la casaā€, una fuente inagotable de caprichos, o perseverar en el arduo camino que se trazĆ³?

Nadar a contracorriente de los impulsos creativos por fidelidad a un proyecto difĆ­cil puede llevarnos a un desenlace trĆ”gico: invertir varios aƱos de trabajo en un voluminoso aborto. A JosĆ© Emilio Pacheco le sucediĆ³ algo parecido con una novela histĆ³rica interminable, que abandonĆ³ cuando ya habĆ­a escrito ochocientas pĆ”ginas. Pero cuando el constructor de una catedral, sin haber puesto un ladrillo, abandona su obra para erigir una parroquia que de momento le exige un menor esfuerzo, el resquemor de haberse acobardado lo perseguirĆ” como una maldiciĆ³n. Las buenas novelas histĆ³ricas requieren de una inmersiĆ³n profunda en la Ć©poca reconstruida. Quien las acomete se exilia largo tiempo en el pasado y, en gran medida, la eficacia de su obra depende de no regresar al presente hasta poner el punto final. ĀæPero alguien puede escribir en contra de su imaginaciĆ³n? ĀæCĆ³mo sujetarla para que no se fugue a otra parte?

Una anĆ©cdota muy difundida en el mundillo literario tal vez arroje luz sobre este dilema. Juan Carlos Onetti fue un escritor sin horario fijo de trabajo, con largos periodos de sequĆ­a seguidos de frenĆ©ticas rachas de inspiraciĆ³n. Vargas Llosa le contĆ³ que Ć©l, por el contrario, escribĆ­a a diario un cierto nĆŗmero de horas con un rigor espartano y Onetti respondiĆ³: ā€œLo que pasa es que tĆŗ tienes relaciones conyugales con la literatura y yo tengo relaciones adĆŗlteras.ā€ Cuando los escritores volubles se enfrentan a un proyecto difĆ­cil cuya construcciĆ³n les genera un agotamiento comparable al tedio conyugal, muchas veces sucumben a los coqueteos de una idea mĆ”s atractiva y joven. Creen que en esos casos guardar lealtad a la esposa significarĆ­a caer en un mortal anquilosamiento. Pero la tentaciĆ³n de buscar una amante cuando apenas estamos preparando la boda con la novia de toda la vida quizĆ” sea un autoengaƱo que busca encubrir las flaquezas de la voluntad. Evadirnos de una obra en embriĆ³n, porque nos asalta el temor de no tener fuerzas o talento para culminarla, equivale a salir huyendo de una batalla espantados por el gesto fiero del enemigo.

La relaciĆ³n conyugal con la literatura tiene sin embargo un punto dĆ©bil que nadie puede ignorar: las mejores ficciones brotan del inconsciente en ratos de ocio, sin un esfuerzo mental previo. La iluminaciĆ³n creativa, como el flechazo erĆ³tico, es un estado de gracia independiente de la voluntad y quien la ignora o menosprecia se condena a la esterilidad o a la producciĆ³n de hojarasca. HarĆ­a falta, entonces, adoptar una postura intermedia entre el adulterio de Onetti y el matrimonio de Vargas Llosa. Los yugos tienen la ventaja de estimular una necesidad de evasiĆ³n que de otro modo se podrĆ­a quedar aletargada. Incluso si la obra ambiciosa resulta un fiasco, vale la pena trabajar en ella de sol a sol, picando piedra en bibliotecas y archivos, para que la imaginaciĆ³n se fugue a las playas en donde pueda sentirse libre. No hay adulterio sin matrimonio. Bajo la presiĆ³n de la monogamia se acrecienta la tentaciĆ³n de cometer infidelidades. En la mente de un escritor, el cumplimiento del deber es un acicate para la bĆŗsqueda de evasiones, pero si no asume su tarea como un apostolado, si no se casa de verdad con una idea que le exige grandes sacrificios, tampoco tendrĆ” la oportunidad de engaƱarla con otras mĆ”s espontĆ”neas: las tentadoras putas del intelecto que vendrĆ”n a librarlo de sus cadenas. ~

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(ciudad de MĆ©xico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mĆ”s reciente, El vendedor de silencio.Ā 


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