Existen distintas maneras de pensar la tradiciรณn conservadora del siglo XIX y su peso sobre las derechas occidentales del siglo XX. Una muy influyente en los aรฑos setenta fue la de George Steiner en la serie editorial Roots of the right en Harper & Row, en Nueva York. Allรญ Steiner proponรญa entender a los conservadores decimonรณnicos como maestros de los fascistas de entreguerras. Joseph de Maistre y Arthur de Gobineau interesaban como precursores de Charles Maurras y Drieu la Rochelle. Max Stirner, el brillante filรณsofo alemรกn de El รบnico y su propiedad (1844), valรญa por su influencia en Alfred Rosenberg y Adolf Hitler. Gabriele DโAnnunzio, no el poeta enamorado de la actriz Eleonora Duse, sino el ideรณlogo de la Constituciรณn corporativista del Estado libre de Fiume, atraรญa por la fascinaciรณn que despertaba en Benito Mussolini.
La idea de Steiner todavรญa estaba endeudada con el drama de la historia europea en la primera mitad del siglo XX. Tras el horror de la guerra y el Holocausto era difรญcil imaginar una derecha no fascista. La Guerra Frรญa vino a equilibrar un tanto la balanza y, luego del Concilio Vaticano II, buena parte del catolicismo, que habรญa sido el trasfondo doctrinal bรกsico de las derechas occidentales, se bifurcรณ entre la democracia y el socialismo cristianos. La recomposiciรณn de las ideas que siguiรณ al 68, que, en gran medida, explica el surgimiento del neoconservadurismo en Estados Unidos, mรกs la crisis terminal de la izquierda ortodoxa estalinista y prosoviรฉtica, propiciaron una relectura creativa de la gran tradiciรณn conservadora del siglo XIX.
No es raro que junto con la articulaciรณn de la primera generaciรณn neoconservadora (Daniel Bell, Nathan Glazer, Irving Kristol, Norman Podhoretz) surgiera una nueva historiografรญa sobre las ideas conservadoras. Libros como The politics of imperfection (1978) de Anthony Quinton, The meaning of conservatism (1980) de Roger Scruton o Conservatism (1990) de Ted Honderich serรญan solo tres ejemplos de cรณmo el neoconservadurismo de la baja Guerra Frรญa propiciรณ arqueologรญas de las ideas conservadoras que intentaban documentar la historia de aquella corriente en la larga duraciรณn y atendiendo con mayor cuidado a sus diferencias internas.
La prรฉdica neoconservadora generรณ su nรฉmesis: la รบltima escuela de la socialdemocracia en el siglo XX, que propuso la llamada โtercera vรญaโ. Generalmente se asocia ese proyecto intelectual y polรญtico con Anthony Giddens pero, para el tema especรญfico de la historia del conservadurismo, tal vez convenga recordar un libro previo a los ensayos fundamentales que en la dรฉcada de los noventa publicรณ el sociรณlogo inglรฉs: The rhetoric of reaction (1991) del economista alemรกn Albert O. Hirschman, traducido por Tomรกs Segovia para el Fondo de Cultura Econรณmica. Como Giddens, Hirschman tambiรฉn se peleaba con la tradiciรณn conservadora, pero lo hacรญa unificando a todos los conservadores, entre Edmund Burke y Nathan Glazer, en la categorรญa de โreaccionariosโ.
Hirschman partรญa de la idea del โdesarrollo de la ciudadanรญaโ del sociรณlogo inglรฉs T. H. Marshall, segรบn la cual Occidente habรญa conquistado, primero, los derechos civiles en el siglo XVIII, luego, en el XIX, habรญa extendido los derechos polรญticos por medio del sufragio universal, y finalmente, a mediados del XX, se habรญa abierto al repertorio de derechos sociales: trabajo, familia, educaciรณn, salud cultura… A cada uno de esos tres momentos correspondรญan oleadas de impugnaciรณn ideolรณgica desde la derecha: Edmund Burke y Joseph de Maistre contra la filosofรญa de los derechos del hombre; Jacob Burckhardt y Gustave Le Bon contra el sufragio universal; Charles Murray y Nathan Glazer contra el Estado de bienestar.
El profesor de Princeton observaba en esas tres โolas reaccionariasโ la misma โretรณrica de la intransigenciaโ. Pero lo cierto es que, como advertรญan los historiadores britรกnicos antes citados, habรญa notables diferencias entre una y otra ola y entre los pensadores de cada momento. Ese camino de la distinciรณn es el que sigue Mark Lilla en su mรกs reciente ensayo, La mente naufragada. Reacciรณn polรญtica y nostalgia moderna (2017). Lilla propone, de entrada, diferenciar la mente โreaccionariaโ del pensamiento o la tradiciรณn โconservadoraโ. Burke era conservador y De Maistre, reaccionario. Para el primero, la Revoluciรณn francesa incubaba el peligro del despotismo; para el segundo, 1789 marcaba el รบltimo acto de la decadencia de la civilizaciรณn cristiana.
No se trataba, como sugiere Lilla, siguiendo la mejor historiografรญa britรกnica, de una diferencia de grados o de intensidad. Se trataba de dos nociones distintas sobre la naturaleza humana y la historia. Los conservadores, a la manera de Burke, no eran โcontrailustradosโ ni primordialmente contrarrevolucionarios, ya que muchos de ellos rechazaron la Revoluciรณn francesa y, a la vez, apoyaron la Revoluciรณn norteamericana. Los reaccionarios sรญ lo eran: en buena medida, eran y son, revolucionarios al revรฉs, con una visiรณn teolรณgica de la historia, unas veces profรฉtica, otras, apocalรญptica. La reaccionaria, dice Lilla, โes una mente naufragada. Donde otros ven que el rรญo del tiempo fluye igual que siempre, el reaccionario ve las ruinas del paraรญso que pasan ante sus ojosโ.
Como otro libro anterior de Lilla (Pensadores temerarios, 2004), La mente naufragada apuesta por abordar de manera ensayรญstica un tema bien situado en la historiografรญa acadรฉmica. Esa condiciรณn anfibia genera lecturas equรญvocas, sobre todo, entre quienes prefieren las ojeadas a los diรกlogos detenidos con un autor. Para algunos el calificativo de โfilotirรกnicoโ no era atribuible, por igual, a Martin Heidegger y a Walter Benjamin, a Carl Schmitt y a Michel Foucault. Pero lo que proponรญa Lilla no era un listado de intelectuales aquejados por el โsรญndrome de Siracusaโ sino un relato de la tentaciรณn dictatorial en el pensamiento mรกs sofisticado del siglo XX. Con La mente naufragada sucede lo mismo: no es esta una galerรญa de pensadores reaccionarios sino un estudio sobre la gรฉnesis del concepto de reacciรณn en la filosofรญa del siglo XX.
Los tres primeros ensayos dedicados a Franz Rosenzweig, Eric Voegelin y Leo Strauss son muy persuasivos al respecto. Lo que interesa a Lilla, mรกs que calificar a uno u otro, es detectar el momento en que los tres, ya sea a travรฉs de la nostalgia por el perdido paraรญso judรญo en La estrella de la redenciรณn (1921) del primero, del rechazo al gnosticismo en La nueva ciencia de la polรญtica (1952) del segundo o de la cruzada contra el maquiavelismo y el nihilismo en Derecho natural e historia (1971) del tercero, esbozan un programa intelectual antimoderno, que pone en tela de juicio las ideas de progreso y libertad. El peso de estos pensadores, sobre todo de Strauss, en la formaciรณn de los neoconservadores en Estados Unidos se explica por esa vocaciรณn antimoderna.
Pero conforme avanzamos en la lectura de La mente naufragada advertimos que el enfoque, como en Pensadores temerarios, es ideolรณgicamente transversal. Los reaccionarios, como los filotirรกnicos, no son, exclusivamente, intelectuales de derechas. Hay reaccionarios de izquierda, especialmente, entre quienes se acercan a pensar la modernidad como un mal teolรณgico, que tuvo su origen en algรบn desvรญo del camino a la redenciรณn que aseguraba una promesa de futuro, reservada en el pasado. ยฟQuรฉ promesa? Lo mismo la originaria del leninismo que la cumplida del estalinismo, la frustrada del maoรญsmo de la Revoluciรณn Cultural China que la saturada de sรญ misma que ha sido la Cuba fidelista por mรกs de medio siglo.
De Lenin a san Pablo
En la novela El Reino (2014), Emmanuel Carrรจre hace esta analogรญa entre san Pablo y Stalin: โTranspongamos. Hacia 1925, un oficial de los ejรฉrcitos blancos que se ha distinguido en la lucha antibolchevique pide audiencia a Stalin en el Kremlin. Le explica que una revelaciรณn personal le ha dado acceso a la pura doctrina marxista-leninista y que se propone hacerla triunfar en el mundo. Pide que para esta acciรณn Stalin y el Politburรณ le otorguen plenos poderes, pero no acepta someterse a ellos jerรกrquicamente. ยฟEntendido?โ San Pablo era el equivalente a un revolucionario mรกs estalinista que Stalin por provenir de las filas del enemigo.
Esos poderes de la conversiรณn de Saulo de Tarso han ejercido, en las รบltimas dรฉcadas, una verdadera fascinaciรณn en un flanco del pensamiento neomarxista. Mark Lilla ubica el origen de esa deriva paulista de la izquierda en el ensayo La teologรญa polรญtica de Pablo (1987) del judรญo austriaco Jacob Taubes, pero tambiรฉn podrรญa encontrar sus primeras resonancias en Las armas ideolรณgicas de la muerte (1977) del teรณlogo alemรกn Franz Hinkelammert. A Hinkelammert tambiรฉn le interesaba releer las epรญstolas de san Pablo en busca de una convergencia entre religiรณn, polรญtica y derecho, aunque Taubes partรญa de una base conceptual mรกs sรณlida: la teologรญa polรญtica de Carl Schmitt.
El redescubrimiento de san Pablo en una zona del marxismo occidental es sucedรกneo del sintomรกtico hechizo que produjeron, tras la caรญda del Muro de Berlรญn, las ideas de soberanรญa y excepciรณn de Carl Schmitt. En el jurista nazi encontraban aquellos intelectuales una versiรณn mรกs propicia para la sociedad posindustrial de la โdictadura del proletariadoโ de Lenin. Taubes reclamaba la mรกxima de la Teologรญa polรญtica (1934) de Schmitt, โsoberano es quien decide sobre el estado de excepciรณnโ, y encontraba su mรกs claro antecedente en la afirmaciรณn-negaciรณn de la vieja ley de las epรญs- tolas paulinas. De la mano de Schmitt regresaba por sus fueros la tradiciรณn conservadora del XIX (De Maistre, Bonald, Donoso Cortรฉs), crรญticos del liberalismo y la democracia, en un momento, los aรฑos previos y posteriores al colapso soviรฉtico, en el que los comunistas veรญan el mal de la modernidad regresando triunfante a Praga y a Varsovia.
El libro San Pablo. La fundaciรณn del universalismo (1999), de Alain Badiou, naciรณ de aquella epifanรญa. Ademรกs de judรญo y fariseo, el apรณstol habรญa sido un leal a los romanos que persiguiรณ con saรฑa a los cristianos, para luego convertirse en un discรญpulo de Jesรบs que convertรญa a griegos y latinos, corintios y efesios, gรกlatas y filipenses. San Pablo era el viajero y traductor por excelencia de las Sagradas Escrituras: el mensajero de Atenas en Jerusalรฉn y de Jerusalรฉn en Roma. Con รฉl se conjuraba, finalmente, la maldiciรณn de Babel y se articulaba la lengua universal de la cristiandad. Al establecer, con una resoluciรณn solo equiparable a la de Lenin, la creencia en la resurrecciรณn de Cristo como premisa de la fe, san Pablo habรญa fundado el universalismo, cuya รบltima fase, segรบn Badiou, era la idea comunista entre los siglos XIX y XX.
Otros pensadores contemporรกneos, claramente inscritos en el neomarxismo como Slavoj ลฝiลพek, o no tanto, como Giorgio Agamben, han releรญdo tambiรฉn a san Pablo en los รบltimos aรฑos. En El frรกgil absoluto (2000) y, luego, en El tรญtere y el enano (2005), ลฝiลพek celebrรณ la universalidad del cristianismo, pero la contrapuso al universalismo liberal y, sobre todo, al multiculturalismo posmoderno. San Pablo, segรบn ลฝiลพek, era el Lenin del cristianismo porque fundรณ una Iglesia monoteรญsta sobre las ruinas de un paganismo hundido en su propia secularizaciรณn. Mรกs positividad tenรญa, para el ateo ลฝiลพek, aquel universalismo basado en la fe que la universalidad liberal de los derechos naturales del hombre, que tanto debe a la tra- diciรณn รฉtica judeocristiana.
Menos apegada a la hermenรฉutica comunista de Pablo, pero claramente marcada por el libro de Badiou, la lectura de Agamben buscรณ mayor familiaridad con el legado rabรญnico y cabalรญstico. En El tiempo que resta. Comentario a la carta a los romanos (2006), Agamben se concentraba en la dimensiรณn mesiรกnica de las epรญstolas paulinas. A pesar de apelar a un fuerte discurso sobre el origen en la vida y hechos de Jesรบs, el lenguaje de Pablo estaba cargado de promesas y cumplimientos. En ese acento encontraba Agamben, siguiendo a Walter Benjamin y a Jacob Taubes, una inercia del mesianismo hebraico que abjuraba, por otra vรญa, de la secularizaciรณn. Taubes, y no Benjamin, era de los que pensaba, como Schmitt, que la secularidad era โel diabloโ.
A la vez que demonizaba la secularizaciรณn y la modernidad, la recepciรณn mรกs superficial del pensamiento neomarxista, especialmente en las redes sociales y la esfera pรบblica de las dos รบltimas dรฉcadas, favoreciรณ una comprensiรณn milagrosa del โeventoโ o el โacontecimientoโ en la historia. Si en Schmitt esa teologรญa del milagro se aferraba al โestado de excepciรณnโ โque la โIlustraciรณn y el racionalismo repudiaron en todas sus formasโโ, las versiones mรกs triviales del neomarxismo se refugiaban en el fetichismo revolucionario. โEventosโ y โacontecimientosโ eran la rebeliรณn zapatista de Chiapas en 1994, la โRevoluciรณn bolivarianaโ de Hugo Chรกvez en Venezuela, el โEstado plurinacionalโ de Bolivia o el 15-m y los indignados en Espaรฑa.
Lo que emergรญa en esas interrupciones del tiempo secular de la democracia era un impulso doble, de regreso al paraรญso perdido y de empuje a un futuro revelado. El โestado de excepciรณnโ ya no era un concepto emblemรกtico del autoritarismo, que en la historia polรญtica latinoamericana remite a las sucesivas y terribles suspensiones de garantรญas constitucionales y a la dotaciรณn de poderes de emergencia y facultades extraordinarias a los gobiernos de turno, sino otra metรกfora mรกs de la โrevoluciรณnโ. En ese trance mesiรกnico del โeventoโ era posible palpar la vivificaciรณn simultรกnea de todos los รญconos de la izquierda guerrillera: Augusto Cรฉsar Sandino y Camilo Torres, el Che Guevara y el Subcomandante Marcos.
No deja de ser revelador que, a diferencia de la aproximaciรณn del catolicismo al marxismo en tiempos de la Teologรญa de la Liberaciรณn, este acercamiento del marxismo al catolicismo prescinda ya de toda crรญtica al discurso de la obediencia moral y sexual de las epรญstolas de san Pablo o de alguna rememoraciรณn, por leve que sea, del ateรญsmo de Marx, Engels y Lenin. En tiempos de guerrillas y dictaduras, los teรณlogos de la liberaciรณn se tomaron el trabajo de leer en serio a Marx. La izquierda paulina, en tiempos de mercado y democracia, ni siquiera lee bien a san Pablo. La milagrerรญa y el mesianismo se han apoderado de esa mezcla desmejorada de religiรณn e ideologรญa que hemos visto en los duelos por la muerte de Hugo Chรกvez y Fidel Castro en las calles de Caracas y La Habana.
No hay siquiera conexiones visibles entre los pensadores y los lรญderes de la izquierda paulina en Amรฉrica Latina. Los primeros ofician en universidades de Estados Unidos y Europa y los segundos gobiernan desde los palacios nacionales de las principales capitales latinoamericanas. Pero entre unos y otros se mueve esa corriente subterrรกnea del conservadurismo de izquierda, que entiende la democracia moderna como una calamidad provocada por el desencantamiento del mundo, que describieron con lucidez Alexis de Tocqueville y Max Weber. Tan reaccionaria es esa izquierda que, hoy por hoy, su imagen de la revoluciรณn tiene que ver mรกs con el resplandor que derribรณ a Pablo de su caballo, en el camino a Damasco, que con el asalto al Palacio de Invierno, hace un siglo, en San Petersburgo. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crรญtico literario.