Ilustración: Hugo Alejandro González

La verdad es un bien común y debe ser protegida. Entrevista a Arcadi Espada

Arcadi Espada (Barcelona, 1957) es una referencia del análisis periodístico: ha escrito con brillantez y perspicacia sobre los mecanismos de la prensa y sobre las tentaciones y trampas del lenguaje. Sus reflexiones se pueden leer en obras como Diarios y Periodismo práctico, así como en sus columnas en El Mundo de España y en su página web (arcadiespada.es).
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Algunos de los acontecimientos de los últimos meses han hecho que se hable más de la verdad, de las noticias falsas, de la objetividad.

El periodismo ha sido muy responsable de todo esto. Ha dado alas a la idea de que la verdad era un asunto que no tenía sentido: se hablaba de la pluralidad, la libertad, los poliedros.

¿Qué papel han tenido el relativismo y el posmodernismo en ese descrédito?

Ese es el suelo pedante, pero ha habido muchos otros factores. Hay una cosa fundamental que es la política de la identidad. Es interesante vincular el fracaso de la verdad a finales del siglo XX, a partir de los años sesenta, con la aparición de las políticas de identidad. Según estas, lo que importa no es lo que uno dice sino quién es uno. Eso ha socavado de manera brutal el concepto de la objetividad. Cuando daba clase en la universidad, el primer día les decía a mis alumnos: lo primero que quiero decirles es que la verdad existe y es una. Siempre salía alguno que decía: oiga, pero esta mañana nos han dicho en otra asignatura que la verdad no existe. Empecé a dar clases en el año 93, estuve diecisiete años, el 90% de los profesores decían que la verdad no existía, que era un desiderátum: hablaban del punto de vista, de la desaparición del canon, de la discriminación positiva…

Se han popularizado el término posverdad y la idea de la democracia posfactual. ¿Posverdad es una categoría útil?

Hay gente que dice que es un eufemismo más. Pero no me parece mal que hayan surgido esos términos. De alguna manera, el lenguaje es eso: se renueva, pone la luz. Las palabras se gastan. Me parece muy bien que se hable de posverdad. Quiere decir lo mismo, pero también me gusta el prefijo pos, que vincula. La posmodernidad es el reino de lo posfactual.

¿Qué es lo que ha cambiado?

Las cosas nunca son iguales. En la época analógica, cuando grababas un disco con un casete hacías una operación. Internet ha multiplicado de manera exponencial la réplica y ha convertido en un problema cultural gravísimo la reproducción; del mismo modo, la capacidad multiplicadora de las mentiras en la era digital se convierte en un problema mucho mayor. Y esto ocurre cuando el periodismo ha perdido el monopolio de la información y del debate, y coincide con empresas periodísticas débiles a las cuales, no nos engañemos, el poder siempre ha querido someter. Esa pretensión del poder, por otra parte, me parece bien. En esa dialéctica están las claves de la libertad. El periodismo es una institución de la gente, antes de que se ensuciara esta palabra, una institución de los ciudadanos. En nuestra decadencia, se ha convertido muchas veces en una institución del poder contra los ciudadanos. En cierta manera, Trump está haciendo un gran favor al periodismo. Si no salimos de esta no saldremos nunca. Es interesante ver en qué va a acabar este combate. Porque este es el combate final. Para decirlo con palabras propagandísticas y altisonantes, la sociedad tiene un enorme reto: comprobar que la verdad pública es importante.

Tras los resultados del Brexit y la victoria de Trump se ha extendido la preocupación de que la prensa mainstream no llega a determinados grupos sociales.

Nunca han llegado. El periodismo siempre se ha dirigido a la sociedad alfabetizada. Cuando ha penetrado en alguna capa popular ha sido a través de diarios que sometían la verdad a sus regateos o a través de la amenidad, que era algo que también gestionaban los periódicos y ahora prácticamente ya no. Había gente que compraba los periódicos por el crucigrama. Y esto es algo que los periodistas no hemos entendido todavía, y deberíamos aprenderlo. Hay una sociedad en sombra que está fuera de los periódicos. No ha estado fuera de la televisión. Ha estado más o menos fuera de la radio. Pero sí fuera de los periódicos de referencia (no el Sun o el Bild). Estos periódicos de referencia trazaban antes el guion del mundo, y a este se acogían las radios, la televisión. El guion se popularizaba a través de otros medios. Ya no pasa. Ese guion del mundo compite con la ruidosa turbamulta de eso que llaman las redes sociales, que generan su propio guion, a veces pervirtiéndolo: a veces no es el guion de los periódicos sino su reverso. Dependen todavía de los periódicos. No para exhibirlos sino al revés. Los periódicos de referencia dicen unas cosas sobre la inmigración, y el apogeo del vocerío lo convierte en otra cosa.

Ha hablado del momento en que en los periódicos españoles se empezó a ver el noticiero de la noche para diseñar la portada del día siguiente.

Es un momento básico en la historia del periodismo español. Ahora, todo esto hay que mirarlo de una manera fría, nada apocalíptica si puede ser, pero teniendo conciencia de que estamos viviendo una situación decisiva porque es muy difícil asumir que una sociedad puede vivir sin verdades. Es un experimento social interesante. Trump ha llegado al poder mintiendo de manera infame y Gran Bretaña, país ejemplar siempre citado como modelo de liberalidad, respeto a las reglas y sentido común, ha caído en un montón de mentiras.

Richard Rorty decía: cuida de la libertad y la verdad ya se cuidará sola. Usted, sin embargo, ha escrito: el derecho a la verdad debe convertirse en uno de los derechos fundamentales de los ciudadanos.

Estoy a favor de un ministerio de la verdad. Orwell es uno de mis escritores más queridos y estaría de acuerdo conmigo, dispuesto a rectificarse… Creo que la verdad es como la sanidad y las cosas que pertenecen al dominio de lo público. A mí no me parece mal que se vendan Mein Kampf o las mentiras de David Irving siempre que se diga: Este señor fue condenado… La circulación de las mentiras no me preocupa. Mark Zuckerberg es un personaje interesante y ahora tiene mala conciencia de haber servido al triunfo del mal. Defiende que hay que señalar las fake news, las mentiras. Pero creo que ese es el camino equivocado. Facebook, su deontología, por decirlo así, está construido para que la gente diga mentiras, verdades, lo que sea. Lo que hay que construir, en el sistema analógico y en el digital, es la protección de la verdad. Facebook no debe señalar las mentiras, sino construir un ISO [organismo internacional para la estandarización] moral, como los que se dan a las empresas, que identifique aquellas organizaciones de noticias que cumplen una serie de parámetros. Es una candidez rortiana impresionante decir que la verdad se defiende sola. ¡Que venga Rorty y lo vea! La verdad es un bien común y debe ser protegida con los instrumentos de que disponen los ciudadanos. ¿Qué es esto de que el Estado tenga que ocuparse de nuestra salud, del gas y de la electricidad y de internet y de los servicios básicos, pero no de la verdad? La verdad es un servicio básico. ¿Qué es eso de que como es opinable no hay que protegerla? Perdone, la verdad no es opinable. Lees Verdad y mentira en política de Hannah Arendt y ves cosas que son extremadamente modernas, contemporáneas. Por ejemplo, ese párrafo sobre el nacimiento de la objetividad: cuando te preguntas no por tus muertos sino por los muertos de los otros. Es una candidez casi fourierista pensar que el bien y la belleza no deben ser defendidos.

Pero ¿cómo se lleva eso a la práctica? ¿Cómo funciona ese ministerio?

Se puede descender al ejemplo si se traza el perímetro. El ministerio de la verdad es una metáfora. En todo caso, tendría que ser un ministerio transversal. Es evidente, por ejemplo, que si los medios que tienen la verdad como asunto principal no pueden sobrevivir económicamente, alguien los tiene que proteger. ¿Cómo organizamos eso? No lo sé. Desgraciadamente no puedo decirte cómo, porque eso requeriría un estudio técnico, jurídico, pluridisciplinar. Cuando lo dices enseguida surge la objeción: ¿Usted está hablando de medios pagados? Pero no digo medios pagados por el Partido Republicano: hablo del Estado. Y me dicen: Pero es que el Estado… Bueno, la respuesta es: ¿Conoce usted algo mejor? La verdad debe defenderse y es la sociedad quien debe hacerlo. Si la sociedad no tiene medios o no cree que eso le afecta, entonces las élites tendrán que realizar su papel, y las élites no solo son las élites económicas o de la sociedad civil. Creo que Google o Facebook tienen un serio asunto que resolver. Hablábamos del Estado pero Facebook y Google también lo son, en manos privadas.

Hace poco le decía a Antonio Lucas que los periódicos deben vivir una revolución, porque se siguen haciendo como en el siglo XIX.

Lo que no puede ser es que el periódico, ante lo que ha pasado, siga siendo más o menos organizado con los mismos criterios que el periódico del inicio de la modernidad. La resignación de las empresas de periódicos me provoca admiración. Dicen: Bueno, estamos perdiendo mil lectores o la cantidad que sea al día, qué le vamos a hacer. Si estás vendiendo algo que por las razones que sean pierde al día una cuota de mercado de esa categoría, algo habrá que hacer. Pero parece que lo se piensa es: Aguantemos hasta la jubilación, a ver si el trocito de lectores que nos queda dura hasta ese día y después, ¡fuera! Les pasa también a los editores. Su enorme pereza a la hora de encajar en la revolución digital viene de ahí. Eran gente de mi edad, que pensaba que solo había que aguantar unos añitos… Pero no es así.

¿Cómo debe ser ese cambio?

Tendrás que plantearte si realmente vale la pena que un periódico haga dos ediciones al día. ¿Crees que tiene sentido practicar del mismo modo el concepto de noticia, si tienes una web que actualiza las noticias cada cinco minutos? ¿Crees que unas exclusivas que duran exactamente un milisegundo pueden aguantar un proyecto periodístico? ¿Qué haces con cosas un poco cursis derivadas de la experiencia digital pero sobre las que habría que detener la atención, como eso que dicen que la gente aprecia la experiencia que vive en un medio o una web? ¿Qué hay del periódico como objeto bello? El periódico es un objeto. ¿Por qué la gente sigue apreciando el libro de papel? Quizá tiene que ver con que esté bien editado, esté bien hecho. ¿Deberíamos revisar el concepto de belleza para el periódico? Y a lo mejor eso sirve a muchos menos lectores de lo que servía antes. Pero eso ya está pasando. ¿No nos podríamos adelantar? ¿Tiene sentido practicar la bigamia de dar las noticias y la crónica social por otro lado? ¿Tiene sentido la inflación de la opinión, por la cual un periódico ha acabado pareciéndose a una red social en que todo dios opina las cosas más inverosímiles? ¿Por qué no ponemos a nuestros grandes escritores y a los jóvenes, en vez de que se pudran en sus gabinetes escribiendo novelas de mierda por las que no les van a pagar nada, a hablar de hechos, aunque no les guste? ¿Qué sentido tiene un suplemento? Para todo esto tienes que estar convencido de una cosa; yo lo estoy, pero lo importante es que esté convencido quien lo va a comprar. Para mí el periódico es útil: es un guion del mundo. Me precio de distinguir a la gente que tiene la cabeza amueblada, que lee periódicos, de quien solo lee noticias. Además, estamos perdiendo dinero. La ventaja es que partes de esa situación. Pero no veo que lo haga el Times ni el Guardian.

¿En qué ha mejorado la prensa en los últimos quince años?

En todo. Está mucho mejor escrita, hay muchas menos erratas, es mucho más fiable. En general la prensa es como el mundo. ¿En qué ha mejorado el mundo? Pues en todo. Tengo un gran cariño a mis muertos, me gustan mucho los escritores del siglo pasado –Camba, Pla–, pero los periódicos que hacían eran muy inferiores a los que hacemos nosotros. Y también desde el punto de vista de la literatura, el estilo. Una de las cosas que los apocalípticos no ven es cómo el WhatsApp ha mejorado la escritura y la creatividad, el hecho de que la gente se pase el día escribiendo. Es el ejemplo del mono que escribe el Quijote. Si le das tiempo, lo escribe. Pues ahora hay gente que pasa así el día. Si encima pudiéramos comer de ello, sería maravilloso.

Lleva mucho tiempo analizando los periódicos. ¿De qué manera lo han marcado?

Pienso a menudo en eso. Han sido fundamentales para mí, y no me refiero a que me gane la vida con ellos. Soy un lector. Todo lo que sé lo he aprendido en los periódicos. Todo lo interesante de mi vida lo he encontrado en ellos. Hemingway decía que un periodista debe saber dejarlo a tiempo. Puede ser, yo no estoy de acuerdo. Y desde luego no le pasa al lector de periódicos. Lo que sucede es que los periódicos lo están abandonando. Pero aun así siguen cumpliendo una maravillosa función. Siguen alimentando cosas: cómo me entero de lo que se publica, de lo que hay en el mundo. Me mantengo fiel a la máxima de que lo más interesante de la vida pública sigo aprendiéndolo en los periódicos. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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