Ilustración: Santiago Solís

Libros: prejuicios razonables

Leer todos los libros para decidir cuáles valen la pena es una tarea imposible. El diseño del libro, las recomendaciones y la reputación del sello editorial ayudan a construir juicios antes de invertir tiempo en la lectura.
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Se ha escrito sobre el arte de leer libros, pero hay también un arte de no leerlos.

Sería tonto, además de imposible, ponerse a leer todos los libros para decidir cuáles nos interesan. Lo práctico es juzgarlos de antemano, aunque el juicio previo sea injusto.

Hay libros de los cuales llegan malas noticias de lectores respetables. Habiendo tanto que leer, no tiene caso comprobarlas.

Hay portadas, títulos y fajillas publicitarias que llaman la atención de manera burda, con imágenes, palabras o insinuaciones que dan por supuesto un lector pobre diablo, atrapable con tales cebos. Se descalifican solos.

Hay libros disuasivos por su tamaño. Ciertamente hay libros gordos que son maravillosos, como hay libros breves y pésimos. Pero invitar a la lectura de quinientas páginas es mucho pedir.

Hay autores de buenos libros que se permiten publicar uno pésimo. No merecen otra oportunidad.

Sucede algo parecido con los buenos sellos editoriales que se venden a un conglomerado. En lo sucesivo, habrá que juzgar lo que publiquen ignorando el aval que daba el sello.

Hace muchos años, los editores vendían en firme a las librerías: sin derecho a devolución. Cuando empezó el derecho a devolver los libros no vendidos, las idas y vueltas los maltrataban y los editores inventaron el retractilado: el forro transparente que los protege, pero impide hojearlos. Las buenas librerías aceptan que el lector rompa el forro para ver el interior. Si no lo permiten, hay que descartarlos.

La tipografía es decisiva. Si es buena, despierta el apetito de leer. La letra desgarbada, pequeña, ilegible o en renglones que bailan porque son muy largos, desanima.

Las ilustraciones tienen que ser excelentes para que justifiquen el costo adicional.

Las solapas son fundamentales. No siempre el título deja claro si se trata de una novela o un libro de cuentos o de ensayos o de texto. Puede ser bueno, pero sin interés para el lector no interesado en eso.

La solapa se agradece si describe el contenido con claridad y honestidad. Hay solapas que ofenden. ¿Quién se cree el editor para decir que esta es la obra cumbre del mejor novelista de habla española en este siglo?

Los anuncios y reseñas sirven para saber que el libro existe. No es poca cosa. De la mayor parte de los libros nadie se entera. Si, además, la reseña es informativa y atractiva por sí misma, mejor.

Una sola reseña de un crítico que inspira confianza induce a buscar el libro o ignorarlo. Pero no muchos críticos inspiran confianza.

Un libro recomendado por un amigo inteligente está en otro nivel. Según las encuestas, los libros se leen sobre todo por recomendación personal.

El otro gran motor es la curiosidad. Descubrir un buen libro del cual no se habla hace feliz a un lector conocedor.

Buscar un libro del cual se tienen noticias puede ser divertido o frustrante. Los recursos bibliográficos en español están poco desarrollados. Muchos editores no tienen lo más elemental: su catálogo en línea, al día y con amplia información sobre cada libro. Ya no se diga una lista de ciudades y librerías donde se consiguen sus libros. Ante tamañas omisiones, se comprende que Amazon se haya vuelto la mayor librería del mundo.

Finalmente, se tiene en la mano un libro digno de ser leído. ¿Por dónde empezar? Parece obvio: por la primera página. Pero no es lo mejor. Hay que leer el índice, ojear los índices complementarios y la bibliografía, leer la introducción y las conclusiones. Pocos libros merecen ser leídos de la primera a la última página, ya no se diga releídos.

Un gran lector puede leer dos o tres mil libros completos a lo largo de su vida. Hay que escogerlos bien y aprender a no leer el 99% restante. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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