Paradójicamente considerada como una de las obras dramáticas más importantes del siglo XX y a la vez condenada por muchos años como “irrepresentable”, dado el intrínseco y depurado detalle de sus ambientes y locaciones, Luces de bohemia, la genial ronda episódica que narra la última noche del miserable poeta Max Estrella, celebra su centenario con una jovialidad insólita y bajo un panorama no muy distinto al momento convulso de crisis social y económica que retrató con maestría el autor gallego Ramón María del Valle-Inclán.
La obra vio la luz en 1920 bajo el formato de entregas en la revista España, publicación fundada por José Ortega y Gasset enfocada en la disidencia tanto política como estética. A la distancia se aprecia como el nicho propicio para albergar esta obra o, más bien, artefacto, ya que contiene en sí mismo los funcionamientos de su mecanismo, aquel con el que el autor denominaría la creación de un nuevo género: el esperpento, un reflejo deforme de la realidad que hace de la tragedia de la vida cotidiana una comedia de risa incómoda.
Ubicada en un “Madrid absurdo, brillante y hambriento” el drama nos convoca a seguir los pasos del poeta Max Estrella y su lazarillo don Latino de Hispalis, quienes, so pretexto de enmendar un mal trato por unos libros que salvarán de la miseria al primero, se lanzan hacia las fauces de la noche entre ambientes y personajes de la capital española en un periplo por momentos alucinante en los que la realidad y ficción se mezclan para reunir a figuras del momento, como Rubén Darío, miembros de la bohemia literaria española, huelguistas catalanes, prostitutas, borrachos, comisarios de policía, anarquistas rusos, los sepultureros que aparecen en Hamlet de William Shakespeare o el Marqués de Bradomín, personaje icónico del autor. La verosimilitud de dicha empresa corre a cuenta del género descrito por el mismo autor, a través de las palabras de su protagonista, como una estética capaz de “…transformar con matemáticas de espejo cóncavo las normas clásicas”. Pero más allá de la metáfora que inmortaliza los espejos ubicados en el callejón del Gato de Madrid, en donde según Valle-Inclán los héroes clásicos van a reflejarse para atestiguar su distorsión, el esperpento refiere a una dramaturgia de gran complejidad, urdida en la superficie por la fineza de sus diálogos críticos, representantes de una variedad de sociolectos y citas literarias, así como de la enunciación detallada de sus ambientes en espacio e iluminación a la que por debajo subyacen una suerte de planos de acción ubicados en perspectiva, donde el fondo incide en el acontecer de los protagonistas, ayudando a plasmar una panorámica acertada del momento histórico entre protestas, miseria y bohemia intelectual, cual si fuese una crónica viviente. El gran conjunto acentúa el tema de la obra como una crítica a todo sistema que se interpone en su camino, sea este religioso, político, intelectual o de mera sobrevivencia, con lo que Valle-Inclán busca subvertir el tono trágico de la realidad española bajo una comedia absurda en donde se mira a los personajes, ya no como dioses, héroes o acaso víctimas, sino en el esplendor de sus vicios y virtudes. Esta visión coloca al autor como un observador atento, cuya estética distanciada le permite no tomar partido por ninguno de ellos y así crear un retrato que, por más distorsión estética que el autor se proponga, se asemeja demasiado a lo que reconocemos como simplemente humano. Una cualidad que le acerca a la visión del pintor Francisco de Goya, ese magno comentarista de la realidad, iluminado hasta en la locura y a quien Valle-Inclán reconoce como el verdadero precursor del “esperpentismo”.
Si bien su publicación formal como libro ocurrió en 1924, con modificaciones importantes al original de 1920, su estreno en España se dio hasta 1970 por considerarse una obra imposible de representar. Este reparo provenía en gran medida de la censura reinante durante el gobierno de Francisco Franco, ya que más de una frase de esta obra le hubiese valido una segunda muerte al autor, pero también por esa tensión atávica entre las licencias y libertades que se puede dar la literatura dramática de frente a los que podrían llevar a cabo su representación. Y es que acaso Luces de bohemia pueda leerse el día de hoy como algo más cercano al guion de cine que al teatro, dada su forma concisa de describir los espacios y ambientes por los que transita la última noche de Max Estrella, con un especial y raro énfasis en la luz y los olores que recuerdan la poesía que puede existir dentro de las acotaciones teatrales, un ámbito que apunta al derecho sobre la concepción imaginaria que el escritor tiene sobre su obra, independientemente de su realización escénica. Considerada como una obra adelantada a su tiempo –como le ocurrió a El público de García Lorca–, la distancia temporal le permite una lectura adecuada y el encuentro de los interlocutores apropiados tanto en el teatro como en su versión cinematográfica, dirigida por Miguel Ángel Díez en 1985.
Si bien Valle-Inclán, un personaje en sí mismo, despotricaba en contra de la representación de sus obras por considerar que no existían los intérpretes adecuados, es difícil pensar que condenaba a sus creaciones a la forma impresa, ya que la agudeza de su oído para plasmar por medio de sus diálogos tanto el habla culta de la época como la callejera denota un sentido y una armonía sonora pensados para decirse en voz alta. Sus diálogos y frases, famosos por su insidiosa crítica y genialidad, son a menudo citados por sus coincidencias con la realidad, como fue el caso de la conversación entre los sepultureros: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo”, que sirvió como comentario a los resultados electorales de 2016 o la advertencia que Max Estrella hace en referencia a la monarquía borbónica, cuya actualidad valida ese penoso ciclo casi natural de los humanos en el que la historia se repite a sí misma.
Volver a la última noche de Max Estrella siempre resulta un viaje en el que las coincidencias refrendan su actualidad aun a cien años de distancia. Vista por los estudiosos como un grito de protesta ante la crisis de valores que ha convertido al mundo en un absurdo, la visión trágica y deformada de Ramón del Valle-Inclán nos recuerda que la comedia es un recurso que hace tolerable la realidad. ~
es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.