Ernesto Lumbreras
Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-1921
Querétaro, Calygramma/Fonca, 2019, 166 pp.
“Lo típico de la poesía de Baudelaire –escribe Walter Benjamin– reside en que las imágenes de la mujer y de la muerte están compenetradas de una tercera, la imagen de París. El París de sus poemas es una ciudad sumergida y casi submarina antes que subterránea.” Este juicio del melancólico escritor que convirtiera la excursión urbana en un símbolo del pensamiento parece un frontispicio idóneo para presidir el acueducto mediante el cual Ernesto Lumbreras asedia a Ramón López Velarde, sobre todo si recordamos que la consanguinidad entre las obras y biografías de Baudelaire y López Velarde se impuso desde la temprana recepción crítica como una de esas tonadas de época que se recuerdan más por su facilidad que por sus virtudes.
Al respecto, uno de los primeros biógrafos, su amigo Pedro de Alba, sentenció: “Una de las grandes pasiones de López Velarde fue su amor por la Ciudad de México. Él y yo nos identificamos en ese punto.” Otro enamorado de la ciudad, imbuido del espíritu del flâneur, Vicente Quirarte, quien ha seguido los pasos del poeta y atestiguado su asombro ante las muchachas núbiles que acuden a la iglesia o el cosquilleo que torna hormiguero su piel, dijo a su vez: “De tu muerte prematura, Ramón, a nadie podía culparse sino a tu fervor por la Ciudad de México. Tu afán peripatético y tu sed andariega que te llevaron a explorarla en sus entrañas.”
Atento a estas invocaciones, un lector perezoso de Un acueducto infinitesimal supondría un volumen que recorre senderos acotados, siguiendo a ratos la impronta de Benjamin, relacionando en otros, como un gentil guía, los lugares potenciados por la memoria del poeta jerezano. Sin embargo, Lumbreras se desentiende pronto de las caminatas urbanas y del culto al flaneurismo. Más que desentenderse, asimila la naturaleza nocheriega del ensayo en su esencia más profunda y así, en vez de caminar literalmente junto al poeta, otorga a su reflexión una condición alada, ligera, a trote no solo por las resonantes arterias de piedra, sino sobre todo por la cartografía de López Velarde.
Ese lector notará entonces que además de haber sido atraído hacia un salón que le ha prometido una crónica, deleitosa sí, pero superficial, ha de enfrentarse a un estudio –¡otro!– sobre el poeta, con un sinuoso celestino que en vez de conducirlo a una recámara privada lo invita a continuar el viaje. Por ello anuncia que seguirá “el rastro de su aventura vital y literaria, subrayando, en ciertos momentos, las coordenadas históricas y políticas”. Bajo la argucia de los paseos, este ensayo asedia desde otra avenida, la plaza de la vida del poeta. Y, en efecto, uno de los méritos es el examen prolijo de la huella de la vida de López Velarde en la Ciudad de México; e igualmente la minuciosidad para aclarar detalles de su vida erótica y deslindar los rasgos de sus amadas. Sin embargo, el recorrido se aleja de las experiencias íntimas para incursionar en las cámaras de la historia y la política; y después, para abordar las discusiones literarias en que intervino el poeta zacatecano.
¿Qué es esto?, se pregunta algo mohíno nuestro lector, que ha dejado su asiento para mirar, perplejo el ceño, el hermoso pero extraño tomo que sostiene en sus manos. Entiende que no es una guía por la ruta velardiana, que no es una semblanza que resuma las certezas biográficas ni tampoco una simple relación sobre la pasión erótica. Advierte, ya totalmente incorporado de su mullido sillón y sirviéndose un whisky de la licorera para apaciguar su creciente excitación, que el ensayo es una biografía espiritual de las influencias y aspiraciones del autor; una indagación sobre las ideas estéticas y el registro de las coordenadas del pensamiento de la época. Nuestro lector comprende finalmente, con cierto horror, que está ante un fruto monstruoso, polimorfo.
Ernesto Lumbreras refrenda en este volumen su método literario que es también una confesión crítica. Su fundamento es eminentemente poético, a condición de que devolvamos al término su pureza –poiesis: obrar–, y por ello, como ha probado ya con otras empresas dedicadas a explorar autores y poéticas –Malcolm Lowry, José Clemente Orozco, Francisco Toledo–, asedia la escritura de Ramón López Velarde desde facetas diversas. De ahí que su propia factura adopte formas diversas. Es una pieza de geografía: coteja mapas y traza itinerarios; es una galería de fantasmas –para invocar la aparición del gran amigo olvidado de Ramón: Enrique Fernández Ledesma– por la que desfilan corifeos y antagonistas del protagonista; recuento sobre las simpatías políticas y los lazos de afinidad del poeta; y sobre todo: un magistral tomo de exégesis literaria.
Dotado de los atributos indispensables del ejercicio analítico –la prolijidad para la revisión minuciosa de los documentos primarios, el acopio lector– y la imaginación para conjeturar, Lumbreras va precisando detalles al tiempo que traza nuevos senderos para continuar explorando esta obra laberíntica. A la pasión del comentarista, en la vena del placer del texto, se añade la del interlocutor informado que, en vez de aventurar hipótesis sostenidas en la lucubración, prefiere la acotación puntual. Así dilucida la identidad de María Nevares detrás de textos que la crítica ha considerado como guiños a Josefa de los Ríos; descubre también y nos entera de que esta amada inmortal, quien llegó a la capital para curarse y terminó falleciendo aquí, vivía en la calle de Córdoba en el número 96, por lo que no solo era vecina del poeta sino también de la otra musa simultánea, Margarita Quijano, cuya familia habitaba en la esquina de Tabasco y Córdoba. E igualmente, entre el cúmulo de puntualizaciones y hallazgos, podemos enumerar otros: la fecha en que se conocieron RLV y Saturnino Herrán; la identidad de la modelo para la pintura que ilustra la primera edición de La sangre devota; la influencia de Leopoldo Lugones que aporta una visión singular y cuestiona la opinión al uso sobre las lecturas del poeta argentino por parte de RLV: El libro fiel en vez de Lunario sentimental. Además de abordar refracciones pocas veces vislumbradas, como la relación del poeta con la música; o el examen de la crítica literaria a través de cual el poeta trazó las líneas de su poética; o la relación entre el poeta y su padre.
Cabe mencionar que si bien la edición es de gran belleza y calidad editorial, como otros libros curados por Federico de la Vega, hubiera sido preferible considerar un tamaño distinto. Entendemos que el formato fue pensado para acompañar al texto con imágenes, por lo que el libro es en sí de naturaleza anfibia, una suerte de álbum que satisface la curiosidad del lector velardiano inveterado, pero la caja termina siendo pequeña con un puntaje e interlínea un poco compactos para las dimensiones del volumen; más propio de un libro para mesa de café –o de biblioteca– que para una lectura placentera.
Un acueducto infinitesimal, además de un aporte singular a la bibliografía sobre Ramón López Velarde, es una excelente introducción a esa ciudad poética. La maestría de la prosa confirma a Ernesto Lumbreras como un escritor que no teme que la información ahogue su respiración lírica, ni que sus iluminaciones ofusquen la indispensable inteligencia. ~
(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.