La periodista Oriana Fallaci entrevistó a Alekos Panagoulis (Glyfada, 1939-Atenas, 1976) en 1973, unos días después de su excarcelación y cinco años después del atentado fallido contra Georgios Papadopoulos, cabeza de la Junta de los Coroneles de Grecia (1967-1974). Él era ajeno a la atención internacional que había despertado su caso y que finalmente hizo que se le conmutara la pena de muerte por cadena perpetua. Antes de “chocar contra él [Panagoulis] con violencia, como un tren que discurre en dirección contraria por la misma vía”, como describe Fallaci el encuentro, Panagoulis había leído los libros de Fallaci y había aprendido italiano para poder hablar con ella. Ese encuentro, que Andreas, el traductor, definió no como entrevista sino como “coito del alma”, dio paso a una relación de amor, compañerismo y complicidad. “No exagere”, le respondió Fallaci al traductor. “No exagero. ¿O tal vez sí? Nosotros, los griegos, estamos obsesionados con la tragedia. Como la inventamos, la vemos por todas partes.” Poco después, Oriana Fallaci se refiere a Andreas como su Casandra.
A Panagoulis le dedica Un hombre, novela publicada originalmente en 1979, tres años después de la muerte de él. Alianza, en su colección Voces, la ha recuperado; es el primero de los rescates de los libros de la periodista italiana: ya se ha anunciado el de Tan adorables, entrevistas con estrellas de Hollywood. Un hombre contiene su historia personal, su pasión, y es también la biografía de Panagoulis, héroe de la resistencia griega. Fallaci documenta las torturas físicas, sexuales y también psicológicas que sufrió Panagoulis. Golpes, descargas eléctricas aplicadas en el recto, agujas calientes introducidas por la uretra, más golpes –una radiografía posterior reveló que no tenía ninguna costilla intacta– no hicieron hablar a Panagoulis, que en el juicio detalló todas las torturas y vejaciones. Fue sentenciado a pena de muerte, que no se ejecutó. Tras dos intentos de fuga, pasó cuatro años en una celda con forma de tumba, hecha a su medida y como castigo.
El libro de Fallaci está dividido en seis partes y se abre con el multitudinario entierro de Panagoulis, que murió la madrugada del 30 de abril al 1 de mayo de 1976 en un accidente de coche, cuando era diputado por la Unión de Centro. La investigación posterior fue deliberadamente negligente y en el libro Fallaci reconstruye lo que ocurrió esa noche. No era la primera vez que el coche en el que viajaba Panagoulis sufría intentos de ser arrojado fuera de la carretera. Fallaci sugiere que detrás estaba el entonces ministro de Defensa Evangelos Averoff, que había amenazado esa misma semana a Panagoulis ante la posibilidad de que hiciera públicos unos documentos que demostraban sus mentiras sobre su papel durante la Segunda Guerra Mundial.
El libro contiene la historia de pasión y complicidad de Fallaci y Panagoulis, con sus altibajos; documenta la tortura y el ensañamiento de la Junta de los Coroneles y muestra lo que de farsa tuvo la transición griega. Todo eso, diría, es lo que sale al paso de manera inevitable en el retrato de Panagoulis. Fallaci detalla la variedad y brutalidad de los interrogatorios, las huelgas de hambre en la cárcel, las fugas, las traiciones, sugiere la primera semana de amor, aparecen las peleas, los anhelos y algunos de los planes de Panagoulis, como el de hacer dimitir a la Junta amenazando con volar el Partenón, la presión internacional para proteger la cuna de la civilización jugaría a su favor. Y, sobre todo, traza el retrato no del héroe, sino de un hombre: Alekos Panagoulis. A través del libro, que está escrito en segunda persona, interpelando al retratado, Fallaci restituye a Panagoulis en su humanidad, para liberarlo del acartonamiento que impone la condición de héroe. Muchos de sus comportamientos lo convierten, si no en un héroe, al menos sí en un hombre de cualidades extraordinarias. Entre todas –lealtad, compromiso, resistencia– destaca la fortaleza mental: “La costumbre es la más infame de las enfermedades porque te hace aceptar cualquier desgracia, cualquier dolor, cualquier muerte. Por costumbre se vive junto a personas odiosas, se aprende a llevar cadenas, a padecer injusticias y a sufrir, se resigna uno al dolor, a la soledad, a todo. […] La noche en que renunciaste a intentar de nuevo la fuga sucedió precisamente eso. Sucedió lo que nunca habrías creído posible: ya no echabas de menos los espacios abiertos, el verde, el azul y la gente. […] Y, sin embargo, existía algo que el hábito de la oscuridad, de la falta de espacio y de la monotonía no había apagado: tu capacidad para soñar, fantasear y traducir en versos el dolor, la rabia y los pensamientos. Cuanto más se adaptaba tu cuerpo, atrofiándose en la pereza, más resistía tu mente y más se desencadenaba tu imaginación para dar a luz poesías. Siempre escribiste poesías, desde muchacho, pero en aquel periodo fue cuando tu vena creadora estalló incontenible.”
Panagoulis era poeta, en Un hombre hay muchos de sus versos, algunos convertidos en canción por Mikis Theodorakis (y esas canciones estaban prohibidas). El encierro y los golpes tampoco bastaron para crear un serial a gritos desde su celda en el que contaba las aventuras ficticias del director de la cárcel en un burdel. En el libro aparecen fragmentos y borradores de ensayos o discursos de Panagoulis. “La gran enfermedad de nuestro tiempo se llama ideología, y los portadores de su contagio son los intelectuales estúpidos: los sacerdotes que no están dispuestos a admitir que la vida (lo que ellos llaman Historia) se encarga por sí sola de poner en su lugar sus masturbaciones mentales y, por tanto, de demostrar lo artificioso del dogma, su fragilidad e irrealidad. Si no fuera así, ¿por qué los regímenes comunistas tienen los mismos Ioannidis, Hazizikis, Theofiloiannacos o Zakarakis que los regímenes fascistas? ¿Y por qué se combaten entre sí, apoyados en sentimientos y necesidades como el amor a la patria y el nacionalismo egoísta? Es tiempo de denunciar la enfermedad sin timideces, sin sentirse cohibidos, sin miedo”, esboza en uno.
Un hombre tiene además evidentes méritos literarios, como el manejo de la segunda persona gramatical, que en otras manos podría resultar latosa o expulsar al lector. Echa mano del destino y la tragedia: “El último día de tu vida amaneció con cielo gris, plomizo. Durante la semana había hecho un sol de verano, y ni una nube oscureció el azul. Pero el atardecer anterior, de pronto, el horizonte se tornó lívido, iluminado por una luz helada, y se alzó un fuerte viento. […] La borrasca decapitó las rosas y mutiló los árboles, y naranjas y limones yacían sobre una alfombra de ramas y hojas arrancadas. También había caído el manojo de ajos atado a un muñón de la palmera, para alejar la mala suerte. Al caer, se había deshecho, esparciendo los bulbos sobre el sendero y sobre los terrones cenagosos. Algunos bulbos se habían abierto, y los dientes parecían restos de un collar desgranado: ‘¡Tus ajos!’, exclamaste. Ella [tu madre] se asomó, los vio y lanzó un gruñido horrorizado: nunca se había dado el caso de que el manojo cayera; hasta cuando te condenaron a muerte permaneció colgado.” Fallaci retrata al hombre, señala la barbarie y termina lo que no pudo acabar Panagoulis. ~
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).