Leopoldo Lugones fue muy leรญdo y admirado en Mรฉxico. Enrique Gonzรกlez Martรญnez lamentรณ su influencia en la poesรญa de Ramรณn Lรณpez Velarde: โAquella vaca crepuscular y aquellas praderas sonรกmbulas y aquella magnรกnima desilusiรณn de imperiosโ…
Sin embargo, fue Gonzรกlez Martรญnez (embajador de Mรฉxico en Argentina) el que mediรณ para que Lugones recibiera a un admirador mexicano: el joven poeta Carlos Pellicer, que llegรณ a Buenos Aires en 1922 como secretario de Josรฉ Vasconcelos. Lugones tenรญa 48 aรฑos y Pellicer veinticinco.
Segรบn Carlos Pellicer Lรณpez, โvarias veces fue invitado a la casa de Lugones y, en alguna de ellas, este le pidiรณ que leyera algo de su poesรญa, para alegrรญa inmensa de Pellicer. Nunca olvidarรญa el comentario de Lugones al tรฉrmino de su lectura: โLe fluye al mozoโ, dijo. Al despedirse, Lugones le regalรณ su mรกs reciente libro, Las horas doradas, con esta dedicatoria:
A Carlos Pellicer,
amigo y buen poeta,
para que nos prometa
que pronto ha de volver.โ
Es una redondilla cuyas rimas perfectas tienen la elegancia de cruzar sustantivos (Pellicer, poeta) con verbos (prometa, volver). Como si fuera poco, incluye una discreta aliteraciรณn (prometa, pronto). Y, sin embargo, logra un aire de improvisaciรณn.
Pero la perfecciรณn hace pensar que era un formato repetible. (Habrรญa que documentarlo.) Por ejemplo, en el imposible caso de una visita de Lรณpez Velarde (que nunca saliรณ del paรญs):
A Ramรณn Lรณpez Velarde,
amigo y buen poeta,
para que nos prometa
que volverรก una tarde.
Treinta aรฑos despuรฉs, Pellicer era un poeta consagrado que leyรณ sus โSonetos para el altar de la Virgenโ a medio centenar de estudiantes del Instituto Tecnolรณgico de Monterrey. Sus tablas como maestro se notaban en la declamaciรณn y las explicaciones; por ejemplo, leyendo el primer soneto de Mater amabilis, que se refiere al amanecer del dรญa siguiente a la Navidad. Empieza asรญ:
Guindรณ la noche la รบltima hora
y el campo amontonรณ blancos tropeles.
Queda un viejo pastor con tres donceles
en el establo en que la Luz azora.
Y nos explicรณ que guindar es โcolgar, suspenderโ, como los adornos de un รกrbol de Navidad. Es decir: la noche de Navidad se despide colgando su รบltima hora (sus รบltimas estrellas) para que lleguen los tropeles de nubes del amanecer, como un rebaรฑo de los pastores que, en el establo, adoran a la Luz reciรฉn nacida.
Tambiรฉn nos explicรณ que, detrรกs de algunos sonetos, hubo la decepciรณn, la ira y hasta el deseo de matar (cosa que nos impresionรณ):
y un รกngel con las alas compungidas
se interpuso entre mรญ y aquella muerte.
Los sonetos tenรญan una religiosidad franciscana y dantesca: la rendiciรณn ante el Amor que mueve el sol y las otras estrellas; que mantiene el orden sobrenatural de la naturaleza y que restituye las pasiones desorbitadas a su รณrbita. En ese arrodillarse ante la Virgen y el Niรฑo,
Se enciende un nuevo sol. El Universo
siente la vibraciรณn; y la conciencia
tiembla en cada palabra, y verso a verso
busca su punto en la circunferencia.
Es decir: el verdadero centro de la conciencia no estรก en creerse el centro del universo, sino en aceptarse como un punto en la circunferencia de una รณrbita centrada en el Centro.
En la noche, por un azar favorable, encontrรฉ a mi maestro de literatura Pedro Reyes Velรกzquez que iba por Pellicer al hotel para llevarlo a conocer el paseo tradicional de la Plaza Zaragoza; y tuve la suerte de que me permitiera acompaรฑarlos. La plaza era entonces de escala mรกs humana. El paseo juvenil se daba en dos cรญrculos, que se movรญan en direcciones opuestas: el exterior de hombres y el interior de mujeres, para verse al circular.
Yo no sabรญa que Pellicer, tan melodramรกtico, era tambiรฉn bromista; y me asustรฉ de mi atrevimiento cuando se me ocurriรณ decirle: โAquรญ tambiรฉn โmirando a las muchachasโ uno โbusca su punto en la circunferenciaโ.โ Pero se rio de buena gana, lo cual aprovechรฉ para volver a mi lugar: la รณrbita centrada en escucharlos. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.