Suelas de goma

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Ocupan la gran pantalla en tropel los escritores, mostrados en facetas heroicas, ruines y consuetudinarias. De los siete principales contabilizados en un par de meses de novedades, cuatro existieron, Pablo Neruda, Emily Dickinson, Thomas Wolfe, William Carlos Williams (que no sale en persona pero personifica la trama de Paterson), y tres son de ficciรณn. Entre los รบltimos, el mรกs atractivo a priori es el Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal) de Animales nocturnos, que escribe una novela para resucitar y aparecerse a la mujer que lo abandonรณ, devolviendo a la literatura una de sus armas mรกs mortรญferas, la venganza. Otro vengador concienzudo imaginado por los argentinos Mariano Cohn y Gastรณn Duprat en El ciudadano ilustre, el novelista Daniel Mantovani, regresa tras ganar el Premio Nobel de literatura a su ciudad natal de los horrores, Salas, en la que los honores que se le dispensan abren ante รฉl la antesala del infierno. Son muy brillantes los apuntes grotescos de Cohn y Duprat: el calamitoso traslado por carretera del premiado, el concurso de pintura parroquial en el que debe ser juez, las reinas de la belleza afectadas por la magnitud del encomio, la estatua al prรณcer y los vejรกmenes que sufre. Cuando llega el drama del amor truncado y los celos, la pelรญcula se espesa en una melaza onรญrica y trascendental que no cuaja.

Tambiรฉn se tambalea el justiciero ficticio de Animales nocturnos. Tom Ford, tan elegante con la cรกmara como con la aguja, construye bien la trama en tiempos y escenarios alternos, pero se pierde en la costura: hace holgadas las escenas que pedรญan estar ceรฑidas (como el asalto y los abusos de los pandilleros), verbosas las de conflicto transitorio (las dos cenas centrales, Sheffield con Susan, esta con su madre) y, atraรญdo por las formas del arte visual a la moda, se queda en la superficie de una interesante historia de gran calado.

Por el contrario, el japonรฉs Hirokazu Kore-eda, depurado hasta la frugalidad en Despuรฉs de la tormenta, imprime a sus habituales fรกbulas de familia un sesgo insรณlito, haciendo de Ryota, el padre separado que la protagoniza, un novelista fallido que busca como salida laboral un empleo de detective. El investigador privado tiene en inglรฉs una bella palabra de definiciรณn, gumshoe (tรญtulo, por cierto, de la magnรญfica opera prima semipolicial de Stephen Frears), y la sugerencia de lo conveniente que es para un detective (y no digamos para un escritor) pisar la realidad con zapatos de suela blanda y asรญ no hacerse de notar, le cuadra perfectamente al filme de Kore-eda. La tormenta del tรญtulo estalla, alterando las vidas, pero Ryota vive su otoรฑo con parsimonia y dulzura: los falsos finales felices de este magnรญfico director.

Y ahora, los que pisan fuerte y hacen ruido siempre que pueden.

Como era previsible viniendo de un cineasta tan impar como Pablo Larraรญn, Neruda rehรบye ser la biografรญa de Pablo Neruda, deteniรฉndose en la alegorรญa del creador con รญnfulas. El director de El club combate cuerpo a cuerpo con el autor de Canto general, y la inmodestia y el genio de ambos aseguran el espectรกculo. Mรกs titanes de pisada y voz tronante: por ejemplo Ernest Hemingway, que sale de comparsa junto a un pez espada gigante en El editor de libros, cuyo tรญtulo original es Genius; la aseada pero banal pelรญcula de Michael Grandage retrata a tres, Wolfe, Scott Fitzgerald y el citado Hemingway, enfrentรกndolos a un personaje fascinante, el editor Maxwell Perkins, que por culpa del rostro impenetrable de Colin Firth y las carencias fรญlmicas de Grandage no cobra relieve como el hacedor en la sombra que fue. Una lรกstima, porque el ambiente, el lugar de los hechos, los dรณlares gastados en la producciรณn y el esfuerzo colosal de Jude Law por hacer de Wolfe un overreacher del pรกrrafo largo apuntaban mรกs alto.

Paterson no permite el juego habitual de las comparaciones odiosas entre el libro y la pelรญcula, por la sencilla razรณn de que su guionista y director Jim Jarmusch utiliza ese tรญtulo, esa pequeรฑa ciudad de Nueva Jersey y al poeta Williams Carlos Williams solo como excusa para hacer su propia meditaciรณn poรฉtica, tenue pero elocuente. El libro no es, a mi juicio, la obra maestra del autor de In the American grain; el renombre lo debe a su envergadura en tanto que novela poemรกtica de mรกs de doscientas pรกginas o poema en versiprosa salpicada de pensamientos y apotegmas. Publicado por entregas entre 1946 y 1958, el Paterson del doctor Williams no existirรญa probablemente sin los precedentes compositivos de Ezra Pound, aunque la verbalidad y las aspiraciones de ambos poetas sean muy distintas. El libro estรก concebido como una narraciรณn zigzagueante en la que la poesรญa, predominante, se quiebra a menudo por las citas, los eslรณganes, las noticias de corte periodรญstico, los diรกlogos, las opiniones y unas cuantas cartas. Lo narrativo, casi nunca novelesco, se funde con la lรญrica mรกs desnuda, un dispositivo especialmente logrado en su Libro Tres, que constituye el centro de la obra.

Jarmusch cita al escritor, bromeando un par de veces con las tres clรกusulas de su nombre, sitรบa en Paterson y llama Paterson al personaje protagonista, conductor de autobuses y poeta amateur (un gumshoe desarmado aunque perspicaz), pero ni la poesรญa que el joven o la graciosa niรฑa admiradora de Emily Dickinson, en el mรกs delicioso episodio de la pelรญcula, escriben es la de Williams, sino la de un poeta algo posterior, y yo dirรญa que bastante inferior, Ron Padgett. El perfume de la poesรญa de la Escuela de Nueva York flota sobre el filme, y mรกs de una vez se reconoce la fuente de los hallazgos del cineasta; es evidente, por ejemplo, que el trazado tan atractivo de la pareja de Paterson y su novia Laura remite, mรกs que a Petrarca, a una imagen muy bella del arranque del Libro Uno de Paterson: โ€œUn hombre como una ciudad y una mujer como una flor โ€“que estรกn enamorados.โ€ Asรญ es el Paterson de Jarmusch: fluctuante, caprichosa metรกfora de la ciudad que da alimento al joven y de los vestidos y adornos florales con los que emplea su tiempo Laura.

Para mi gusto sobran los planos de mirada lรกnguida del conductor-poeta a las cosas y al paisaje, como preanuncio mecรกnico de su inspiraciรณn. En cuanto al bulldog Marvin, encarnado por el animal de nombre Nellie, es tan buen intรฉrprete que el director, sacrificando a veces a sus actores, le da demasiado papel. El perro en sรญ es sublime, como todos (esto lo saco de un verso de Mark Strand), pero las monerรญas de Marvin chillan en un curso tan ameno y remansado como el del filme. ~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).


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