Por sus metáforas los conoceréis. A los amantes del theremin y a quienes, en cambio, desquicia su timbre quejumbroso se les distingue enseguida por las comparaciones que trazan unos y otros para definir su sonido inclasificable. Aquí van unos ejemplos. Como “un chelo sonando en la lejanía de la niebla de Londres”, como “una soprano melancólica”. O bien, “el canto de Moby Dick”, “el lamento de un mosquito”, o “música para un funeral alienígena”, entre infinidad de descripciones ocurrentes que pueblan los foros de internet. No cabía esperar otra cosa. Su característico timbre agudo con vibrato es de los que se graban en el cerebro para siempre. “Una vez que lo has oído no lo olvidas jamás, incluso aunque no sepas qué es un theremin”, asegura Javier Díez Ena. Músico y uno de los grandes referentes del theremin en España, Díez Ena se atiene al criterio más canónico. “Yo diría que es una mezcla entre la voz humana y un violín.” Extravagante por su intangibilidad, el también llamado termenvox y eterófono no está hecho para las medias tintas. Se le ama o se le odia, punto.
A punto de cumplir un siglo de vida, este es un buen año para el theremin. En marzo Google homenajeó urbi et orbe a su mayor virtuosa, Clara Rockmore (1911-1998). Rockmore fue una lituana superdotada que aparcó el violín por una lesión, y dio credibilidad y categoría al theremin como instrumento solista dentro del repertorio más clásico. Sin su oído portentoso y la técnica de digitación que ideó para cazar notas en el aire no se entendería la historia de este precursor de los actuales sintetizadores. Ni, por supuesto, sin el padre de la criatura, Lev Serguéyevich Termén (1896-1993) –aka León Theremin –, físico, ingeniero y músico, bolchevique, empresario en Estados Unidos, purgado por Stalin, superviviente del gulag, espía… con pliegues suficientes en su biografía para llenar tres vidas y otras tantas páginas de patentes con sus demás inventos.
En la joven Unión Soviética de 1919 Theremin investigaba para el gobierno el comportamiento de las ondas electromagnéticas en la medición de gases para diseñar válvulas de vacío. Por el camino observó lo que hoy sabe cualquiera al sintonizar una radio, que la proximidad de un objeto a la antena altera las frecuencias reproducidas. Su experiencia como violonchelista le inspiró la idea. Un circuito eléctrico con una parte conductiva y otra electrostática, en el que se combinaran los campos electromagnéticos de dos antenas: una vertical que gobierna el tono y otra horizontal para modular el volumen. Al moverse cerca de ambas, las manos del ejecutante alteran esos campos creando ondas de sonido en una frecuencia audible para el ser humano. Hacer música pulsando el aire era posible. La melodía estaba en el éter. Había nacido, si no el primer instrumento electrónico de la historia –el telarmonio de Thaddeus Cahill fue presentado en 1906–, sí el más insólito. A ambos, inventor e invento, dedica una muestra el Espacio Fundación Telefónica, Theremin. El instrumento intocable, hasta el próximo 2 de abril.
Desde los años veinte para acá el theremin ha alternado periodos de vigencia y olvido. Si Clara Rockmore lo acercó a los melómanos más cultivados, el gran público se familiarizó con él gracias al cine. En los años cuarenta y cincuenta, el suspense –Recuerda de Hitchcock, Días sin huella de Billy Wilder– y la ciencia ficción –Vinieron del espacio, Ultimátum a la Tierra, etc.– aprovecharon su plañido para sugerir desasosiego y amenaza. O simple incordio, en las manos de otro físico desatado, el televisivo Sheldon Cooper de The Big Bang Theory, en uno de sus cameos más recientes. En los setenta lo rescató el rock –Led Zeppelin, Alice Cooper, los Rolling Stones…– y hoy muchos artistas lo utilizan como recurso efectista ocasional.
No hay más límite musical para el theremin que la aptitud del intérprete para domesticarlo. “Resulta muy difícil de afinar. Al tocar en el aire solo tu oído te guía”, señala Díez Ena. Es un instrumento monofónico –una sola nota a la vez– y temperamental como una prima donna. “Si tienes un buen día de concentración puedes hacer grandísimas cosas. Si estás despistado, puede ser tremendo y no dar una nota a derechas”, sonríe.
Hablando de divas. Prueben a escuchar dos versiones supremas del Vocalise de Rajmáninov, en los dedos mágicos de Clara Rockmore y en la voz prodigiosa de Kiri Te Kanawa. Y comparen ustedes mismos. ~
Es periodista especializada en ciencias