Leila Slimani
Canción dulce
Traducción de Malika Embarek López
Madrid, Cabaret Voltaire, 2017, 288 pp.
En Canción dulce, la segunda novela de Leila Slimani (Rabat, 1981), galardonada con el premio Goncourt de 2016, la niñera mata a los dos niños a los que cuida, Adam, el bebé, y Mila. Y se sabe desde la primera frase: “El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias. Se debatió como una fiera. Había huellas de forcejeo, fragmentos de piel en sus uñitas blandas. En la ambulancia que la conducía al hospital se agitaba, presa de convulsiones. Con los ojos desorbitados, parecía buscar aire. La garganta la tenía llena de sangre. Los pulmones, perforados, y se había dado un fuerte golpe en la cabeza contra la cómoda azul.” Lo que no terminará de saberse son los motivos, aunque la novela puede leerse como su búsqueda. Ese día, la madre llega antes para darles una sorpresa y, al encontrarse a sus hijos en un charco de sangre, “lanzó un grito desde lo más hondo, un aullido de loba. Las paredes temblaron. La noche se abatió sobre ese día de mayo. Vomitó, y así fue como la halló la policía, con la ropa sucia, en cuclillas, quebrada en sollozos como una loca”. Un enfermero se la lleva después de pincharle un sedante. También la asesina precisa de ayuda médica: “A la otra también tuvieron que salvarla. Con la misma profesionalidad y sangre fría. No supo morir. Solo dar muerte. Se cortó las venas de las muñecas y se clavó el cuchillo en la garganta. Perdió el conocimiento al pie de la cunita de barrotes. La incorporaron, le tomaron el pulso y la tensión. La pusieron en la camilla, y la joven médica en prácticas mantuvo la mano presionada contra su cuello.” A partir de esta terrible escena, lo que la novela trata de construir es el relato de cómo ha llegado a suceder eso. Vuelve a la decisión de la mujer de reincorporarse a la vida laboral tras el segundo hijo y a la frustración que le provocaba dedicarse a ser madre a tiempo completo. Retrocede en el tiempo hasta la búsqueda de niñeras y cuenta ese tiempo en que Louise, la niñera, era “un hada” y llegó a convertirse en alguien indispensable para la familia: no solo se ocupa de los niños, además cocina, ordena, limpia y es un ejemplo de dedicación y disponibilidad para la familia. Detrás de esa aparente pulcritud, poco a poco se va descubriendo un personaje triste, solo y acuciado por las deudas de su marido muerto, incapaz de pedir ayuda. Antes de casarse tuvo una hija, Stéphanie, que se fugó de casa y de la que nunca ha vuelto a saber nada. Jacques, el marido muerto, se dedicó los últimos años de su vida a endeudarse en litigios absurdos. Después, Louise tuvo que mudarse a una casa en las afueras. Las deudas aumentan y se retrasa en el pago del alquiler. Ni siquiera se atreve a decirle al casero que la tubería bajo el plato de la ducha se ha partido y la ha dejado inutilizable. Prefiere lavarse en el lavabo antes que verlo. Y ducharse en casa de los niños, en París. Las pistas sobre la fragilidad mental de Louise son muchas y variadas: la violencia con la que rechaza bañarse en la playa con Mila para ocultar que no sabe nadar, la repentina enfermedad que hace que desaparezca unos días sin decir nada, la tensión creciente en la relación con la niña y, la más escalofriante, el pollo que rescata de la basura, cocina para los niños y cuyo esqueleto deja reluciente en la mesa de la cocina para que Myriam, la madre, lo vea al llegar a casa. A pesar de su casi amistad con una de las niñeras del parque, a pesar del casi noviazgo con Hervé, la vida de Louise se precipita hacia la soledad y la miseria. Y eso termina por horadar su débil estabilidad emocional.
Slimani ha contado que después de contratar a una niñera para su hijo, se dio cuenta “de que detrás de la historia banal de una familia y una niñera hay un montón de cosas que decir de nuestra sociedad, de las mujeres, de la educación”. Cuando leyó la noticia de que una niñera había asesinado a los niños a los que cuidaba en Nueva York en 2012, supo que había dado con una “trama narrativa” para sus inquietudes. Sin embargo, son precisamente esas reflexiones, esas cosas que quiere contar sobre la dificultad de conciliar maternidad y vida laboral, sobre cómo los hijos cambian a los padres, etc., las que lastran un poco la novela. Son cuestiones complejas y universales que quizá exigen mayor detenimiento a la hora de analizarlas y ofrecer un punto de vista que no sea previsible o reductor.
Canción dulce es un thriller psicológico cuyo desenlace se conoce desde el principio, pero consigue crear tensión y atrapar al lector en el retrato de las dos mujeres, con circunstancias casi opuestas, y en la compleja relación que establecen: a pesar de que la niñera se convierte en un elemento imprescindible en la vida de Myriam, entre ellas no hay intimidad ni complicidad ni confianza. La narración gana cuando se abre el plano a alguien más aparte de la niñera y la familia y aparecen nuevos personajes: la niñera que trata de acercarse a Louise, la vecina que cree que podría haber impedido el crimen, la inspectora que debe reconstruir el asesinato, o la suegra de Myriam, a la que le molesta que su hijo se haya convertido en un pequeñoburgués. Los otros personajes añaden matices al quizá demasiado evidente retrato de las protagonistas: Louise, cuya infancia se dibuja en la miseria, acaba siendo una asesina; Myriam, la madre, está tan absorbida por su trabajo que es incapaz de interpretar las señales del desequilibrio de la niñera. ~
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).