Un legado para la esperanza

Tal vez como nadie de su generación, Mark Fisher hizo un retrato de nuestra psique a la vez brutal y compasivo, pesimista pero también militante y propositivo.
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Se han cumplido ya quince años desde que Mark Fisher dejó caer sobre la teoría política y cultural aquella bomba de protones llamada Realismo capitalista, un involuntario bestseller fraguado al calor del mítico blog K-Punk. Lo que Fisher denominaba “realismo capitalista”, aquella indefinible sensación generalizada de que el capitalismo no solo era el único sistema político y económico viable, sino que –tras la crisis del 2008– resultaba imposible imaginar una alternativa coherente (“es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”), confluía en la peor perversión de todas: la ontología empresarial, esa perversión del pensamiento político que nos hace creer que todo debe ser gestionado como si se tratara de una empresa, también la salud, la educación, y hasta el propio cuerpo o el placer mismo. Para Fisher, esa imposibilidad mental de salir del sistema capitalista “hechizaba” la cultura contemporánea, impregnándola de una incapacidad cada vez más gradual y sistémica de producir “algo nuevo”. Ya en aquel libro hablaba Fisher de lo que luego fue el germen de uno de sus pensamientos más fructíferos: el “anhedonismo depresivo”, no tanto la incapacidad para sentir placer característica de la generación perdida, sino la incapacidad para hacer cualquier otra cosa que no fuera buscarlo en las generaciones actuales. La depresión natural de las generaciones millennial y posteriores estaba anclada para Fisher en ese callejón sin salida entre la imposibilidad de un futuro fuera del sistema y la imposibilidad de hacer otra cosa que no fuera buscar depresivamente pequeñas compensaciones por ello. Tal vez como nadie de su generación, Fisher hizo un retrato de nuestra psique a la vez brutal y compasivo, pesimista pero también militante y propositivo. Pero el que tanto puso sobre la mesa toda la responsabilidad de la pandemia de la depresión acabó suicidándose el mismo año en el que dictaba estas clases que se reúnen ahora bajo el elocuente título de Deseo postcapitalista.

Lo primero que se puede decir de esta fantástica edición de Caja Negra es el puntilloso celo con el que trata de preservar el legado de Fisher y ponerlo en contexto, a lo que contribuye en buena medida el excelente prólogo de Matt Colquhoun. El libro consiste en realidad en una transcripción literal de las últimas clases que Fisher dictó en Goldsmiths (University of London) y que formaban parte de lo que iba a ser su último proyecto, titulado Comunismo ácido. En su seminario Fisher pretendía explorar la nefasta e intrincada relación entre deseo y capitalismo, y la medida en que el primero puede a la vez ayudarnos y refinarnos en nuestros intentos de escapar del segundo.

En una de sus cartas a Louise Colet, Flaubert nos regaló esta perla: “el ideal: tomar una noticia del periódico al azar y escribir un libro sobre ella”. Pues bien, algo parecido a ese ideal fue lo que hizo Mark Fisher con este seminario: partir de un comentario al vuelo aparecido en la prensa y convertirlo en toda una disertación de teoría política. ¿El episodio? Durante las manifestaciones en 2010 del movimiento Occupyla política conservadora Louise Mensch hizo un comentario irónico sobre aquellos militantes “que denunciaban el capitalismo mientras hacían cola en Starbucks o tuiteaban sobre política anticapitalista desde sus iPhones”. Fisher pensó que la ironía de Mensch merecía una respuesta escrupulosa, pues si bien su cinismo era superficial, las implicaciones de su crítica no dejaban de ser profundamente inquietantes.

“¿Hasta qué punto –se preguntaba Fisher– nuestro deseo de poscapitalismo está ya para siempre capturado y neutralizado por el propio capitalismo? ¿Cómo se supone que tenemos que combatir la intensificación del deseo de bienes financiados mediante el crédito?” Para Fisher la respuesta a ese enigma no pasaba por una aspiración reaccionaria, un primitivismo precapitalista, sino por una especie de contralibido. La propuesta de Fisher es que tenemos que acelerar para ir más allá del principio de placer, más allá de nuestra cultura de retrospección y pastiche, más allá de la persistente desarticulación de la conciencia de grupo y del realismo capitalista. Fisher propone a sus estudiantes una nueva praxis de “aceleracionismo de izquierda”. Debemos acelerar los mecanismos del capitalismo hasta su inevitable perdición porque “las cosas tienen aún que empeorar antes de que puedan mejorar”. El pesimismo propositivo de Fisher entiende que, como ya no hay vuelta atrás a un pasado cosificado, tratar de regresar no es más que aceptar el destino del capitalismo como sistema inevitable, por eso la única salida es a través, la única forma de escapar es yendo hacia delante, hacia delante en el tiempo y en la historia.

A diferencia de otros textos de Fisher, más afinados y cortantes, este Deseo postcapitalista tiene la gracia de lo dialéctico. En las clases se ve al propio Fisher en alguna ocasión dubitativo y hasta perdido en sus propias tentativas, pero también espoleado por unos estudiantes inquietantemente listos. Tras el receso por Navidad de 2016 las clases de Fisher no se reanudaron de nuevo por el suicidio de su profesor, de ahí que la última clase sobre Lyotard tenga un sabor agridulce, pero el gesto dramático queda restaurado en parte por la militancia asertiva de su proposición. Allí donde el propio Fisher no fue capaz de mantener la esperanza, nos dejó un legado que nos ayuda a mantenerla. ~


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