Un país llamado Comala

La cabeza de mi padre

Alma Delia Murillo

Alfaguara

Ciudad de México, 2022, 216 pp.

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La cabeza de mi padre surge en un contexto donde la hibridez y el uso de la primera persona se han convertido en un manifiesto feminista. Autora de Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) (2020), El niño que fuimos (2018), Las noches habitadas (2015) y Damas de caza (2011), Alma Delia Murillo (Ciudad Nezahualcóyotl, 1979) elige, como lo ha hecho un tsunami de escritoras, privilegiar la verdad por encima de la ficción para evidenciar el resquebrajamiento de lo íntimo y de lo familiar. En ferias y entrevistas Murillo ha comentado que su “novela” es un “relato completamente autobiográfico”. Sin embargo, esta no es una obra híbrida y tampoco termina de cuajar como novela. Es un testimonio tremendo y necesario donde convergen el apego a la escritura y la búsqueda de un padre que, como tantos, ha abdicado del papel más importante de su vida: ser cabeza de familia.

La historia se sitúa en 2016, cuando al iniciar “un proceso de adopción como madre soltera” la narradora reconoce la urgencia de reencontrar a su padre. Un sueño premonitorio detona la acción: “Mi padre va a morir. Empecé a ver el presagio por todos lados, a convencerme de que tenía que hacer algo […] Entonces hice lo que suelo hacer para controlar el pánico: me senté a escribir.” En una carta, más adelante, apunta: Papá, ¿te digo papá o te digo padre o te llamo por tu nombre? […] Voy a cumplir cuarenta años, y es la primera vez que escribo este vocativo […] ¿Quién eres? ¿Cómo fue tu vida? ¿Cómo es ahora? ¿Qué te gusta comer? ¿Cantas? ¿Te gusta el café tan caliente como a mis hermanos y a mí? […] ¿Eres como nosotros? […] Soy tu hija menor. Y escribo, o eso pretendo. Tal vez tu ausencia me dio la primera palabra de todas las historias que quiero contar.

En el sueño se concentran los dos hilos conductores de esta narración autobiográfica: la reconstrucción del padre ausente y la escritura como posibilidad de articular lo desconocido. La narradora advierte: “Tengo miedo porque no llevo mapa, ni guía, ni estrategia narrativa. Me subo a esta historia como aquella mañana […] me subí a una camioneta roja para buscar a mi padre sin otra cosa que una foto vieja.” En la fotografía aparecen la madre cargando a su primer hijo (que muere a los dos años) y el padre “de pie y sin cabeza”. Un personaje incompleto y escurridizo, como Pedro Páramo, que se cruza de brazos en silencio frente al pueblo y se desentiende de sus hijos: “Mi casa tenía algo de Comala porque, aunque la narración oficial daba por muerto a mi padre, de vez en cuando recibíamos noticias de él […] estaba muerto pero hablaba y todo. Y bebía mucho. He ahí el quid de la cuestión: un padre alcohólico.”

Con determinación, la narradora examina un pasado fisurado por tragedias, abusos y el punto de quiebre, “un accidente doméstico que provoca[ría] las quemaduras de [la] hermana mayor” y la desintegración de la tribu. Conmovidos por sus angustias y carencias, con las que muchos lectores podemos reconocernos, perdonamos la falta de elaboración de ciertos personajes (como las amigas que a continuación cita), la incorporación a veces forzada e innecesaria de poemas, las rimas internas y la inconsistencia de un relato atravesado por reflexiones y comentarios.

“Mi amiga R tiene treinta y dos años y no ha visto a su padre una sola vez en su vida […] C sigue sin saber quién es su padre a pesar de que ha intentado conectar con él desde hace una década […] Mi sobrina sabe quién es su padre y tuvo contacto con él pero se cansó de sus promesas […] F consiguió el contacto de WhatsApp de su papá y no se ha atrevido a escribirle pero recurrentemente mira su perfil […] Mi amigo A dejó de ver a su padre más de una década y volvió a encontrarlo cuando le avisaron que había muerto de una congestión alcohólica.”

Muchos pasajes –como este–, que descolocan al lector de la historia principal, hablan de la urgencia de abordar temas como la orfandad y el descuido en el que crecen los hijos, a la intemperie, por la ausencia de padres y madres. La fragilidad y las limitaciones afectivas y económicas de ambos están muy bien descritas. A pesar de ser un ejemplo de entereza frente a la adversidad y la precariedad, la madre difícilmente puede ejercer todas las funciones que se esperan de ella: proveedora, guía y sostén. Es casi imposible cumplir largas jornadas de trabajo, proteger a los suyos de manera continua y tener vida propia. La madre sobrevive para alimentar, incansable, viene y va “para traer comida a la mesa luego de una semana sin comer más que cucharadas de azúcar o de sal, según hubiera en la alacena, o alguna fruta que nos regalaba un vecino”.

La historia paralela al retrato familiar va revelando el proceso de construcción de una escritora con una voz lúcida y caótica a la vez, quizás impaciente por dejar atrás lo personal para dar el brinco de lleno a la ficción. Su capacidad para imaginarse en otros mundos, la ha llevado de Ciudad Nezahualcóyotl a estudiar literatura dramática y teatro en la unam (“haciendo tres veces el examen de admisión”), de la universidad a empleos en “mecas doradas de la carrera corporativa”. El camino hacia el padre y la escritura está lleno de preguntas que comienzan siendo íntimas pero que nos conciernen como sociedad.

En el descenso a su propia Comala, Murillo interpela a quienes se van “a comprar cigarros” y luego desaparecen: “¿Por qué somos tantos mexicanos buscando al padre?” Además de subsanar un pasado trunco, la escritura funciona como eje y formación de una identidad cultural. ¿A qué se debe este abandono sistémico de los padres? ¿De qué manera se relaciona la deserción paternal con la erosión social en la que nos encontramos actualmente? ¿Con qué responsabilidades se enfrenta un matriarcado que se convierte muchas veces en cómplice y fabricante de misoginias? Finalmente, ¿cómo detener este círculo vicioso que se traduce en padres “abandonados por sus hijos”?

La cabeza de mi padre da cuenta de un intenso y doloroso ejercicio de introspección. Después de muchas peripecias y lecturas, la narradora y la autora se encuentran: se despiden del padre y, en vez de repetir el duro destino de la madre soltera, terminan este libro. ~

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es académica y crítica literaria, autora de Les émigrants / Los emigrantes (UAM-Écrits des Forges, 2015).


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