Ezra Klein es una de las voces mediáticas más respetadas del bando demócrata en Estados Unidos. Aunque nominalmente periodista, a veces actúa como un activista o, más bien, un estratega del partido desde fuera. Los líderes demócratas realmente le hacen caso; en la última Convención Demócrata lo recibieron como a una estrella; cuando dijo que Biden debía dimitir, el engranaje del partido se comenzó a mover seriamente para forzar su salida. Pero Klein no está a sueldo de la organización. Por eso se permite reprocharle todo aquello que cree que hace mal. En su nuevo libro, Abundancia, que escribe junto al también periodista Derek Thompson, lo que pide a los demócratas no es tan fácil de hacer. Los autores reivindican un cambio cultural, la inauguración de un nuevo orden político basado en la abundancia y la prosperidad, frente al decrecentismo y la lógica de la escasez que consideran prevaleciente en la izquierda estadounidense. Muchas de sus críticas son extrapolables a la socialdemocracia occidental. Su principal reproche a los progresistas es que se han olvidado de la producción y se han obsesionado con la redistribución y los subsidios: la tarta ya está hecha y solo hace falta repartirla. Klein y Thompson piensan que es una idea equivocada e incluso reaccionaria. Lo que hay que hacer es ampliar la tarta. Aunque son liberales y reformistas, echan de menos que la izquierda haya descartado completamente el utopismo.
La prosperidad occidental es engañosa: “Tenemos una sorprendente abundancia de bienes que llenan nuestras casas y una escasez de lo necesario para construir una buena vida. Pedimos una corrección. Nos interesa más la producción que el consumo. Creemos que lo que podemos construir es más importante que lo que podemos comprar. La abundancia, tal como la definimos, es un estado. Es el estado en el que hay suficiente de lo que necesitamos para crear vidas mejores que las que hemos tenido.” Los autores escogen California como perfecto ejemplo de esa prosperidad engañosa. Símbolo del progreso durante décadas, cuarta economía global (si fuera un país independiente), es en cierta medida el enfermo de Estados Unidos. Tiene alrededor del 12% de la población del país, el 30% de la población sin hogar y aproximadamente el 50% de la población sin hogar sin refugio. Y esto es simplemente porque no construye viviendas. Los autores demuestran que la principal causa del sinhogarismo, entendido como fenómeno colectivo, no es ni la pobreza ni el desempleo, sino la disponibilidad y el coste de la vivienda. Esa parálisis se extiende a sus infraestructuras. California lleva más de una década intentando construir en vano una línea de tren de alta velocidad entre Los Ángeles y San Francisco: el proyecto ha acabado siendo mucho más modesto (no unirá esas dos ciudades, sino otras más pequeñas), costará varias veces más que lo pronosticado y encima no está previsto que se inaugure hasta mediados de la década de 2030. La tesis de Klein y Thompson es sencilla: es más fácil construir plantas de energía solar, transporte público y viviendas asequibles, proyectos que defienden la mayoría de progresistas, en Estados republicanos que en aquellos gobernados por los demócratas. La explicación está en la maraña de burocracia, leyes de zonificación y legislación medioambiental de Estados como California. Tras atravesar todos esos obstáculos, cualquier proyecto se encarece tanto que pierde su función original. “Los progresistas”, escriben los autores, “se acostumbraron a crear coaliciones y leyes que dieran a todos un poco de lo que querían, incluso si eso significaba que el producto final era asombrosamente caro, o lento de construir, o tal vez nunca llegara a completarse.” La política de izquierda se consideraba exitosa si conseguía “representar” a determinados colectivos; si su vida material mejoraba era algo secundario.
Pero Klein y Thompson tienen otra teoría que es extrapolable a todas las sociedades ricas. En cierto modo, su parálisis es consecuencia de su éxito. Como escriben, “Una sociedad compleja recompensa a quienes mejor saben navegar esa complejidad. Eso crea un incentivo para que los mejores y más brillantes se conviertan en navegantes de esa complejidad y quizás en creadores de más complejidad.” Un país joven o en desarrollo está centrado en producir y crecer. Crea oportunidades para ingenieros y arquitectos. Por eso China, que puede considerarse un país joven ya que no comenzó a despegar hasta la década de los 2000, es un “país de ingenieros”, como sostiene Dan Wang en Breakneck: China’s quest to engineer the future. En cambio, un país viejo como Estados Unidos crea oportunidades para consultores y abogados.
Los autores ponen el ejemplo del abogado y activista progresista Ralph Nader, que desde los años setenta se dedicó a litigar contra el gobierno y las grandes empresas. Sus litigios contribuyeron a la creación de muchas leyes de protección medioambiental y de los consumidores. “Pero detrás de estas victorias”, escriben, “la revolución de Nader creó una nueva capa de gobierno: la democracia vía demanda judicial. El número de abogados y casos se disparó en las décadas de 1970 y 1980. El resultado fue un nuevo tipo de progresismo, que no consideraba al gobierno un socio en la solución de los problemas sociales, sino más bien la fuente de esos mismos problemas”. Es un “legalismo liberal”, más obsesionado con el proceso que con los resultados. El sistema, entonces, “se obsesiona tanto con equilibrar sus múltiples intereses que ya no es capaz de saber cuál es el interés general”.
Abundancia es un libro brillante y atrevido, que no tiene miedo a cuestionar algunos de los mantras de la izquierda, especialmente con respecto al papel del Estado. “Una de las patologías políticas más peligrosas es la tendencia a defender todo aquello que atacan tus adversarios. Décadas de ataques al Estado han convertido a los progresistas en defensores del gobierno sin ambages. Pero si crees en el gobierno, debes hacer que funcione. Para que funcione, hay que tener claro cuándo y por qué falla.” A veces sus críticos tienen razón. Es un libro que no aborda cuestiones como la desigualdad de riqueza o el enorme poder de los monopolios, problemas que reducen brutalmente el dinamismo de la economía estadounidense. Pero su objetivo es otro. Es señalar los cuellos de botella, las inercias tóxicas, los prejuicios de un orden político anquilosado y falto de imaginación política. Los autores se hacen tres preguntas. ¿Qué es escaso y debería ser abundante? ¿Qué es difícil de construir que, sin embargo, debería ser fácil? ¿Qué inventos necesitamos que aún no tenemos? Lo que buscan es un cambio de prioridades y de perspectiva. ¿En qué consiste realmente una vida próspera y abundante? ~