Una ética de la vulnerabilidad

En su libro "Vulnerabilidad", Miquel Seguró aborda esta concepto, que tiene que ver con la experiencia de las grandes preguntas metafísicas.
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La palabra vulnerabilidad proviene de vulnus, un vocablo latino que se traduce como “herida”. Este concepto que comenzó aludiendo a una lesión física, con el tiempo se ha ensanchado para referirse también al sufrimiento anímico y hasta a un carácter constitutivo del ser humano. Somos vulnerables sencillamente porque “encarnamos la predisposición de que nos sucedan cosas”, afirma Miquel Seguró Mendlewicz (Barcelona, 1979) en su libro Vulnerabilidad. No somos seres cerrados, acabados, independientes, sino seres cambiantes, abiertos, sociales, capaces de ser afectados y de afectar. De ahí que en su libro el autor utilice reiteradamente la figura de un círculo irregular, imperfecto e incesante para ejemplificar la condición vulnerable del ser humano. Vale la pena aclarar que, para Seguró, la vulnerabilidad no solo refiere al humano como ser sufriente, ya que el homo vulnerabilis puede ser afectado tanto para bien como para mal.

La vulnerabilidad tiene que ver con la experiencia de las grandes preguntas metafísicas, a las que no hemos podido dar respuesta pero tampoco renunciar a ellas. Por ello, el interlocutor central del libro será René Descartes, de quien analizará vida y obra para exponerlo como un filósofo de la incertidumbre; un pensador que al poner la duda en el centro de su labor filosófica expone su fragilidad:

Si preguntar significa estar sometido a interrogatorio –asegura el autor–, es decir, en medio (inter-) de un ruego, de una petición (-rogare), preguntar es en primera instancia testificar que no se está donde se quiere estar. Cuando uno se pregunta se pone a descubierto. Experimenta que no tiene cubiertas sus ansias de conocimientos, creencias o sentido y pide, ruega, por la posibilidad de lograr otros conocimientos, creencias o sentidos. Preguntar implica asumir que estamos a la intemperie, que nos situamos fuera del cobijo de la respuesta.

La duda puede llevar a desear respuestas absolutas, necesarias y atemporales, como bien lo sabe la historia de la filosofía; o bien, perseguir su contrario, respuestas que asuman su vulnerabilidad, soluciones propuestas por una razón frágil, sin fundamentos absolutos, temporales y contingentes, pero rectificables y discutibles. Ante este dilema, Seguró se decanta por la segunda posibilidad: por crear un pacto de buena vecindad con la duda, y asumirla como una compañera con la que podemos prosperar incluso si no vamos a poder superarla. “Hay certezas, hay verdades y hay conocimientos, pero nunca totalmente ciertas, ni verdaderas, ni completas. Las ciencias no avanzan sino por la precariedad de sus resultados.”

La vulnerabilidad es una condición transversal que se vive cotidianamente y que pone sobre la mesa la pregunta por lo que somos, la razón por la cual existimos y nuestra relación con lo otro, con el alter ego:

Si Descartes puede dudar es porque, en efecto, duda de algo. Esto significa que la duda no es lo primero. Si se puede dudar de algo es porque hay algo sobre lo que dudar, ya que dudar es una acción intencional, que tiende a alguna cosa. […] Ese algo se representa como alteridad, como otra cosa, trascendente a la identidad que se construye. Preguntar es alterarse por algo, tomar distancia frente a lo que se pregunta y provisionar una resolución en forma de respuesta. Y para que ese proceso sea posible […] tiene que haber algo frente a mí que comparezca.

La pregunta por la alteridad lleva al autor a dedicar la segunda parte del libro a cuestionar la relación ética y política entre la fragilidad y la vida en comunidad, para así llegar a proponer una ética de la vulnerabilidad. Seguró examina la condición precaria de las costumbres, hábitos y convicciones, consecuencia de la sociabilidad humana. Esta precariedad de la moral (recordemos que en latín mos significa “moral”; y mores, su plural, refiere a “costumbres”) está ligada a la fragilidad del conocimiento, y por ende al inevitable riesgo de errar, pero también a la posibilidad de corregir el rumbo. “Pregunta y costumbre no van de la mano”, escribe el autor para explicar que la pregunta por los hábitos los interrumpe, lo que posibilita un cambio de dirección en ellos, su modificación. Para exponer lo anterior, Seguró retoma el procus, la figura de la Antigüedad clásica del pretendiente que solicita la atención de su amada y pide su favor, para compararla con nuestras súplicas en las que nos interrogamos unos a otros para solicitar respuestas que se conviertan en actos de responsabilidad. La premisa de una ética de la vulnerabilidad es aceptar el error como condición de vida, sin condescendencia ni fustigación.

Para regresar a su diálogo con Descartes, el autor afirma que toda moral es provisional porque ningún sistema puede cerrarse del todo sobre sí mismo pretendiendo dar cuenta de todo lo que puede o debe afrontar (la imagen del círculo imperfecto vuelve entonces a hacerse presente). Sin embargo, esta postura no debe confundirse con un posicionamiento relativista. La ética de la vulnerabilidad de Seguró plantea un “no criterio fundamental”, una ética abierta a la reconsideración, no la paradójica creencia de saber de forma definitiva que no hay una verdad. La estrategia del no criterio no es lo mismo que la ausencia de criterio, sino la asunción de su falibilidad, provisionalidad, afectabilidad y precariedad.

La vulnerabilidad es también una condición de la salud; el cuerpo humano está impregnado de fragilidad, es infirmus, no se sostiene por sí solo, afirma Seguró. El cuerpo es alterado por agentes patógenos, por el entorno y por otros. Somos seres con cuerpos afectables que tarde o temprano terminarán por caer definitivamente (la palabra “cadáver” proviene del latín cadere, caer). Después de algunas reflexiones sobre los peligros que suscita para las personas enfermas concebir la enfermedad de forma reduccionista, alienante o estigmatizante, ideas que están en sintonía con aquellas propuestas por Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas, Seguró recupera la relación etimológica entre pensar (cogitare) y la palabra cuidar. Cuidar de alguien o de nosotros mismos significa ocuparse de ello, lo que nos remite a la precariedad, a la solicitud, al procus. No solo es una cuestión práctica, el cuidado exige reflexión, pensamiento, ¿de qué manera (nos) cuidamos? ¿De qué forma puedo procurar el bien de la otra persona? “Decir cogito, ergo sum no tendría por qué significar solamente yo pienso, luego soy. Hay otra connotación posible: cuido, luego soy.”

Ninguno de nosotros se sostiene por sí mismo, insiste Seguró; la enfermedad no debería ser vista como una situación excepcional, sino como una experiencia cotidiana de la existencia que explicita la cara sufriente de nuestra vulnerabilidad constitutiva, una cara que exige atención. Por ello, el escritor propone una ética del cuidado; una ética que solicita el cuidado del otro, pero no desde una visión paternalista que asume la superioridad de una de las partes, sino teniendo en cuenta al otro. Para continuar con la metáfora del círculo irregular, el autor piensa una ética que nos entrelaza a todos no en un único círculo inacabado, sino en una espiral que nos entreteje, y que es guiada por tres elementos rectores que afirman la vulnerabilidad de los seres humanos: la relatividad (en tanto que una identidad o afirmación está contextualizada y abierta), la reciprocidad (por las interrogantes, el procus que intercambiamos con el otro) y la reflexividad (porque afectamos y somos afectados, lo que modifica nuestras identidades e interpretaciones).

El recorrido que emprende Seguró nos lleva hasta las puertas de la política, en donde, de nuevo en la línea de Sontag, el escritor repara sobre los riesgos que conlleva el uso político de los significados que otorgamos a la enfermedad para hablar de la vida comunitaria. Retoma las reflexiones de Roberto Esposito en torno a la inmunidad (immunitas) y su vínculo con la palabra comunidad (communitas). Para el autor la comunidad es vulnerable, abierta y excéntrica, y nada tiene que ver con el mundo inmunizado que rechaza, repliega y señala como amenazante una parte del cuerpo que dice querer custodiar y que termina por destruir. Para concluir, el filósofo propone pensar la inherente vulnerabilidad del ser humano como contrapeso desestabilizador de ficciones políticas absolutas. Sugiere que la vulnerabilidad puede propiciar una acción política precaria, vulnerable, dinámica y provisional, más acorde a nuestra herida constitutiva. ~

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(Ciudad de México, 1994) es escritora. Ha publicado, entre otros medios, en Revista de la Universidad de México, Tierra Adentro y Gatopardo.


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