Nacido en Buenos Aires en 1914 (sus abuelos paternos eran franceses), Bioy pasó su infancia transitando, como Alicia, del mundo real al mundo imaginario, concediendo más importancia a este último. A los cuatro años, según contó en sus Memorias, “en el curso de un juego imagino que soy un caballo, como pasto. Alarmada, la familia me administra una medicina”. Al contrario que a Borges, le fascinaban los espejos (a pesar de que en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” aparezca diciendo que abomina de ellos). Cuenta Bioy que a los siete quería “internarse en un espejo de tres cuerpos, donde las imágenes nítidamente se repiten.” En ese mundo de invenciones y reflejos irrumpieron las mujeres y le dieron peso, sabor y realidad a su vida. Escribió Bioy: “El portero de casa, Joaquín, me dice: 'Ahora tenés diez años. Sos un hombre. Ya no te interesan los juguetes. Pensá en las mujeres'. Me lleva a un teatro de revista… las coristas, semidesnudas, me deslumbran. Sin dificultad pienso en las mujeres y olvido la superstición y los temores”. Empezó a enamorarse indiscriminadamente, sin ningún éxito. No podía acceder a las mujeres, a la realidad que ellas representaban, y comenzó entonces a escribir, a imaginar, para tratar de acercarse a ellas, para tratar de hacer, a través de la imaginación, real a la realidad misma. Escribe, a los diez años, su primer cuento de amor: “Iris y Margarita”. Escribió Bioy Casares, en “Aprendizaje”: “Alguna vez dije que escribí esas páginas para enamorar a mi prima. Ahora me inclino a creer que las escribí porque estaba enamorado de ella”. Es curioso: Bioy Casares, escéptico por naturaleza, sólo concedió realidad a lo que antes pasó por el tamiz de la imaginación. Por otra parte, esa idea que concede a la mujer el papel de puerta por la que se penetra a la realidad, Bioy la siguió sosteniendo hasta la muerte. Un papel alto y bajo a la vez. “Entre el amor y el opio —escribió Bioy en Guirnalda con amores— elige el opio. En los espejos de su laberinto soñado sólo encontrarás tu pobreza, pero el amor te impondrá una mujer y la degradación infinita de su tontería y de su realismo”.
Tal vez, como señaló Borges, la división que ha propuesto la crítica entre los escritores del “grupo de Boedo” y los del “grupo de Florida” haya sido producto sólo de una broma. Lo cierto es que Florida, Bloomsbury porteño, cristalizó en una de las empresas culturales más importantes de América: la revista Sur. Le falta aún, al grupo vinculado a Sur, su Quentin Bell. Quizá dentro de ese hipotético estudio, dentro de esa atmósfera, la figura de Bioy Casares —policultural, irónico, escéptico, apreciador agudo de lo cotidiano, de las idiosincrasias— resultara natural; fuera de ese ambiente lució siempre como un individuo excepcional. Bioy Casares ejerció su talento con amabilidad, no quiso explicar otra cosa que el asombro de saberse efímero, enamorado, acaso irreal. Como escritor de relatos fantásticos y satíricos, amante de la claridad, Bioy Casares fue uno de los más grandes de nuestro idioma en este siglo que agoniza, un verdadero héroe de la imaginación.
Escribió Bioy en “Notas para la edición escolar de cualquier libro mío”:
Al profesor
Ni contra el torpe, de cabeza enhiesta,
Le sirva de instrumento de tortura.
Usted inicia a la gente en una fiesta,
No es otra cosa la literatura.
Obra inteligente que no admitió concesiones y de imaginación que admitió todos los vuelos, la de Adolfo Bioy Casares no es otra cosa que una extraordinaria, fantástica y lúcida fiesta. –