El cantautor Javier Krahe será juzgado el 28 de mayo en el Juzgado de lo Penal número 8 de Madrid. El caso es realmente grotesco. Krahe realizó en 1978 un vídeo titulado Cómo cocinar un Cristo, que se emitió en televisión en 2004. El texto del cortometraje dice:
Calcúlese un Cristo ya macilento para cada dos personas. Se le extraen las alcayatas y se le separa de la cruz, que dejaremos aparte. Los estigmas pueden mecharse con tocino. Se desencostra con agua tibia y se seca cuidadosamente. En una fuente de horno, y sobre lecho de cebolla, colocaremos al Cristo al que untaremos con abundante mantequilla. Una vez salpimentado, pueden añadírsele especias y finas hierbas al gusto. Se deja al horno moderado durante tres días, al cabo de los cuales sale completamente solo.
El Centro Jurídico Tomás Moro, que según sus propias palabras “tiene como fines la defensa de la dignidad de la persona, de la familia y de los derechos humanos, y en especial la protección del derecho a la vida del nasciturus y del embrión humano”, presentó una querella por escarnio de los sentimientos religiosos contra el cantautor y Montserrat Fernández, productora del programa de televisión. Aunque la causa fue sobreseída en 2007, el centro recurrió. Hace unos meses, el juzgado de instrucción número 3 de Colmenar Viejo puso una fianza de 192.000 euros a Krahe y de 144.000 euros a Fernández. El Centro Jurídico Tomás Moro ha celebrado que “la vista de juicio oral supone una verdadera victoria en defensa de la libertad religiosa, por cuanto supone la primera vez que se aplica el art. 525 del Código Penal”. El artículo 525.1 dice:
Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.
Ese artículo es un residuo teocrático y debe derogarse. Es, entre otras cosas, un ataque al sentido del humor que, al limitar la forma en que se puede hablar de la religión, restringe los contenidos y el debate: decreta que hay asuntos sobre los que solo se puede hablar de la forma que les guste a los creyentes. La ley tiene que garantizar que la gente pueda practicar su religión libremente, pero no debe proteger los sentimientos, ni permitir que estos sean un freno a la discusión. Sin duda, la sátira es una de las formas más sanas y pedagógicas de abordar algunos dogmas religiosos. Me preocuparía si, al hablar de un asunto religioso, algunas de mis opiniones no molestaran a un fundamentalista islámico, y me preocuparía aún más si las leyes protegieran más al fundamentalista que a quien critica el fundamentalismo. (Al parecer, la normativa francesa sobre el burka ofendía los sentimientos del asesino de Toulouse.)
El blindaje de los “sentimientos religiosos” es en sí religioso: postula que son sentimientos de otro carácter. La ley no castiga las apreciaciones de las suegras hacia sus nueras, aunque a veces los maridos albergan sentimientos amorosos hacia sus mujeres, ni las críticas severas de los suplementos literarios, aunque a veces los escritores tienen cariño a sus libros, ni las malas notas a los niños en el colegio, aunque en ocasiones los padres están convencidos de que la inteligencia de sus vástagos roza lo sobrenatural. Tampoco se castigan los insultos de dos aficiones rivales en un partido de fútbol, aunque algunos aficionados tienen sentimientos viscerales hacia su equipo. Pero, aplicando el artículo, las cosas podrían complicarse fácilmente. Por ejemplo, cuando el Osasuna visita la Romareda, parte de sus aficionados manifiesta cierto interés erótico por la Virgen del Pilar. ¿Habría que juzgarlos por ofender los sentimientos religiosos? No acabarían ahí los problemas: las películas de Buñuel, los chistes del Lazarillo sobre algunas aficiones de los curas o, simplemente, la exposición de una opinión contraria podría herir los sentimientos del seguidor de una confesión que se presenta como la única verdad. ¿Y podría ofender la investigación científica los sentimientos de un miembro de una confesión religiosa? Al parecer, ha ocurrido en alguna ocasión.
Afirmar que este caso es “una victoria de la libertad religiosa” muestra el mismo sentido de la realidad del personaje que interpretaba Woody Allen en Sueños de un seductor cuando contaba una pelea que había tenido en un bar: “Primero, le golpeé con la nariz en el puño…”. Como el reciente caso en el que el alcalde de Zaragoza, el socialista Juan Alberto Belloch, se negó a retirar el crucifijo del salón de plenos del ayuntamiento, es un ejemplo de spinning: los restos de siglos de fe obligatoria se disfrazan de muestra de tolerancia. Imponernos a todos un símbolo particular o limitar nuestras palabras se convierte así en un ejemplo de libertad religiosa: una libertad que funciona en una sola dirección, una libertad para mandar callar.
Una de las cosas más llamativas de los casos de blasfemia es que no solo revelan la mentalidad intolerante de algunos creyentes, sino también una profunda inseguridad. Aunque tengo poca imaginación y me cuesta concebir la idea de un ser superior, parece todavía más complicado pensar que una deidad omnipotente se busca en Google todo el tiempo y responde a los comentarios negativos en los blogs. Si tuviéramos que creer a algunos de sus ventrílocuos, al dios de los afganos le molesta más que se tire un Corán a la basura que la matanza de dieciséis civiles indefensos. Unas caricaturas de su profeta, unas fotografías provocativas o un vídeo paródico más bien naïf dejarían al primer motor abatido y gripado. Los creyentes hacen sus dioses a su imagen y semejanza, y los creyentes totalitarios y bobos tienden a producir deidades totalitarias y bobas. Es una versión de un principio de la escolástica católica: Quicquid recipitur per modem recipientis recipitur (Lo que se recibe se recibe en la manera del recipiente). Si yo fuera creyente, la interpretación de un Creador neurótico me parecería algo blasfema. Pero eso debería ser un problema exclusivo de los fieles. Lo que nos afecta a todos es que existan leyes que les permitan fabricar una sociedad más totalitaria y más boba.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).