¡Estamos salvados!
Para saber por qué y gracias a quién, hay que ver este video que trata sobre la más reciente campaña de promoción de la lectura del Fondo de Cultura Económica:
Antes que nada, hay que aclarar algo evidente: que el excelente catálogo del FCE debe ocupar tanto esfuerzo y tantos recursos, que lo más probable es que paguen muy mal el trabajo de manejar sus cuentas de redes sociales, que cada día nos agasajan con joyas como esta:
Que se parece mucho a preguntarle con actitud galante a la persona que te gusta:
“Y a ti, ¿te gusta algo?”
Total, que la nueva iniciativa se trata de que la gente se enamore de los libros, y que para eso el FCE ha recurrido a una agencia de publicidad que se dedicó a engañar gente en Tinder, una red social dedicada a emparejar gente: crearon personajes usando modelos literarios y se dedicaron a seducir a cuantas personas se dejaron.
La idea es buena, pero me gustaría comentar algunas de las cosas que se dicen en el video con la intención de superar algunos lugares comunes que aparecen comúnmente alrededor de los discursos sobre lectura y literatura.
“Buscar una editorial o librería dispuesta a arriesgarse”
Cuando alguien usa la retórica del riesgo y la literatura usualmente cae en la trampa de no hablar ni de riesgos ni de literatura. Hay gente que ha muerto por escribir y leer libros. Eso es arriesgarse. Lo demás son palabras huecas del tipo: “esta es una novela arriesgada”, “creo que necesitas correr más riesgos con tu novela”, o “escribir es como lanzarse al abismo”, que es una frase que en estos momentos por lo menos tres escritores están aprovechando para una entrevista.
“No hay que tenerle miedo a la literatura”
Lo mismo. La gente no le tiene miedo a la literatura. La gente le teme a las crisis económicas, a perder su trabajo, a los sicarios que secuestran y asesinan a sus familiares, a la policía, a los políticos corruptos, a la oscuridad, a las alturas, pero no a la literatura. De hecho, y curiosamente, muchos de estos miedos son mejores causas para explicar los bajos índices de lectura en nuestro país-con la obvia excepción del miedo a las alturas- que un supuesto miedo a los libros que no se explica más que desde un punto de vista condescendiente.
“Cinco minutos de lectura al día”
De manera marcadamente dramática, el video presenta tres datos duros para documentar la miseria lectora de un país como México. La tercera, que en México leemos menos de cinco minutos al día, es la que los emprendedores han tratado de cambiar de manera práctica: chatear durante por lo menos cinco minutos con las personas pretendiendo que eres un personaje de ficción como la Carlota de Fernando del Paso, o el Demetrio de Mariano Azuela (son cinco los personajes en total).
Cuando han pasado ya los cinco minutos, el truco consiste en contarle al interlocutor que en realidad ha estado chateando con alguien que pretende ser fulanito o fulanita, y que fulanito o fulanita en realidad son personajes de ficción y que los puede encontrar en tal o cual libro.
Todo bien. De hecho, el juego de rol puede ser muy divertido. En mis épocas de universidad yo acostumbrar jugar billar online en yahoo, donde además de jugar podías chatear con tu oponente. Cuando me aburría de jugar, lo que hacía era engañar a otros jugadores pretendiendo que yo era un ingeniero espía en busca de un código que estaba bajo resguardo de, casualmente y según me habían dicho mis contactos, la persona con quien yo estaba chateando en ese momento.
Es increíble la cantidad de tiempo que la gente permitía que durara la broma, quizá por juego, quizá por extrañeza. Ahora, eso no significa que yo haya promocionado la ingeniería entre los jugadores de billar. O eso espero.
Lo mismo pasa en este caso: si se trata de, como dicen, mostrarle a los incautos que han estado leyendo un libro durante más de cinco minutos (cosa que no es cierta, por lo menos por lo poco que se ve de ejemplos de conversaciones en el video), en realidad no hacía falta tanto esfuerzo.
De hecho, aquí presento mi campaña de lectura. Es fácil: lean en voz alta y repitan la siguiente frase durante más de cinco minutos: “A veces Garcín estaba más triste que de costumbre”
¿Listo?
Pues ya está: acabas de leer a ¡Rubén Darío!
“De Tinder a la realidad”
El momento más inquietante en el video es cuando se asume que todo lo que ha pasado en él no es real: que ni el teléfono, ni la conversación en chat, ni la gente que la está teniendo existen; cuando los emprendedores deciden que quieren ir más allá de los cinco minutos de lectura y establecer una conexión “real” con el interlocutor. Entonces los citan en un bar o en un parque para que los otros, emocionados por conocer a Carlota o a Demetrio, lleguen con su mejor vestido y encuentren, en lugar de a Carlota o a Demetrio, el libro de donde salen los personajes.
¿Por qué no es real la realidad? O, dicho de otro modo: resulta extraño que una campaña de lectura que además juega con la ficción necesite de la confirmación tangible como muestra de realidad: los libros que uno va y compra en las librerías del FCE no son la literatura, sino su soporte físico. Extraña que emprendedores tan creativos no se den cuenta de eso, inmersos como deben estar, en el mundo digital y de las redes sociales, que es tan real como el desengaño que se llevó la gente cuando una tal Carlota o un tal Demetrio les dio bola, los citó en un bar y resultó que no eran más que personajes de un libro.
Al final, lo que creo que es que hubo una confusión de público. La gente entrará a Tinder en buscar de ficción, pero de ficciones en particular que nada tiene que ver con la lectura. Es como intentar promocionar la teoría de la evolución a la mitad del sermón de la misa del domingo.
Promocionar la lectura: ¿para qué?
Creo que lo he dicho en este blog, así que no voy a repetir mucho. El primer paso para una campaña de promoción de la lectura efectiva consiste en preguntarse seriamente para qué queremos que la gente lea más. Sin esta justificación, las buenas ideas se quedan allí, en juegos de rol, o en juicios morales, o en publicidad o en política.
Para que esto no se quede nada más en quejas, prometo intentar una respuesta la siguiente semana.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.